martes 07 de mayo del 2024

Barba candado e incontinencia verbal

442

“A barba stulti discit tonsor” (del latín: “En la barba del necio todos aprenden a rapar” Erasmo de Rotterdam (1466-1536); de “Adagiorum chiliades quatuor”, (Venecia, 1520) cuarta de sus nueve ediciones de sus célebres adagios.

Pagué una fortuna por una estadía en el estacionamiento y pensé que la próxima vez que vaya al Centro quizá sea más económico alquilar una limousine. Por suerte ya tenía tema para la columna y eso mejoró mi humor. Quería escribir sobre Miroslav Klose, aquel delantero polaco nacionalizado alemán que brilló en el Bayern, metió 14 goles en tres Mundiales y que hoy, en la Lazio, insiste en ser honesto. Exótica virtud que, en un ambiente donde la frase “el fútbol es para los vivos” es dogma de fe, suele pagarse cara.

¿Qué hizo Klose? Un gol a los tres minutos jugando en el San Paolo, contra el Napoli. Los napolitanos protestaban, desesperados. ¿Por qué? El propio goleador se lo aclaró al juez: “Sí, lo hice con la mano: no lo cobre”. No lo cobró. Y Napoli ganó: 3 a 0. Esto pasó el miércoles, pero también pasó antes.

Exactamente el 30 de abril de 2005, jugando para el Werder Bremen, de local y contra el Arminia Bielefeld. Con el partido 0 a 0 el árbitro cobró penal luego de ver cómo el arquero Mathias Hain lo derribaba en el área. “No fue foul: Hain llegó primero al balón y yo lo choqué”, dijo. Suficiente. El Bremen ganó 3 a 0, Klose metió el tercero y ese año la Federación le dio el Premio Fair Play.

“¿Cuándo duraría un Klose en el fútbol argentino?”, pensé en voz alta mientras acomodaba mis papeles y encendía el motor. De pronto, el auto se llenó de humo. Buscaba el matafuego cuando sentí su mano en mi hombro. “Soy yo papá, tranqui”. Ricardo Caruso Lombardi, en su propia tiniebla.

Cuánto duraría acá? Y… ¡diez minutos! Si no lo mato yo, lo mata el plantel, un dirigente o la barra. ¿En qué mundo vive, Asch? ¿No vio a los tifosi de la Lazio haciendo el saludo fascista? Va a tener que meter dos por partido para que le perdonen esta gilada. ¿Pensaba hablar sobre él en lugar de ocuparse de un perseguido como yo? Lamentable lo suyo.

—¿Le pidió permiso a Tinelli o Lammens para hablar conmigo? ¿O ya no tiene la palabra prohibida después de decir que a un periodista “sería importante pisarlo con el auto para que le duelan todos los huesos”?

—Oh, Asch: ¡están destruyendo la metáfora! ¿Acaso nadie me comprende? Esperaba otra cosa de usted. No pedí nada: me muevo camuflado en mi propia bruma. Pero yo no di nombres y usé el potencial, je. ¿No estuve piola? Le quiero aclarar: no fue por usted. Con todo respeto, lo suyo no jode, no deja de ser una mariconada simpática. Cita escritores, películas rarísimas, se burla, la gente se divierte. No pasa nada. Pero con los demás sí estoy re caliente. Me quieren limpiar y eso que siempre les subo el rating. Nunca más hablaré con un periodista, ¡lo juro! (breve pausa teatral) ¡Silenzio stampa… for ever!

Caruso, concentrado, intentaba construir su precario personaje. La última vez que prometió algo parecido, duró 13 días. Se lo recordé.

—Mire, yo laburo. Y sin la buena prensa que tiene su técnico, el rubio que usa las camisas y los jeans tan ajustados que un día va a matar a uno si se le suelta un botón.

—¿Zubeldía?

—¡Eso lo dice usted, no yo! Su equipo no jugaba a nada, a River le ganó de chiripa pero con él nunca se meten. ¡A mí hasta Viggo Mortensen, que tiene menos fútbol que Stallone, me gastó! Es increíble. Se me rompen los jugadores, se pelean entre ellos y encima traen al entrenador de Maravilla Martínez. ¡Y el pibe de Tinelli me llama “gordo impresentable”! Nunca tuve algo de paz para trabajar. (reflexiona) ¿Usted me ve tan gordo, che?

—Mire, Caruso, sobre el partido de ayer…

—No toquemos el tema. ¿Para qué? Respetémonos. No hagamos leña del árbol caído. De eso se encargará la jauría que tiene por colegas, je. Qué Klose ni qué Klose. ¡Acá, si no ganás, te despellejan vivo!

—Cierto. Pero admita que muchos se hartaron de sus planteos mezquinos, más allá del resultado. ¡Colgó a tantos jugadores del travesaño que los utileros ya secaban las camisetas con los tipos adentro!

“Eso ya es pasado”, decía, cuando empezó el griterío. Más allá de la niebla, divisé la silueta de un hombre furioso, enfrentado a un grupo de juveniles.

—¡Conchudos! ¡Dejen de rascarse el higo y cumplan con sus obligaciones! ¡Vagos! ¡Subversivos! ¡Atorrantes!

—¿Quién es? ¿Su técnico de inferiores? Migliore se va a poner como loco si se entera de que los tratan así.

—Nah… Es mi amigo Eduardo Feinmann, que se encontró con unos pibitos que tomaron un colegio. Lo mismo dice por la tele, ¿eh? A él le preocupa mucho la educación: es abogado. Y como a mí, le encantaría pisar con su auto a varios colegas, empezando por sus jefes. Shhh… Nos vamos a reunir para armar una estrategia en común. ¿Vio lo que le hicieron en C5N? Lo persiguen por exitoso, como a mí. Nos envidian. Es que la barba candado no es para cualquiera. Los llevaremos a la Justicia, a todos. ¡Y al primero que insinúe que usarla es de garca lo denunciaremos en el Inadi!

—¿Qué, tienen abogados?

—Por ahora, tres clásicos del modelo: Guillermo Marconi, Horacito García Belsunce y Vicente Massot. ¿Qué tal? ¡Uy, qué tarde se me hizo! Perdón, pero me voy con Edu antes que lleguen los de quinto y lo fajen. Pensemos en el futuro. Olvidemos el ayer. Yo estoy entero. Como dice el turquito Sri Sri: “Si sucede, conviene”. Asch: ¿no quiere recortarse la barba y venir con nosotros? Le va a quedar pipí cucú.

Glup. De pronto, sentí un frío mortal en el estómago. No sé, compatriotas: estoy confundido. Hace años que uso barba, entera y algo canosa, como Lanata... o Barragán.

No sé. La semana que viene quizá pase por lo de Sweeney Todd y le pida a Pitt que me afeite bien al ras. Parece lo más sensato que uno puede hacer en estos tiempos.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil