martes 19 de marzo del 2024
Literatura

Hugo Lamadrid: "El fútbol es una mierda"

En el libro que acaba de publicar el ex volante de Racing describe su desvinculación del club. Los aprietes y la campaña en su contra que armó el presidente Juan De Stéfano.

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Para la segunda mitad de 1990 estaba increíblemente recuperado de la última operación: me había liberado de las tensiones, de la presión de volver a ser, de esa frustración que podía significar tener que dejar la carrera antes de cumplir los 25 años.

Ese año terminé jugando y yéndome de vacaciones a Acapulco con mi amigo Walter Fernández. Tuve muy buenos partidos frente a Olimpia de Paraguay por la Supercopa, uno en Asunción y la revancha en cancha de Vélez Sarsfield, lo que me devolvió la consideración de muchos que me daban como un caso perdido. El “no puede volver a jugar” de golpe me había desafiado y ahí estaba, aceptando y enfrentando el desafío.

Regresé un día después de lo que correspondía de mis vacaciones de México por un problema con los vuelos y me recibió la noticia de que Roberto Perfumo era nuestro nuevo DT. 

En seis meses iba a quedar libre y durante el último año no había tenido contacto con la dirigencia porque ellos especulaban con mi recuperación. Y como esa recuperación finalmente había quedado de manifiesto en los partidos con Olimpia, sabía que al volver a Buenos Aires, después de la pretemporada, iba a recibir una llamada para comenzar a hablar sobre mi contrato. Y se lo anticipé a Roberto: podía haber quilombo porque yo iba a poner sobre la mesa todo lo que había hecho por jugar aquella Copa Libertadores, por el destrato, las negligencias de la dirigencia y las responsabilidades nunca asumidas por ellos.

Entonces le volví a preguntar:

-¿Vos me necesitás, Roberto?

-Si, arreglá el contrato que te quiero en el equipo.

Era lo que necesitaba. Ese empujón para ir a pelear por lo que yo entendía que me correspondía, y de golpe y casi sin darme cuenta, estaba en la consideración no solo de algunos, sino de casi todos.

Ya en Buenos Aires volvimos a los entrenamientos en el Cilindro. Una de las tardes, mientras me subía al auto para volver a mi casa, de un BMW gris bajó De Stéfano. Y me habló después de mucho tiempo:

-Me dicen que estás mejor.

-No tanto, dicen tantas pelotudeces a veces por acá.

-Tenemos que arreglar tu contrato.

-Cuando quieras.

-Vení mañana después del entrenamiento a la sede.

Hugo Lamadrid, ex jugador de Racing-20200527

Fue todo lo que hablamos en ese momento, de manera muy fría, sabiendo los dos que esa historia no iba a terminar bien. La ventaja que él tenía era que la historia que no iba a terminar bien, era la mía. Tiempo más adelante me daría cuenta de que estaba a punto de cometer uno de los más grandes errores de mi carrera: no haber tenido un representante que fuera a negociar en mi nombre porque yo estaba muy enojado. Y con razón.

Llegué a la sede y subí por las escaleras. Me hicieron pasar. No me invitaron ni siquiera un vaso de agua. Del otro lado de un imponente escritorio de madera marrón oscuro, con fotos y papeles y un vidrio encima, me esperaba De Stéfano. Me di cuenta rápidamente de que la negociación no duraría demasiado. Y que el final podía ser violento.

-¿Vas a firmar el contrato o no?

-Sí, claro. Para eso vine.

-¿Cuánto querés?

Yo estaba intrigado por saber qué pensaba hacer el presidente con un jugador que, al margen de haber jugado tantos partidos de Copa Libertadores roto y que había puesto en riesgo su carrera (por propia decisión, es justo decirlo), era además patrimonio del club. Era un jugador de 24 años en el que habían gastado muy pocos pesos en su formación, por el que unos meses antes había existido una oferta de cinco millones de dólares del Atlético de Madrid y al que podía llegar a negociar en un futuro.

-Yo llevo un año y medio sin contrato. Quiero que el club me haga un contrato por ese año y medio que pasó, más otro año y medio porque sino en seis meses vuelvo a estar sin contrato actualizado. O sea, quiero un contrato por tres años. ¿Cuánto vale para vos todo lo que yo hice por el club? ¿Cuánto vale que se hayan apurado para sacarme los puntos cuando estaba en danza aún ese interés del Atlético de Madrid y una oferta de cinco millones de dólares? ¿Cuánto vale el haber estado meses sin recibir un llamado desde el club para saber cómo estaba del pie?

Lamadrid: “El fútbol es una mierda”

Me miró por unos segundos algo desconcertado; supongo que él esperaba un número al cual poder darle pelea.

-50.000 dólares por los tres años -dijo con voz enérgica.

-Cuando quieras hablar en serio me volvés a llamar.

Me levanté de la silla y me fui sin saludar. 

De Stéfano me convoca a una segunda reunión en la sede. Estoy, otra vez, esperando frente a la vitrina de vidrio opaco y sucio. Se abre la puerta. De Stéfano está con dos guardaespaldas. Sus culatas. El clima es tenso. Estamos cerca, los cuatro.

-Bueno, pendejo, ¿vas a firmar o no? –me apura el presidente.

-Te dije que sí. También te dije que me digas vos cuánto creés que vale lo que yo hice para poder jugar la Copa Libertadores –le respondo.

-50.000 dólares -insiste.

Mis sospechas se confirman. No le interesa en lo más mínimo mi continuidad en el club. No por casualidad ese gran equipo del 88/89 se desmembró en pocos meses.

Lo miro por un largo momento. Veo en su mirada un goce particular, una mueca que no expresa preocupación sino todo lo contrario. Los lentes le caen sobre su nariz: nos miramos a los ojos. Me desafía con su mirada. Me gusta el desafío. Hago silencio. Empiezo a perder la batalla contra la cordura, la moderación y los buenos modales que siempre me inculcaron en mi casa.

Pero de repente reacciona, como si mi silencio lo incomodara. De Stéfano acaricia con su mano derecha a su puño izquierdo, muy lentamente. ¿Me está invitando a pelear?

-Si no firmás, no jugás más.

Hugo Lamadrid, ex jugador de Racing-20200527

Agacho la cabeza. Trato de ordenar los pensamientos. Me tiemblan las manos. Levanto la vista y miro a cada uno de los presentes, lentamente empiezo a correr mi silla hacia atrás indicando que me voy a retirar. Me pongo de pie, arrimo la silla prolijamente hacia el escritorio, doy dos pasos atrás.

-Te podés ir a la concha de tu madre. Vos, vos y vos –señalo, primero al presidente, después a sus dos culatas.

Doy media vuelta y me voy. Antes de cerrar la puerta escucho:

-Andá a entrenar mañana –dice De Stéfano. Y se ríe.

Al otro día entré al vestuario, llegué al banco de madera, colgué mi bolso en el gancho de la pared (al que le estaba faltando un tornillo y por eso caía hacia un costado, pero con la suficiente firmeza como para sostenerlo), me senté y me desaté los cordones como siempre. Me dirigí hacia la puerta de la utilería donde siempre había un mate con facturas o bizcochitos de grasa esperando.

-No tenés ropa, Flaco. Me dijeron que no te dé la ropa –me recibió Conejo.

-¿Quién?

Conejo señaló hacia arriba con su dedo índice, como los goleadores que dedican un gol al cielo. El jefe ayer a última hora de la tarde había bajado la orden. Yo ya no formaba parte del plantel.

Las semanas comenzaban a pasar cada vez más rápido y, como todo jugador libre sin ofertas, empecé a tachar los días como los presos. Mi ansiedad iba en aumento y lo mismo la intranquilidad: por lo deportivo y lo económico.

Un llamado me sorprendió una mañana: “Hola Lamadrí, soy Antonio Alegre, como le va”. Antonio Alegre era el presidente de Boca Juniors en aquellos años. Le devolví el saludo con afecto porque nos habíamos conocido hacía unos meses.

-Lamadrí, me dicen que Racing lo deja libre. ¿Es verdad? –preguntó don Antonio.

-Así parece –respondí sin demasiadas ilusiones.

-Solucione el tema de los papeles que se me viene para Boca –me dijo con un tono paternal antes de dar por finalizada la conversación.

El día pactado para finiquitar los trámites administrativos y dejar plasmada en un papel mi salida de Racing, me presenté en la escribanía en el horario convenido, pero luego de casi una hora de espera entendí que nadie llegaría en representación del club. Hasta ese momento no tenía motivos para pensar que algo extraño podría estar empezando a gestarse. El tiempo corría cada vez más rápido, seguramente porque detrás tenía el implacable acoso de la fecha de cierre del libro de pases.

Hugo Lamadrid, ex jugador de Racing-20200527

No tenía novedades desde el club y un viernes recibí la llamada de una persona relacionada a Gimnasia y Esgrima La Plata.

-¿Es verdad que queda libre de Racing? –me preguntó incrédulo.

-Sí -le respondí.

-Si le interesa, ¿puede venir el lunes?

A las 24 horas, sin embargo, recibí un nuevo llamado de esta persona preguntándome por el estado de mi tobillo: “El gerente de Racing nos dijo que está roto y que no puede volver a jugar al fútbol. Y que por eso lo dejan libre”.

Aquella pequeña sospecha en la escribanía se empezaba a transformar en un hecho. Algo similar me ocurrió días después con Rosario Central.

Desde Racing habían instalado en las dirigencias de los distintos clubes un rumor con fuerza de verdad. “Lamadrí está roto y no puede jugar más al fútbol, por eso lo dejamos libre”. Mi única respuesta a cada una de esas afirmaciones era la misma: hagamos una junta médica con médicos de AFA cuando ustedes quieran, con un malhumor evidente en cada contestación.

Juan De Stéfano era vicepresidente de AFA en ese momento y la respuesta de un club que terminó de abatirme fue una que decía más o menos así: “Nos gustaría que vinieras, pero no queremos tener quilombos con Juan”.

Una vez más se me cruzó por la cabeza la idea de dejar de jugar. Lo turbio que rodea a veces al fútbol y que los jugadores comentan muchas veces en off, lo estaba empezando a vivir en primera persona. El fútbol es una mierda.

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