Periodista
En la mesa había dos cafés y un hombre solo que miraba Avenida La Plata por la ventana. El hombre, de unos 50 años, estuvo así un largo rato mientras le daba sorbitos a su pocillo. Eduardo Facian, el dueño del bar San Lorenzo, intuyó que estaba esperando a alguien. Pero después de unos minutos se acercó:
—Señor, ¿quiere que se lo caliente? Porque este café se le enfrió todo –le dijo.
—No hace falta. Es una promesa que estoy cumpliendo con mi viejo. Le había prometido que cuando volviéramos a Avenida La Plata iba a tomarme un café con él en el bar al que veníamos antes de los partidos en el Gasómetro –le contestó.
Eduardo no supo qué decirle. Y ahora, mientras lo cuenta, admite que se le eriza la piel de la emoción. “Son cosas que te golpean”, dice sentado a una de las mesas, viendo cómo decenas de personas arman enfrente el escenario para festejar la vuelta de San Lorenzo a Boedo, una utopía hecha realidad desde hoy a la noche: la noche de la vigilia.
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En las últimas semanas, la escena de personas que llegan solas y piden dos cafés se repite casi como un rito. “Hay gente que entra al bar, se pone a llorar, se da media vuelta y se va”, cuenta detrás del mostrador Diego, el hijo de Eduardo.
El bar San Lorenzo –y la vuelta del club al barrio– para muchas personas es como volver a su infancia. El bar existe desde antes de que se construyera el Viejo Gasómetro. “Acá había varios bares y pizzerías. Pero se fue la cancha y se fueron todos. Los únicos que nos quedamos fuimos nosotros”, se jacta Eduardo, aunque él es el dueño desde hace veinte años, cuando del otro lado de la avenida ya estaba Carrefour.
Desde que él y su familia se hicieron cargo del negocio, el bar aglutina a los viejos exiliados sanlorencistas y acumula perlas antiguas que conformaron la identidad de hoy: fotos, cuadros, banderines, camisetas, trofeos. “Acá está lleno de locos. Si hubiese filmado todo en estos veinte años nos hacíamos millonarios”, se ríe Eduardo. “Todos rememoran lo que hacían cuando eran chicos. Nos dicen que venían a la cancha con sus abuelos o al club con sus tíos”, agrega Diego.
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Osvaldo Soriano tomaba café en este bar, en una de las mesas que dan sobre Avelino Díaz. Por eso el Grupo Artístico de Boedo lo pintó ahí, con su sonrisa, su camiseta azulgrana y su cigarrillo en la mano.
Paredes que hablan. Boedo está pintado. Literalmente pintado. En cada cuadra, en la zona del Viejo Gasómetro, aparece una evocación a la identidad del barrio, que se refleja en sus paredones. El que ejecuta esa acción poética es el Grupo Artístico de Boedo, integrado por cuervas y cuervos muralistas. “Empezamos a pintar en 2012, cuando el tema aún no estaba instalado. Inconscientemente pintamos un Viejo Gasómetro, a Soriano, a Pappo y, cuando nos quisimos dar cuenta, el barrio parecía vestido para recibir de vuelta al club”, dice Pepi, uno de los artistas. Y agrega: “De repente aparecieron la historia, personajes y la identidad en las paredes del barrio y potenció ese imán que está en la cabeza de todos los cuervos que quieren la vuelta del estadio”.
Pero el barrio pintado también está dividido. De un lado están los que dicen que un estadio generará problemas que hoy no existen. Del otro, que recuperar el Gasómetro le devolverá la vida social y cultural a la zona. “Vas a tener 35 mil personas que te mean en la calle, vallados policiales, quilombo todo el tiempo”, vislumbra una vecina de la calle Las Casas. “Con un buen proyecto convencés a todas las personas que no quieren. Eso empuja”, asegura Francisco, de la calle Santander. El proyecto, que aún no está claro, podría traer, además del estadio y el club, una escuela, locales comerciales y una comisaría.
Pero para eso falta. Ahora, lo que más importa, lo que emociona en cada esquina del barrio, es la cuenta regresiva para que el pueblo azulgrana tome su Bastilla e ingrese a Avenida La Plata, el predio que la última dictadura cívico-militar, con la complicidad de algunos dirigentes de esa época, le quitó al club en 1979. “Queremos recuperar lo que es nuestro”, dice Diego Facian. “Es una idea colectiva en la cabeza de todos, algo que tiene mucha fuerza y no lo frena ni una multinacional como Carrefour. Es la voluntad de un pueblo. Una revolución social”, grafican desde el Grupo Artístico.
Cuando volvió de su exilio en Francia, Soriano, fanático del Ciclón, escribió Buenos Aires después del largo insomnio, una crónica de sus primeras horas en la ciudad luego de siete años de ausencia. Ese texto sobre su regreso y el de todos podría servir hoy para contar las sensaciones que provoca este otro regreso: el regreso al barrio de las y los sanlorencistas.
Soriano lo escribió por Argentina sin saber que el domingo 30 de junio de 2019 sus palabras podrían sintetizar el sentimiento de su otra patria, la de San Lorenzo: “Esbozo una sonrisa, sin duda: en mi cabeza resuena, burlón y previsible, el tango de Le Pera y Gardel:
Volver
con la frente marchita
las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Siempre lo supe: esa melodía que dormita en el corazón de cada expatriado me vendrá a los labios, irónica, inexorable. La voz de Carlos Gardel nos recuerda que nosotros, los de antes, ya no somos los mismos. Me dan ganas de llorar, pero hago un esfuerzo para no caer en el ridículo. ‘No se salieron con la suya –me digo–, no lo consiguieron’.
El aterrizaje me parece interminable. Esa vigilia de 16 horas es una prolongación del extrañamiento. ‘El exilio es una especie de largo insomnio’, ha escrito Víctor Hugo. Y también: ‘Se puede arrancar un árbol de sus raíces, pero no se puede arrancar el día del cielo. Mañana es el amanecer’”.
Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.