viernes 26 de abril del 2024
COPA AMÉRICA

El grito sagrado

Después de 28 años, la Selección festejó. Por primera vez en HD, con memes en redes sociales y desahogos por WhatsApp. Le ganó 1-0 a Brasil en la final y todo el país vio la imagen que deseaba: Lionel Messi levantando la copa con la camiseta albiceleste. Di María fue el autor del gol de la victoria.

El deseo está cumplido. El estigma de las finales que nos persiguió durante un cuarto de siglo, ya es un mal recuerdo: Argentina –¡por fin!– salió campeón y Lionel Messi –como deseaba el país y como deseaba el mundo– tiene la foto que le faltaba a su carrera, levantando un trofeo con la camiseta de la Selección, el escudo de la AFA en el pecho y Diego Maradona en alguna parte, acaso con la sonrisa de sus mejores momentos. La publicidad de la cerveza no pudo ser más oportuna: en el primer torneo sin Diego, la Selección festeja. No nos digan que no hay algo en esa señal.   

La Copa América que empezó casi como un trámite al que nadie le daba demasiada importancia terminó desvelando a buena parte del país, con gente que se juntó en casas y bares en ciudades y pueblos ya sin cuarentena a la vista. Se sufrió como en las mejores épocas y se festejó ante el archirrival de siempre. Por eso también vale mucho: porque fue contra Brasil, en el Maracaná y jugando como se tienen que jugar estos partidos. 

Digámoslo: es difícil jugar este tipo de finales. Hay una tensión en el ambiente, un sentimiento de piernas atenazadas que se percibe incluso a la distancia. Por más de que todos los jugadores –de Brasil y de Argentina– sean super profesionales, millonarios y en su mayoría consagrados, un partido como el de anoche los devuelve a los nervios propios del fútbol amateur, a la época en que eran pibes y soñaban con llegar ahí. 

Por esa razón, exigir juego asociado y sensibilidad con la pelota en los pies, por más de que sean selecciones de primer nivel, a veces es no analizar el contexto: se notó desde los primeros minutos. Argentina, por más de que presentó un mediocampo más de tenencia que de sacrificio, jugó con el manual de Simeone debajo del brazo: dientes apretados ante todo

Por eso, también, la definición de Ángel Di Maria –buen pase largo de De Paul, flojísimo cruce de Lodi– a los 21 minutos del primer tiempo vale mucho más que el gol en sí: la manera de dominarla y el globo a Ederson fue para encuadrarla en esa galería de jugadas que el Fideo viene coleccionando desde aquel gol en la final de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 contra Nigeria. Di María, durante años apuntado por hinchas fastidiados, tuvo su consagración definitiva en ese toque. 

¿Y Messi? ¿Y Neymar? Poco y nada. El partido fue tan friccionado, tan áspero, que no tuvieron mucho margen de maniobra ni de un lado ni del otro. Apenas algún esbozo, algún tiro en medio de un acorralamiento rival, algún desequilibrio cortado con una falta, como la que hizo Lo Celso al principio del segundo tiempo que le valió la amarilla. 

Fue acaso por esa falta, y porque no se podía jugar condicionado ante el desequilibrio de los brasileños, que Scaloni decidió sacar a Lo Celso para poner a Tagliafico: había que empezar a construir el muro del final, el cepo a los avances del local, que nunca fueron claros, pero siempre amagaron con concretarse. Neymar siguió desequilibrando en los duelos individuales y generando amarillas en Argentina, como con De Paul u Otamendi.

     

Pero la Selección aguantó, y desde el otro lado de la frontera llegó la señal del desahogo. Lo de anoche fue histórico, en el sentido literal: nunca habíamos visto a la Selección campeona en HD. Ni en un plasma, ni en un Smart TV. Cuando Ruggeri, Simeone y Batistuta levantaron la Copa América de 1993, Argentina era presidida por Carlos Saúl Menem, ¡Grande, pa! era la telenovela furor del momento, internet era solo una promesa y las redes sociales no existían.

El mundo cambió brutalmente en estos 28 años, pero la Selección permanecía en estado de hibernación. Estábamos en un Good Bye Lenin! futbolero: ante cada derrota en una final, ante cada desconsuelo, volvíamos a ver por YouTube nuestros partidos más épicos, los goles de Caniggia en el noventa, el Everest de Diego en México 86, o los bombazos de Bati en las Copas América de 1991 o 1993.

Durante todos estos años, las personas futboleras del país –y muchas de otros países– queríamos ver a Messi apretar ese botón que nos sacara de esos recuerdos y de esas imágenes pixeladas, para trasladarnos a lo que festejamos ayer, hoy y esta semana: gritos que se mezclan con memes y sticker de WhatsApp, la Selección con la Copa en high definition, la Pulga como postal. Lo deseábamos. Incluso lo necesitábamos. Ahora ya está: somos historia.

 

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