El mundo era otro: Riquelme jugaba a la pelota, Macri era presidente pero de Boca, Bianchi entrenaba equipos, el xeneize podía ganar un superclásico sin despeinarse y las tribunas explotaban de hinchas, locales y visitantes. Fue en ese contexto que apareció el Topo Gigio.
Hoy se cumplen veinte años del que tal vez sea el festejo de gol más emblemático de la historia. Desde aquel 8 de abril de 2001 la imagen de Riquelme con las manos abiertas detrás de las orejas se instaló como una postal de festejo y rebeldía, de bronca y desafío.
El escenario fue la Bombonera, la tarde en que el Boca de Bianchi le ganó 3-0 al River de Gallego. Después de un golazo de Hugo Ibarra llegó un penal. Se hizo cargo Román: metió un derechazo cruzado, Franco Constanzo atajó pero dio un rebote alto que cayó en el área chica y Riquelme de cabeza metió el segundo.
Ni bien la pelota cayó en el arco, Román arrancó el trote. Con las manos les pedía a sus compañeros que no lo abrazaran, que lo dejaran, que esta vez el festejo no iba a ser colectivo. Una reacción extraña para un jugador que acaba de convertir un gol nada menos que en un superclásico. Hasta que el trote terminó sobre un lateral del campo de juego, frente al palco de Mauricio Macri. Y ahí, erguido e inmovil, con los pies juntos y la mirada clavada en el presidente, hizo el gesto que quedó en la historia.
El conflicto había arrancado con un planteo de Román para que le mejoraran el contrato. Era su mejor momento: figura de un equipo que venía de ganar tres torneos locales, dos Libertadores y una Intercontinental ante el Real Madrid. Pero Macri sostuvo su argumento: el contrato estaba firmado y no pensaba modificarlo.
Macri estaba junto a Isabel Menditeguy, que por entonces era su esposa. La pose del número 10 le cortó su festejo de gol. Entonces lanzó una sonrisa forzada, de compromiso. Y se sentó, incómodo. Román lo había hecho de nuevo: lo hizo festejar cuando quiso y le cortó el festejo cuando le pareció.
Macri, por supuesto, ni siquiera sospechaba que era el destinatario de un mensaje que iba a resistir el paso de los años y se iba a reproducir en distintas canchas del mundo.
Cuando terminó el partido, Román siguió tirando tacos: "El festejo fue para mi hija porque le encanta el Topo Gigio", respondió ante un periodista que le hizo la pregunta de rigor. La ironía exponía una vez más el malestar de Riquelme con los dirigentes.
Todo había arrancado con un planteo de Román para que le mejoraran el contrato. Era su mejor momento: figura de un equipo que venía de ganar tres torneos locales, dos Libertadores y una Intercontinental ante el Real Madrid.
Pero Macri sostuvo su argumento: el contrato estaba firmado y no pensaba modificarlo. Hasta que en plena discusión, el presidente dio un paso más: anunció que Riquelme estaba vendido a Barcelona en 26 millones de dólares, cifra récord para el fútbol argentino.
Román respondió a lo Román: "Esto es medio loco. Ahora dicen que ya me vendieron y yo no sé nada. Como no me quisieron arreglar el contrato, ahora dicen que me venden". El vínculo estaba roto. Y una semana después se despachó con el Topo Gigio.
El golpe final: Riquelme vicepresidente
Ese desencuentro entre Román y Macri tuvo su último episodio en las últimas elecciones en Boca. Hace poco más de un año, junto con Jorge Ameal y Mario Pergolini, Riquelme se impuso a Cristian Gribaudo, candidato de Daniel Angelici.
No fue solo un cambio dirigencial: el triunfo de la fórmula de Riquelme terminó con 24 años de macrismo en Boca.