sábado 20 de abril del 2024

Messi: de regreso a Oktubre

Fue, quizás, su mejor noche con la Selección argentina. Fue el mismo que el del Barcelona que nos deleita cada fin de semana. Y lo hizo en un partido clave.

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La frase vino, vaya paradoja, de la mente de un inglés que sufrió adentro de la cancha los dos goles inolvidables de Maradona: “Donde está Messi hay esperanza”, escribió Gary Lineker hoy, cuando el partido contra Ecuador nos revolvía la panza por los nervios y la tensión. Lineker, aquel delantero de la selección inglesa en los ochenta y noventa, goleador del Mundial de México 1986, ahora un comentarista prestigioso en Gran Bretaña. A veces, para valorar lo que tenemos -o lo que somos- hay que alejarse. O leer y escuchar a los que nos miran desde lejos.

Messi tuvo una noche que rebotó en todo el mundo y que rebotó en nuestras conciencias. Llovieron los tuits en diversos idiomas. Se postearon fotos viejas. Se recuperaron gifs olvidados. Se mandaron audios de whatsapp para putear a aquellos incrédulos o agnósticos. Se sintetizó al messismo con imágenes que ya conocíamos y aún así no nos dejan de sorprender: pibitos que hacen trabajos esclavos o viven en zonas de guerra, pero que eligen, cada día, para dosificar sus angustias, ponerse su remera: la del Barça, la de la Selección. Cualquiera que tenga su nombre y su número por antonomasia: el diez.

Todo eso ilustró la noche de Messi en Quito. Fue, quizás, su mejor noche con la Selección argentina. Fue todo lo determinante que le exigíamos. Fue el mismo -o incluso mucho más- que el Messi del Barcelona que nos deleita cada fin de semana. Y lo hizo en un partido clave, sustancial: el día que nos podíamos quedar afuera de un Mundial después de medio siglo.

La noche de Messi se concretó, también, porque Di María, Enzo Pérez, Acuña y alguno más entendieron que la pelota siempre hay que dársela al diez. Y dársela en el lugar y momento indicado.

Ellos se la pasaban. Messi proveía.

Y Messi proveyó. Como para silenciar a los que lo criticaron siempre, hizo el primero, hizo el segundo e hizo el tercero. Haciendo las diagonales con sello catalán. Recuperando y definiendo de manera impecable. Tocando exquisitamente por encima del arquero. El rosarino protagonizó un partido de esos que no se olvidan más. Por todo lo que había pasado en los días y semanas anteriores, y por cómo había empezado el duelo en Ecuador: con un gol a los 35 segundos. Un golpe que podría haber sido de nocaut.

Después, llegó su desahogo, como el de sus compañeros. Las lágrimas. Las gracias. Las puteadas justificadas a los periodistas. El fin de la veda comunicacional. El pedido de un pacto: “Porque en definitiva todos queremos lo mismo. Queremos que a la Selección le vaya bien y ganar el Mundial”, dijo ante los micrófonos.

Antes de eso, en el vestuario, los cantitos habían marcado el principio del camino a Rusia. Justo en oktubre. Justo el diez del diez. Como si los números, esta vez, estuvieran de su lado.