Periodista
El instante, ese instante, cumple 10 años. Un gesto simple y sencillo, fuera de contexto y sin circunstancias, para un festejo de millones de voces que gritan como un gol, lo que no fue un gol. El índice levantado de la mano derecha, como despreocupado, con un movimiento leve delante de una cara que parece estar llamando a un mozo para pedir la cuenta del café.
De fondo o de frente, una explosión de alaridos, una ola gigante de abrazos y un temblor multitudinario. Son unos segundos, no mucho más, unos segundos que cambiarían décadas de historia y que le abrirán las puertas a los años más gloriosos.
Esa palma derecha, abierta, estirada un metro arriba de un cuerpo arrojado hacia la diestra y esa pelota interceptada, es una imagen y una escena que no necesita de nombres propios en todo el universo del fútbol.
Pasaron 10 años de un jueves y de un partido que tuvo su momento mágico a los 3 minutos, ese fue el acto eterno y el tráiler de una película que transformó todo. Marcelo Barovero fue el héroe y Emanuel Gigliotti el villano, de una historia que se había empezado a escribir una semana antes y que siguió por más de un lustro con el éxito de un cuento repetido de River eliminando a Boca.
Fue en la Copa Sudamericana 2014, River y Boca, semifinal y un Marcelo Gallardo con menos de 5 meses en el cargo que se jugaba mucho en un tiempo que lo miraba de reojo en la era post Ramón Díaz.
El último cruce superclásico de Conmebol había sido en el 2004, también en semifinal pero de Libertadores, Gallardo había sido expulsado en la ida y en la vuelta River fue eliminado por penales en un partido que se jugó sin público visitante.
Una década después, aquel silencio se iba a convertir en un desahogo imponente y casi como en un festejo de copa del mundo por un penal atajado que el tiempo transformaría en leyenda. Ariel Rojas quiso despejar un centro pasado y se llevó puesto a Meli a sólo 15 segundos de iniciado el partido. Penal. Iban 0-0, como en la ida en la Bombonera, donde River jugó a lo Boca y terminó con casi todo el equipo amonestado.
Las protestas y Barovero se aleja. “En ese momento sólo intenté aislarme y pensé en irme je, pero respiré y me concentré en lo que habíamos hablado con Sandra Rossi (neurociencia), en lo que estudiamos con Tato Montes (entrenador de arqueros), habíamos analizado mucho los penales que pateaba Gigliotti, la carrera que hacía como frenaba y tenía una manera de frenar o acelerar que indicaba donde pateaba. Por eso yo no protesté, ni hablé con nadie, me concentré y cuando lo vi correr y cómo llegó a la pelota, decidí tirarme hacia mi izquierda con el brazo derecho en alto. Por suerte la pude atajar”, le recuerda Trapito a Perfil.
Luego, de los no festejos, contará: “Me salió así, quería estar tranquilo y además el partido recién había arrancado faltaba mucho tiempo y en ese momento el gol de visitante valía doble, en el arco no podes festejar, hay que esperar a que todo termine y yo necesitaba seguir tranquilo y concentrado porque faltaba muchísimo”. Vaya si lo logró, porque más allá del gol de Leonardo Pisculichi, fue la figura del partido con tres atajadas monumentales, dos de ellas al mismo Gigliotti.
Ese penal, que quedó en la historia como ya había quedado el de Antonio Roma a Delem, es hoy 10 años después, la jugada que permitió las 5 eliminaciones directas de River a Boca - semifinal Sudamericana 2014, octavos de Libertadores 2015, final Supercopa Argentina 2018, final Libertadores 2018 y semifinal Libertadores 2019- y que puso la piedra fundacional de la era Gallardo.
La película de aquella noche siguió con un centro raro de Vangioni que Pisculichi, entrando por el borde del área grande, encontró para darle con esa zurda quirúrgica y poner el único gol de la serie y terminó con el llanto desconsolado de Gallardo que había vivido la dolorosa muerte de su madre en medio de la concentración para ese partido. Ana María le había pedido que salga campeón.
Del partido o mejor dicho de la serie quedaron esa postal del penal, el gol de Pisculichi y la locura de las patadas, en especial en la Bombonera. Un partido así, hoy con VAR, no terminaba. Pero en esos años el espíritu copero aún traía como viento de cola las “batallas” más que el juego.
River lo entendió luego de años de intentar respetar su paladar y en ese cruce jugó como mandaban los aires de “Copa”. Algunos datos lo resumen: en los 180 minutos, la posición del balón fue de Boca, y River recibió 11 tarjetas amarillas y cometió 51 faltas. Así planificó el partido Gallardo. Justo él que tantas veces se había quedado con el sabor amargo de los merecimientos mientras Boca festejaba.
Después a la semana siguiente llegó el turno de la final y la vuelta olímpica lo que agigantó aún más el fuego de ese penal atajado por Barovero. River jugó con el Atlético Medellín de quien sería el sucesor de Trapito, Franco Armani.
En la ida empató 1-1 con otra corona de Pisculichi y en la vuelta lo definió con dos goles de cabeza, bajo la lluvia, de Germán Pezzella y Gabriel Mercado. Luego de 17 años de sequía internacional, la última copa había sido festejada en 1997, River arrancaba un ciclo brillante e inédito en su historia logrando en un lustro más del doble de vueltas olímpicas internacionales que en toda su historia.
Aquel penal, el penal de todos los tiempos en la historia del club, sería la llave maestra de todas las puertas que se abrirían después.
LP