En el futuro, 2020 rememorará inmediatamente al Covid-19. Aparentemente, la cifra referirá también al año en que Lionel Messi abandonó Barcelona, su casa de más de media vida, para lanzarse a una aventura desconocida más allá de los paredones de la ciudad condal.
La vida te da sorpresas y aquí estamos, en medio de una pandemia que tiene de rodillas al mundo desde hace meses y en una semana que sacudió los cimientos mismos del planeta fútbol con el anuncio de que Messi ya no desea seguir siendo blaugrana, burofax (carta documento a la española) dixit.
La “Pulga” ya debe estar acostumbrado a dividir aguas, sea a través de sus actuaciones en el campo de juego, mediante sus conductas en el vestuario, por obra y gracia de silencios y/o declaraciones polémicas, aunque esto último mucho más raramente; en fin, suele pasar con los genios.
El Barca terminó siendo un ambiente protegido, su zona de confort, casi un espacio intrauterino en el que la palabra hogar adquirió una significación especial. No es de extrañar que recién a los 33 años experimente la necesidad de alejarse de la “casa materna”
Están los que afirman que con su amargo adieu al club de sus amores el rosarino le retira el cuerpo a una situación compleja, así como ha desaparecido de varios partidos en los que la mano venía cambiada, mayormente con la camiseta de la Selección, aunque en los últimos años con la del Barca también (oprobiosas eliminaciones sucesivas en Champions League ante Roma, Liverpool y Bayern Múnich).
Enrique Macaya Márquez lo puso de alguna forma en palabras esta semana en declaraciones al diario Olé: “Me habría gustado que ahora que el barco se llena de agua, se hubiera quedado para cumplir el desafío y afrontar las dificultades”.
Una vereda similar transitan quienes entienden que la decisión de Leo se emparenta con situaciones anteriores cuando, disconforme y frustrado por la realidad, armó algún “berrinche”, que ésta vez sí amenaza con pasar a mayores (en dos oportunidades, 2014 y 2016, amagó con abandonar el club catalán y en una ocasión, tras la Copa América 16, dimitió a la Selección, pero poco después regresó).
Del otro lado de la “grieta”, las miradas se orientan en otro sentido: por cualesquiera sean los motivos de fondo tras el trompazo del 2-8 en Lisboa ante el Bayern, Messi se encuentra a punto de dar un paso muy importante en su carrera (y en su vida). Quizá demorado incluso unos años.
Es que Barcelona fue su lugar en el mundo, más allá de su Rosario natal. Hace 20 años la institución culé le abrió las puertas que se le cerraban en Argentina, y se convirtió no solo en la plataforma de su vertiginoso ascenso al olimpo del fútbol, sino también en su filosofía de vida.
Así, para Messi el Barca terminó siendo un ambiente protegido, su zona de confort, casi un espacio intrauterino en el que la palabra hogar adquirió una significación especial, acorde a su condición de temprano “exiliado” por motivos futbolísticos. No es de extrañar que recién a los 33 años experimente la necesidad de alejarse de la “casa materna” (ergo, La Massía y el Fútbol Club Barcelona).
La felicidad suele ser una construcción interna que se proyecta en lo externo. Ahora, Messi tratará de aprender a sonreír en otro destino. Quizá el proceso de cambio y de adaptación implique para él una maduración que termine beneficiando, de rebote, a la selección argentina.
Esta parece ser, pues, una buena oportunidad para que Messi salga a “explorar” otros mundos, llámense Premier League, Ligue 1 o Serie A. Hasta ahora sus únicas “escapadas” han sido a la selección nacional, con los resultados conocidos (en resumen, más frustrantes que satisfactorios).
Toda ruptura implica dolor. Y a veces bronca. Para crecer a menudo es necesario rebelarse, pelearse con figuras de autoridad… Es lo que sucede en la adolescencia. Messi tiene atributos de un adulto (casado, padre de tres hijos y con logros profesionales de superhéroe). Ahora parece que agregará un nuevo ítem a su palmarés personal por elección propia. Irse del Barca le implicará, seguramente, elaborar un duelo y afrontar el miedo propio de lo desconocido, una emoción habitualmente “reprimida” o negada en el prejuicioso mundo del fútbol.
Futbolísticamente, los desafíos son diferentes. No será lo mismo el City que el PSG o el Inter. La Premier League es el torneo más duro, pero tiene un par de ventajas: en el equipo “ciudadano” encontrará gente cercana que le dará contención emocional (Sergio Agüero) y un verdadero líder de grupo (Pep Guardiola), quien ya ha demostrado que está capacitado para ponerles límites a todos, incluso al mejor jugador del mundo (algo que Messi precisa, aunque quizá no lo sepa).
Durante dos décadas, el astro brilló, vivió feliz en Barcelona. Pero ninguna ciudad tiene la exclusividad en ese sentido: la felicidad suele ser una construcción interna que se proyecta en lo externo. Ahora, Messi tratará de aprender a sonreír en otro destino. Quizá el proceso de cambio y de adaptación implique para él una maduración que termine beneficiando, de rebote, a la selección argentina.
*Marcelo Androetto (periodista y psicólogo deportivo)