Gustavo Alfaro pasó a ser el principal candidato para reemplazar a Guillermo Barros Schelotto. Este viernes, el flamante director deportivo de Boca, Nicolás Burdisso, le ofreció el cargo de entrenador. Huracán no opondría demasiada resistencia para liberarlo.
Alfaro, de muy buen presente en Huracán, sería un quiebre, un punto de giro, en el estilo de juego que sostuvieron Rodolfo Arruabarrena y Barros Schelotto.
Ese volantazo podría leerse como un gesto de desesperación. Daniel Angelici, apremiado por el calendario electoral, no quiere dejar el club sin antes cumplir su recordada promesa de campaña: la obtención de la Copa Libertadores.
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Pasar de un entrenador con vocación de ataque y juego directo a otro que prioriza el aspecto defensivo, oscilar entre los extremos, es una decisión que en el fútbol casi nunca da buenos resultados.
El River de Marcelo Gallardo sirve como ejemplo contrario. En el último lustro, a pesar de los mercados de pases, mantiene una línea de juego que sin dudas eleva su rendimiento en partidos definitorios.
Pero la lógica a veces no se cumple. O no se da con toda intensidad. A veces las improvisaciones, sobre todo en clubes como Boca que disponen de recursos para reemplazar planificación con injertos de talento, resultan.
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Alfaro puede dotar a este plantel de vocación defensiva. Su Huracán disputó 14 partidos en la Superliga. Únicamente le convirtieron en siete. Tiene 12 goles en contra.
Cuando asumió, el equipo de Parque Patricios venía de ser goleado ante Libertad de Paraguay por la Copa Sudamericana. La relación del plantel con los hinchas estaba rota. Algunos días antes se habían salvado del descenso.
El nuevo DT revirtió la situación en tiempo récord, ubicó al Globo en zona de clasificación a la Copa Libertadores, torneo al que regresa en 2019.
Por esa fama de técnico saca puntos es que hoy Nicolás Burdisso intenta convencer a Alfaro. Ahí encastra la urgencia de un club abatido: !resultados ya!
Ya lo dijo Juan Román Riquelme, el mejor exégeta de Boca: los cinco goles que le hizo River en la histórica final exhiben carencias defensivas.
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Se trata de una problema estructural. No se soluciona acumulando defensores. Tampoco improvisando con delanteros en puestos de volantes, como lo hizo Barros Schelotto a partir de cuartos de final de la Libertadores.
Esa fórmula quedó sin efecto en el 9 de diciembre pasado en el Santiago Bernabéu, donde ni Cristian Pavón ni Sebastián Villa pudieron hacer mucho más que perseguir a los laterales adversarios.
El ingreso de Juan Fernando Quintero, clave en la levantada de River, dejó en claro que el Mellizo había abusado del recurso. Sus extremos no tenían oficio de volantes. Fijos en las bandas, no advirtieron la necesidad de bloquear al colombiano.
El nombre de Alfaro inspira capacidad para leer los partidos, variantes de acuerdo a los atributos del oponente, la gran deuda del técnico saliente. Promete un equipo equilibrado entre líneas. Un estilo que lo asemeja a Carlos Bianchi o a Julio César Falcioni.
Su perfil bajo y su discurso siempre cabal y respetuoso también son necesarios para este momento.
Boca debe asumir de una vez por todas el rol de retador de River. Desligarse de la presión, al menos ante los micrófonos, que exclusivamente debería llevar el flamante campeón de América.
Para eso es necesario asumir una postura diferente, no enredarse en la telaraña extrafutbolística que llena horas de programación televisiva; evitar actitudes, declaraciones y gestos, que luego sirvan como comidilla para los memes de los hinchas rivales.