Riquelme sigue haciendo el Topo Gigio. Veinte años después de aquel festejo que en pleno Superclásico descolocó a Mauricio Macri, el ídolo máximo de Boca vuelve a posicionarse de cara al poder.
Esta vez desde arriba, en funciones de dirigente, como cabeza de un Consejo de Fútbol del que se habla todo el día en los canales deportivos pero del que casi nada se sabe.
Panelistas convertidos en chicaneros profesionales le reclaman que afine la 'comunicación'.
Pero el silencio mediático es su dogma. En un año y medio de gestión no se le escuchó la voz. En días donde todo se muestra, donde alardear es un principio básico del vivir futbolero, Riquelme calla.
No es, precisamente, callarse la boca. Su silencio parece hecho de otra cosa. Cuesta no imaginarse al Riquelme jugador, aquel de las primeras épocas, que ante cada falta brusca se levantaba del piso sin protestar, ajeno al diálogo encendido entre su rival y el árbitro que mostraba una amarilla. Una mudez activa, enfática, cargada con la soberbia del talento, del que simula desdeñar el contexto. (Su reacción tras este foul de Makele ilustra muy bien ese gesto).
Ahora, ese vacío se llena con ruido televisivo. Con notas que alimentan el scroll de los portales: tal dijo tal sobre Riquelme. La biografía del Román dirigente es un folletín que se escribe cada mediodía en los estudios de televisión.
Su estilo es del siglo pasado pero calza perfecto en este. Al menos en el aquí y ahora del fútbol argentino. Enciende como nadie la bipolaridad de las redes sociales.
Atrincherado en un predio deportivo, en compañía de otros personajes de la aristocracia bianchista, protegido por una idolatría sin grises. Enfrentado políticamente a un espacio que en el plano nacional equivale al liberalismo económico, en su figura resuenan discordias históricas.
Esas ficciones develan la mediocridad del fútbol argentino: no nos quedan campeonatos competitivos, cracks, equipos de memoria, campeones de póster. Hasta la solidez de los fixtures dura poco en la Argentina. Nos queda esto, los Riquelme y su bochinche.
La preeminencia de Riquelme dice bastante, también, sobre el periodismo. Es el ejemplo potente de una época que prescinde de la noticia. De un oficio cada vez más precarizado, alienado en la búsqueda constante del efecto.
AM
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