domingo 15 de diciembre del 2024

Onganía & Bombonerazo

El fantasma de Perú persigue a la Selección Argentina y la Bombonera está lista para ejercer otra vez como escenario intimidante. Los antecedentes.

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“Alguna vez nos deja pensativos la sensación ‘de haber vivido ya ese momento’. Los partidarios del eterno retorno nos juran que así es e indagan una corroboración de su fe en esos perplejos estados”.

Jorge Luis Borges (1899-1986); De “La doctrina de los ciclos”.

No llegaba a ver bien ni siquiera en puntas de pie aunque me negaba, serio, si algún mayor me proponía subirme sobre sus hombros. No cabía un alma en la Bombonera y fui leyendo el partido a partir de los gestos, como en la curiosa triangulación del viejo codificado: ojos que miran a otros ojos que observan algo que no se ve pero es relatado. Las cosas no pintaban bien aquella tarde del 31 de agosto de 1969.

Argentina tenía que ganar, pero perdía con Perú y se quedaba afuera del Mundial de México 70. Empató Albrecht de penal, con ocho minutos por jugar, pero enseguida Cachito Ramírez definió de contra, frío como un killer: 1-2. La gente abandonaba el estadio como en un incendio, así que me sobró espacio para ver el golazo del Toscano Rendo sobre la hora, eludiendo conitos, como lo haría Maradona con los ingleses 17 años más tarde. De nada sirvió.

Silbidos, gritos, lágrimas. Manos sobre la cabeza. La última imagen que recuerdo es el puñado de peruanos festejando en su tribuna y una metralla de naranjas que volaban de abajo hacia arriba. Ignoro de dónde las sacaron y ni siquiera sé si eran naranjas. Pero aún los veo, en la foto de mi memoria infantil.

Perú era un equipazo. Lo dirigía Didí y jugaban Teófilo Cubillas, un 10 que manejaba todo, Chumpitaz atrás, y el veloz Cachito Ramírez en el papel de verdugo. Argentina tenía cracks –Perfumo, Marzolini, Brindisi, Albrecht, Yazalde, Marcos– pero no un equipo, pese al esfuerzo del maestro Pedernera, que reemplazó al inexperto Maschio, desplazado por orden superior.

Fue el mismísimo Onganía, ex general, dictador, cursillista y futbolero módico, quien decidió el cambio de técnico y escenario, confiando en que la Bombonera ablandaría a los peruanos como los palos de su policía lo habían hecho con los estudiantes en La Noche de los Bastones Largos, cuando había más fuga de cerebros que de capitales. Le fue mal. Aunque peor le había ido tres meses antes, con el Cordobazo.

Difícil era ganarle a cabeza dura al general La Morsa –apodo que Landrú le impuso en su Tía Vicenta, de inmediato clausurada–, así que dos meses después, la Bombonera estaba lista para ejercer otra vez como escenario intimidante. Lo necesitaba Estudiantes para intentar la hazaña de revertir un 0-3 contra el Milan y retener la Copa Intercontinental. Podía fallar, y falló. Fue un desastre.

Allá, Néstor Combín, un 9 santafesino de Las Rosas que llegó a jugar para Francia, se había burlado de los modestos sueldos de los platenses haciendo constante referencia a sus abultados ingresos en moneda fuerte. No cayó bien.

La revancha la ganó Estudiantes 2-1 pero Milan fue el campeón; Poletti, Aguirre Suárez y Manera terminaron presos en Devoto y Combín, con el rostro desfigurado, fue retenido en el Regimiento de Palermo y acusado de desertor. Estuvo un rato a la sombra y lo dejaron ir. Como Onganía se iría de la Casa Rosada el 18 de junio del año siguiente, expulsado por el Cano Lanusse y reemplazado por Levingston, ya sin margen luego del secuestro de Aramburu en manos de un grupo de jovencitos peronistas que se hacían llamar Montoneros.

Sería un disparate comparar al presidente de AFA Chiqui Wall de Moyano con Onganía, aunque en los hechos ambos tuvieron la misma idea: usar la Bombonera como arma. La historia nos advierte que el tiro ha salido por la culata no una, sino dos veces. De todas maneras hablamos del pasado, compatriotas. Hoy el mundo es otro y las cosas, como no, pueden cambiar. Veremos.

El fantasma de Perú persigue a la Selección. En 1985 casi la deja otra vez sin México. Nos salvó Passarella, antes de ser volteado por la maldición azteca del agua mala. Sobre la hora corajeó y la dejó sobre la línea para que Gareca, hoy técnico peruano, la empujara. Gol. Clasificados. Sin embargo no hubo premio ni segunda vuelta: ninguno de los dos jugó ni un minuto en el Mundial de la Mano de Dios.

Palermo, también a segundos del final en el Monumental y bajo una cortina de agua, fue el muchachito de la película en 2009. Un elenco estelar con Messi adentro y Maradona afuera. Cheque en blanco que, oh sorpresa, no tuvo fondos en 2010.

Ahora, otra vez Perú y otra vez la Bombonera. Glup. Impresiona un poco, pero así son las cosas.

La pyme La 12, marca registrada, tiene todo controlado. Entradas, reventa, merchandising, fast food, estacionamientos, coro griego, banderas, bombos y fuegos artificiales para garantizar un show inolvidable. Si los jugadores ayudan adentro, será fiesta total. Si no, ¡be carefull Catalina! Habrá que ver si el arreglo con AFA incluye un fondo patriótico para apoyar aun en la derrota. No será fácil.

No hay motivos para ser pesimista. O eso creo. Messi sigue siendo el mejor del planeta, Dybala es el dueño de la Juventus, el club de la familia Agnelli, aunque aquí se siente un okupa y lo dijo. Antes que la pasión reguetonera castigara al Kun Agüero, tenía asegurado un lugarcito cómodo en el banco. Hoy ya no: deberá tragar saliva si le toca entrar. Benedetto, hombre de la casa, tal vez obligue a Saint Paoli a caer en la obviedad a costa de Mauro Icardi de Wanda. La Rent-a-claque lo pedirá.

“¡Antes muerta que sencilla!”, dicen las señoras en Madrid y también Saint Paoli, al ritmo feroz de su excitación psicomotriz. Quizá defienda con línea de tres, recupere a Di María, ponga de líbero a Mascherano, sorprenda con algún tapado y coloque a uno en la posición de otro. O no. Nadie lo sabe. Ni él, intuyo. Y a nadie le importa.

Total, hay que ganar sí o sí, como sea, 6 a 0 también, afirman con furia los unos y los otros en esta tierra de memoria frágil y niños ricos sin tristeza.

(*) Nota publicada en el Diario Perfil.