jueves 28 de marzo del 2024
CUMPLEAÑOS

Los 70 años de Mostaza: la historia detrás de su estatua

Por Alejandro Wall * | En el día de su cumpleaños, una crónica sobre el monumento que le hicieron los hinchas de Racing a Reinaldo Merlo, escondido durante siete años en la casa del cineasta Flavio Nardini porque lo quería robar la barra de Independiente.

442

La estatua de Mostaza Merlo vivió siete años en la clandestinidad. Apenas salía a escondidas para visitar alguna ciudad. Los hinchas la tocaban, acariciaban su mano izquierda, los cuernitos, se sacaban fotos, y luego de una jornada intensa volvía al refugio. Sólo un puñado de gente sabía bajo qué techo pasaba las noches y en ese puñado no había un solo hincha de Independiente. Porque era los hinchas de Independiente quiénes la habían querido secuestrar. La estatua de Mostaza, otra víctima de la batalla en la Cachemira.

Flavio Nardini, el cineasta que pudo haber sido un chico de Boca pero es un hombre de Racing, la pensó junto a sus vecinos de tribuna más o menos en la octava fecha del campeonato, cuando sintieron que todo era posible. Siempre se había dicho que el técnico que sacara campeón a Racing lo mínimo que merecía era una estatua. Era una tarea tan ardua que merecía el bronce. Así que lo sumamos al repertorio: “Se viene la estatua de Merlo/se viene la estatua de Merlo/se viene la estatua de Merlo/en Alsina y Colón”. Lo cantamos como una forma de decir sin decir: se viene la estatua era se viene el Racincampeón.

La casa de Flavio en Colegiales es un santuario de Racing. Me lleva al parque y me señala la pileta: el escudo celeste y blanco en el fondo. A un costado, apoyadas sobre el piso, tres asientos de las viejas plateas, hasta con la numeración: 346, 348 y 23. Todo es Racing. Hay un cuadro que es Racing. Hay cincuenta camisetas que son Racing, también de Santander, Montevideo y París. Hay banderines que son Racing. Hay un metegol en el centro del living que es Racing y, del otro lado, es Independiente. Hay una gata que camina entre todo eso, que se llama Dazolín y se apellida Lacademia que es, obviamente, Racing. Hay una Mac llena de fotos de Racing. Y hay un marco que encuadra una bermuda de jean, una camiseta, y una entrada. Eso también es Racing. Es la ropa que Flavio usó  para ir a todos los partidos de ese torneo, y el ticket que le permitió entrar a la cancha de Vélez. Sobre eso, la firma de Mostaza.

Nardini pensó en hacerle una estatua junto a sus vecinos de tribuna más o menos en la octava fecha del campeonato, cuando sintieron que todo era posible

Ahora estamos sentados a la mesa de la cocina. En un cuadro, mirándonos, Tony Soprano. “Me mata”, dice Flavio, que en sus largometrajes ha tenido guiños inevitables a Racing: desde un capítulo llamado Celeste Académico en 76 89 03 hasta la camiseta de un quiosquero y la frase “Racing campeón 2001” pintada en un banco que aparece en Regresados. En las publicidades también incluye esos caprichos. Pero la obra racinguista más reconocida de Flavio Nardini dura 8.39 minutos. Es un cortometraje, Tiempo de Descuento, que resultó profético. “A Doña Rosa, por hacerme hincha de Racing”, lo dedica Flavio. Tres secuestradores están por matar a su rehén, que pide como último deseo escuchar el partido que Racing está jugando contra Boca por el campeonato. Si gana es campeón. Uno de los captores –Diego Capusotto– es hincha de la Academia y acepta el pedido. Víctima y victimario quieren lo mismo: que Racing sea campeón. Eso es el fútbol. “Después de 32 años Racing está frente a la posibilidad de ser campeón”, se escucha –y pienso en las cosas que flasheamos durante tanto tiempo, en cómo imaginamos ese momento infinidad de veces, nos hemos pasado días así: imaginando. Lo más curioso es que Nardini le pegó bastante cerca: en el cortometraje Racing sale campeón en la cancha de Vélez y con un gol de cabeza de un defensor.

Tenemos nuestra relación con el cine. Nardini me habla de las películas de Jorge Porcel, que siempre te metía un Racing. Pero somos la desmesura: teníamos que llegar a Hollywood y, además, conquistarlo: con menos de eso no nos alcanzaba. Dimos el golpe con El secreto de sus ojos, la película de Juan José Campanella. Primero pusimos a Guillermo Francella, nuestro hombre en la pantalla, nuestro replicador, y casi nadie se dio cuenta de que íbamos por todo. Después pusimos a uno de los personajes y prestamos a varias glorias para el guión. En silencio, de a poco. Hasta que apareció la hinchada, directamente, la tribuna y nuestro grito. Estábamos para dar el asalto final.

La escena: Guillermo Francella es Pablo Sandoval; Ricardo Darín es Benjamín Espósito. Ambos son empleados judiciales e intentan encontrar al culpable de un asesinato. Sandoval está en un bar cercano a Tribunales tomando un whisky. Tiene las cartas que el criminal le había enviado a su madre. “¿Cómo es posible que no lo podamos encontrar a este tipo? Siempre se nos hace humo, ¿dónde está?”, se pregunta. Y, entonces, encuentra el lugar al que nunca dejará de ir. “Vení”, le dice Sandoval a Espósito. Ambos van a la barra, en donde beben unos hombres. Sandoval presenta a uno de ellos, un escribano.

            -Vamos con la primera carta de nuestro querido amigo Gómez –anuncia Sandoval, el personaje de Francella-. “Te juro que con lo que llovió quedé peor que Oleniak la vez aquella…” Escribano por favor…

            -Juan Carlos Oleniak debutó en Racing en el año 60. En el 62 pasó a Argentinos Juniors. En el 63 volvió a Racing. En un clásico con San Lorenzo le dieron un empujón y lo metieron de cabeza en el foso. Salió todo empapado.

            -Naaa, una cosa seria, acá lo llamamos Platón… porque vive de la Academia… “Yo te voy a traer, vieja, y vamos a ser flor de yunta. No es lo mismo Anido, que Anido con Mesías”. Doctor…

            -Anido y Mesías, backs del Racing campeón del 61. Negri al arco; Anido y Mesías; Blanco, Peano y Sacchi; Corbatta, Pizutti… Mansilla, Sosa y Belén.

            -“Quedate tranquila, vieja, en eso soy como Manfredini y no como Bavastro”. Escribano...

            -Pedro Waldemar Manfredini. Se lo compraron a los mendocinos por dos pesos y resultó ser un jugador extraordinario para su época. Increíble. Julio Bavastro, puntero derecho, jugó sólo dos partidos entre el 62 y el 63 sin abrir el store.

            -Cito: “Yo no quiero terminar como Sánchez”. ¿A quién se refiere como Sánchez, doctor?

            -No, seguramente se está refiriendo al guardameta Ataúlfo Sánchez, eterno suplente del gran Negri. Jugó solamente 17 partidos entre el 57 y el 61.

            -Escribano, ¿qué es Racing para usted?

            -Una pasión, querido.

            -Aunque hace nueve años que no sale campeón.

            -Una pasión es una pasión.

            -¿Te das cuenta, Benjamín? El tipo puede cambiar en todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios, pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín: no puede cambiar de pasión.

Llegamos al éxtasis total: la pasión del fútbol, en el cine, se explica con Racing. Nos anotamos un nuevo triunfo. Pero había más: al diálogo le sigue un plano secuencia formidable que se acerca desde el cielo oscuro a la cancha de Huracán, sobrevuela el partido de Racing con el Globo –con un error: el relator, en off, nombra al Gringo Scotta cuando en la Academia, en realidad, jugó su hermano, el Tola- y se mete en la tribuna, en donde Espósito y Sandoval buscan al asesino mientras la hinchada canta lacadeee, lacadeee, lacademia, lacadeee.

El autor de La pregunta de sus ojos, el caldo de la película, es fanático de Independiente. Eduardo Sacheri, un narrador de grandes historias futboleras, no había incluido en el libro la escena de la cancha, recién lo hizo en la adaptación del guión, a pedido de Campanella, que no es hincha de Racing sino de la hinchada de Racing, que también estuvo presente en otras de sus películas: El mismo amor, la misma lluvia y Luna de Avellaneda. Sacheri ha tenido que explicar que no hay ningún doble sentido en haber construido a un asesino hincha de Racing, ni tampoco ninguna contradicción en haber explicado la pasión con la Academia y no con Independiente. En el fondo, cree Sacheri, todos los hinchas somos iguales.

Al no poder colocarla en la cancha, Nardini se la ofreció a Mostaza para que se la llevara a su departamento. “Naaa, querido, tengo un living de cuatro por cuatro”, dijo.

Pero en la película se hablaba de Racing. El secreto de sus ojos ganó el Oscar al mejor filme extranjero y, entonces, lo ganamos nosotros; conquistamos Hollywood y lo gritamos como un gol del Toti Iglesias. ¡Academia, carajo! Allá en Los Ángeles teníamos a Francella mientras acá mandábamos a hacer los afiches para enorgullecernos, para mostrárselos a nuestros hijos o para leernos nosotros mismos como una forma de autosatisfacción: “La primera hinchada que gana un Oscar”. Quisieron adjudicárselo los de Huracán porque pusieron el estadio, los de Independiente porque pusieron el guionista y hasta los de San Lorenzo porque se nombra al Gringo Scotta. Un diario llegó a armar una encuesta para resolver el dilema, pero para nosotros no había mucha discusión: Quentin Tarantino, Pedro Almodóvar y los miembros del jurado de la Academia de Hollywood -¡Ja! ¡La Academia!- que vieron la película lo que escucharon fue Racing.

Era lo que nos faltaba y, vamos a decirlo, habíamos hecho muchos méritos. Si uno se pregunta cómo hace una hinchada de fútbol para ganarse un Oscar no tiene más que revisar nuestros 35 años sin campeonatos, con descenso y quiebra.

            -Hemos tenido que vivir muchas cosas extradeportivas –me dice Flavio Nardini-. La quiebras, la clausura de la cancha, el remate de la sede. Somos todos abogados, somos todos contadores, somos todos jueces. Y lo que no te mata, te fortalece. Entonces, en un momento el único orgullo era la gente de Racing y teníamos que embanderar más eso; teníamos que seguir encontrando justificación a tanta locura. Entonces era más locura: los papelitos tenían que ser el triple de papelitos; las cargadas tenían que ser con un avión sobrevolando la cancha de Independiente; la bandera tenía que ser la más grande; todo tenía que seguir exagerado.

Flavio toma impulso, se emociona mientras enumera.

            -Era todo épico, los artistas y los famosos. El Loco Chávez de Horacio Altuna en la contratapa de Clarín. Las películas de Porcel. Francella, Mirtha Legrand, Capussoto. Por ellos la tele seguía hablando de Racing como si fuera un equipo que diera satisfacciones y llenara de orgullo a la gente y la verdad no era así. También para justificarnos ante nuestras familias y amigos. Ellos saben que si cumplen años o se casan y ese día juega Racing, yo no voy. Ya me quieren y me aceptan, pero es difícil el Día de la Madre no estás, el Día del Padre no estás. Racing es mandato principal.

Mostaza Merlo cumpleaños
Desde sus redes sociales, Racing saludó y homenajeó a Mostaza por su cumpleaños. 

Le propongo a Flavio un juego, pensar qué director es hincha de Racing a partir de sus películas. Mi amigo Jorge Bernárdez, bostero y crítico de cine, dice que Steven Spielberg es de Boca y que James Cameron es más de Boca todavía que Spielberg.

            -Roland Emmerich es de River, porque es una catástrofe.

            Ahora jugamos con Flavio.

            -Yo lo haría hincha de Racing a Brian De Palma, pero porque es el tipo con el que aprendí a amar el cine.

            -¿Y por sus películas quién es de Racing?

            -Los hermanos Cohen. Las tragicomedias, los disparates que pasan ahí, son locuras y Racing es una locura. Además me parece que son tipos muy pasionales, tienen que ser fanáticos de Racing.

            Flavio piensa y se le ocurra otro nombre.

            -No, Woody Allen… Woody Allen es muy racinguista: las relaciones, la angustia del ser, el adónde vamos, por qué estamos, el sufrimiento, el saber que te vas a morir. Y esa tenacidad de seguir haciendo películas, de no parar de hacer y hacer. Woody Allen es hincha de Racing.

            Flavio, que alguna vez rechazó un viaje al Festival de Cannes porque tenía que ir a ver a la Academia, me señala un pasillo de su casa. “Ahí estaba”, me dice. Lo veía cada mañana al despertarse y lo saludaba. Se había acostumbrado a ese ritual.

            -No era normal, yo sé que no era normal

El bronce de Mostaza Merlo durmió con Flavio durante siete años.

Nardini me señala un pasillo de su casa. “Ahí estaba”, me dice. Lo veía cada mañana al despertarse y lo saludaba. Se había acostumbrado a ese ritual.

La escultura, obra del artista plástico Daniel Zimmermann, también sufrió los vaivenes de la crisis económica. Habían juntado entre cuarenta hinchas 1.800 pesos pero luego todo se encareció. Cuando la tuvieron lista quisieron llevarla a la cancha pero Fernando Marín, el gerenciador, se negó a que la colocaran.

            -Esa es la soberbia de Marín, estaba celoso, creía que la estatua debía ser para él- me dice Flavio.

Marín niega sus celos.

            -Yo tenía el perfil que la vida me había dado. El social, por los artistas. ¡Es ridículo pensar en un perfil protagónico superior al de Merlo!  ¡Ridículo!

Seis meses después del título, Mostaza dejó Racing enojado por la falta de refuerzos. Marín sostiene que todo se terminó cuando Mostaza pretendió imponerle las cosas.

            -Estaba convertido en estrella y le dije que no. Mostaza, acá sigo mandando yo. Quiero jeraquía, quiero jerarquía, me decía. ¿No entendés?, le decía yo. No voy a pedir otra quiebra. Nos puteamos, le dije andate, se paró y se fue.

            -¿Y por qué no quiso la estatua?

            -Me opuse porque me parecía ridículo hacerle una estatua en vida a un tipo de 50 años que podía estar dirigiendo mañana. Me pareció una pelotudez. Y por eso dijeron que yo estaba celoso de Merlo. Lo distorsionaron.

Al no poder colocarla en la cancha, Nardini se la ofreció a Mostaza para que se la llevara a su departamento. “Naaa, querido, tengo un living de cuatro por cuatro”, dijo el técnico. Flavio piensa ahora que no está tan bueno tener la estatua de uno mismo en su casa. Sin un lugar, el monumento al hombre del Paso a Paso terminó en una galería de arte en Villa Devoto, en donde la descubrieron. “De todos los hinchas de Racing a Carlos 'Mostaza' Merlo. Por llevarnos –paso a paso- al ansiado campeonato. Gracias", dice la placa que está en la base. Pero una madrugada, mientras todo Racing dormía, un grupo de barras de Independiente que tenía el dato ingresó por la noche al local e intentó secuestrar al Mostaza de bronce. Algo evitó, sin embargo, que pudieran llevarse la escultura. Aunque tenían todo listo, hasta el mensaje escrito en la pared: “Vení a buscar la estatua, puto”. 

"Me opuse porque me parecía ridículo hacerle una estatua en vida a un tipo de 50 años que podía estar dirigiendo mañana. Me pareció una pelotudez", dice Marín

Flavio no podía exponerla a esos peligros. Soltero, con una casa grande, sin nadie que pudiera reprocharle nada, guardó y cuidó la estatua de Merlo desde entonces. Saludó a Mostaza cada mañana. Sólo la sacó para llevarla a las filiales. Los vecinos lo miraban extrañados cuando sacaba el monumento de bronce. Flavio, para despistar, decía que estaba en el taller de un realizador de escenografía. “Está en el barrio de Villa Ortúzar, en un lugar protegido por alarmas y personal de seguridad”, decía para espantar cualquier intento de robo. Su casa también corría peligro si terminaba sabiéndose la verdad. Sólo quienes lo visitaban en sus casas descubrían el secreto.

            -Siempre que venía alguno por primera vez no lo podía creer, se sacaban fotos o llamaban a otros amigos para que vinieran a verla.

Flavio encontró en la estatua una fuente de energía. En la mano que indica el paso a paso, la derecha, le colgó un papel en el que iba anotando nombres de enfermos.

            -Desde los mínimos problemas de salud hasta los más serios, incluso uno muy serio, han salido bien.

Flavio aclara que no cree en esas cosas, que es mejor ir a un médico, pero que nunca está de más y algunos amigos se lo pedía. En 2003, incluso, le colgó una foto de Néstor Kirchner con Lula Da Silva para que al país le fuera bien.

            -No sirvió para laburo, eso sí.

Flavio dice que le colgó el guión de su película y no resultó.

            -Pero el tipo tiene suerte, eh, es un tipo de buena energía.

Ahora que ya no la tiene Flavio la extraña.

            -Ya era parte de mi familia. 

Tardó mucho tiempo en acostumbrarse a no poder saludarla, pero sabe que la estatua está bien y duerme en el lugar que le corresponde: la cancha.

 

*Fragmento del libro ¡Academia, carajo! publicado en 2011. Alejandro Wall también publicó Corbatta. El Wing y Ahora que somos felices (sobre el Racing campeón de 2019).

Libro Academia Carajo