Ganarle una final del máximo torneo europeo a nivel clubes al Barcelona es difícil. Ganársela al Real Madrid, que tiene un pacto secreto con esa copa, lo es más aún. Ganarles a los dos en sendas finales es una hazaña. Pero ganárselas a los dos grandes de España y el mundo en años consecutivos inaugura un mito. Eso es lo que hizo el Benfica del DT húngaro Béla Gutmann en los años 1961 y 1962.
La geometría de su lado
La primera final contra el Barcelona es una de las tantas muestras de que la justicia es una esforzada e incierta construcción humana, y que en fútbol, a veces, a lo único a lo que se puede aspirar es a hacer injusta nuestra derrota. Ciertas crónicas señalan que el Barsa estrelló cuatro pelotas en los palos. Otras, hablan de seis. Como haya sido, el número es un tanto abrumador. Baste recordar que en octavos del mundial 90, en un partido grabado a fuego en nuestra memoria como un baile descomunal, las pelotas que dieron en los palos fueron, apenas, tres. El juego -el tercero en rigor, por cuanto los dos primeros terminaron en una victoria por bando- terminó 3 a 2 para el Benfica.
Y ya que de mito hablamos, si esta historia tuviera su Homero, sin duda aseguraría que algún Dios del Olimpo del fútbol, protector de Béla Gutman, desvió los disparos hacia los postes para que no le hurtaran la victoria y la gloria, tal como hacía Palas Atenea con las flechas dirigidas a sus héroes griegos predilectos. Los espíritus más racionalistas y reacios a hablar de azar, buscarán la explicación en la más racional de las ciencias: la geometría. Hasta el año 1961 los postes y el travesaño eran poliedros, prismas para ser exactos. Al terminar el partido tuvo lugar una cena en la que participaron los dos planteles finalistas y dirigentes de la UEFA. Entre copas y platos, Enrique Orizaola, el técnico del Barcelona derrotado, ante la mirada al sesgo y desconfiada de Guttmann, planteó que de haber sido los postes cilíndricos, sus dirigidos habrían anotado por lo menos un par de goles más. Sabiendo que esa sola justificación no convencería al representante de la conservadora dirigencia europea, agregó que las aristas constituían un peligro innecesario para los futbolistas. Con todo, la inicial y taxativa negativa dirigencial no se modificó ni siquiera después del postre cuando ya el alcohol había entorpecido la dicción y facilitado las confidencias. Días después, le comunicaron que su sugerencia sería tenida en cuenta y desde entonces los postes pasaron a ser cilíndricos. Tarde: la geometría ya había hecho lo suyo en favor del Benfica y Béla Guttmann.
La sugestión de la palabra
En el año 1962 Benfica llega otra vez a la final, ahora contra el Real Madrid, campeón desde el 56 al 60. Ya sin la geometría de su lado y siendo improbable que las veleidosas deidades del fútbol quisieran favorecerlo en detrimento de los monstruos sagrados blancos, Béla Guttman comprendió que debía apelar a otros recursos. El árbitro designado fue el holandés, Leopold Sylvain Horn, sin mayores pergaminos que su trayectoria en la entonces modesta liga de su país. En esa azarosa elección de la UEFA entrevió la oportunidad de empezar a torcer la suerte a su favor. Los días previos deslizó al pasar en una entrevista que habría preferido un árbitro inglés, fogueado en una liga de fuste y con la suficiente personalidad para no dejarse intimidar por el poderío del Madrid. Sus palabras rebotaron en los periódicos de la época y llegaron a oídos de Horn. Educado en una ética protestante, nada lastimaba más su amor propio que se sugiriera, por flojera de carácter, su parcialidad en favor del más poderoso. Salió a dirigir el partido dispuesto a demostrar que Guttmann era un bocón. Lo dejó claro sancionando penal a Eusebio ante una falta dudosa y con toda evidencia fuera del área sobre el costado derecho, e ignorando un penal estruendoso sobre Di Stéfano ya con el marcador favorable al Benfica. El resultado final fue 5 a 3 para los lusos. Después del pitido final, Horn y Guttmann cruzaron miradas insidiosas y satisfechas, el uno por su honor a salvo, el otro por la eficacia de su astucia.
Conjuros cruzados
Con Europa a sus pies, Béla Guttmann entendió que toda pretensión le sería concedida. Solicitó un aumento en la bonificación por el desempeño en la Copa de Campeones, una suma ni exorbitante ni fuera del alcance del nuevo grande europeo. Como suele suceder, quienes detrás de escritorios visten saco y corbata son renuentes a que gente en ropa de fajina les imponga condiciones. La negativa fue inapelable y fue destituido. La réplica del técnico húngaro, acerba. Hay dos versiones de ella. La más benigna fue que afirmó “sin mí, el Benfica no ganará un título europeo en cien años”; la más terrible la agrava de eternidad: “sin mí, el Benfica NUNCA ganará un título europeo”. A quien supo ser asistido por la geometría y demostró pericia en manipular el destino con una simple frase, no parece excesivo considerarlo capaz de semejante conjuro. Desde entonces el Benfica cayó en las finales de Champions de los años 1963, 1965, 1968, 1988 y 1990 y de la Europa League en 1983, 2013 y 2014. Nunca más levantó una copa europea. Pero todo maleficio le exige un pago al que lo profiere y Guttman no sabía el suyo. Fuera del Benfica deambuló por Uruguay, Suiza, Austria y Grecia hasta el año 1974. Jamás volvió a ser campeón. Incluso en el año 1965 volvió al Benfica, pero los conjuros cruzados no perdieron su eficacia: fueron barridos en cuartos de champions por el Manchester United de George Best y Bobby Charlton.
Béla Guttmann murió en Viena el 28 de agosto de 1981, tal vez asistido por el recuerdo de sus dos títulos continentales. En Lisboa descreen de la leyenda y atribuyen la sequía de títulos a la mala suerte. Pero en las barriadas en torno al “Estadio dá Luz” dicen que, aunque no lleguen a verlo, el año 2062 será un gran año.
Por Pedro Lespada (texto) y Sergio Pisani (ilustración)*
*Esta historia se publicó previamente en Augol. Se pueden conocer más instorias en @augolfobal