viernes 26 de abril del 2024
Ranking arbitrario

Los cinco mayores traidores del fútbol argentino

Date una vuelta por Liniers y preguntá por Zárate. Andá a Santa Fe y mencioná a Cabrol. Encará a un hincha de Boca y recordale el caso Ruggeri-Gareca. El fútbol, además de ser el juego más lindo del mundo, tiene a sus despreciables. Hay muchos, se sabe.

Salvo Mauro Zárate, los grandes traidores del fútbol no están en actividad. Ocurre que para que un futbolista ingrese al salón de los detestables debe tener cierta identidad con el club que abandona, y esa característica es cada vez más escasa en el fútbol argento porque los jugadores llegan y se van como si nada. Cuesta que un muchacho se identifique con una camiseta antes de empiece a meter presión para que lo vendan. Por eso, cuando pensamos en los mayores traidores reparamos en que todos jugaron en el siglo pasado. Salvo Zárate, claro.

El ranking arranca, como debe ser, por el puesto número 5. La mejor versión de Claudio Marangoni fue la de Independiente. Seis años estuvo en el Rojo y compartió un mediocampo histórico con Giusti, Bochini y Burruchaga. Ganaron todo. Pero en el 88 se le ocurrió ir a Boca, con el Pato Pastoriza como entrenador. ¿No es para tanto? La historia sigue: al año siguiente Boca ganó la final de la Supercopa. ¿A quién? A Independiente. ¿Dónde? En Avellaneda. ¿Y qué hizo Maranga? Terminó subido al alambrado de la tribuna visitante. Una puñalada tan certeza como la de Zárate a Vélez. 

Sigue Gabriel Cedrés. En toda lista debería haber un uruguayo. Pero su lugar no se lo ganó por el país donde nació si no por la que se mandó con River. Fue a mediados de los ‘90. El tipo venía de ganar nada menos que la Libertadores en el equipo de Ramón Díaz y parecía que estaba todo bien, hasta que de golpe y porrazo pasó a Boca. Sorpresa, claro. Pero lo lindo vino un mes después: se disputó el Superclásico, hizo un gol y se lo gritó en la cara a Ramón. ¿Querés más? En el siguiente Superclásico hizo lo mismo: gol y desenfreno. Hizo todo lo posible para que en Núñez lo consideren un digno exponente del zaratismo.

Diez años antes del episodio Cedrés ocurrió uno al revés, y por partida doble. Oscar Ruggeri y Ricardo Gareca pasaron de Boca a River. Por eso se ganaron el tercer puesto del ranking de traidores. Compartido, pero meritorio al fin. Fue en febrero del 85, una época que el xeneize andaba de mal en peor, padeciendo manejos económicos lamentables, y los jugadores quedaron libres. Con los pases en su poder, la dupla firmó para el Millonario. Fue un escándalo, claro. Poco les importó. Los dos habían pasado por las inferiores en Boca, los dos debutaron en Primera con la camiseta de Boca, los dos traicionaron a Boca.

El caso Cabrol, subcampeón en el ranking de despreciables, es único. Idolo, referente y amado en Unión, tuvo el desatino de jugar para Colón. Con un agravante: en Santa Fe, como en Rosario y en La Plata, la rivalidad se lleva puesta a la ciudad, no hay manera de disimularla. Aquel amor incondicional del tatengue se convirtió en un odio irrefrenable. Y los sabaleros, que lo despreciaban por su origen, lo siguieron haciendo. Darío Cabrol fue, durante años, el tipo menos querido de Santa Fe. Casi, casi, como Zárate en Liniers.

Ahora sí, llegamos al primer puesto. Suenen las fanfarrias para anunciar a… ¿Es necesario? No. A esta altura es un voto cantado. Ni las iniciales hacen falta para descubrirlo. Si no, preguntale a un hincha de Vélez.