Ni resultados, ni una idea de juego, ni siquiera el atributo de 'mejorar' a los futbolistas. El ciclo de Miguel Angel Russo como entrenador de Boca se sostiene en el respeto/cariño que Juan Román Riquelme le tiene al DT.
Se trata de una conjetura. No queda alternativa, lo que ocurre en el campo de juego no ofrece ninguna respuesta.
En la previa de otro mano a mano de eliminación directa con River, Boca volvió a jugar mal. Apenas si pateó al arco. Pudo haberlo ganado, pudo haberlo perdido. La típica inestabilidad de un equipo cuya idea de juego no queda clara. El ciclo de Russo se encomienda a golpes de efecto como lo sería ganar el 4 de agosto en La Plata.
¿Por qué no es titular Alan Varela, uno de los más destacados del semestre pasado? Las dudas en torno al volante central son un indicio del desconcierto.
Ante Talleres, Boca padeció la ausencia de Sebastián Villa. El colombiano, quien difícilmente vuelva a jugar, aportaba el peligro latente de la velocidad, su mano a mano era la carta principal en ofensiva. Poco, pero algo.
La salida de Villa obligó a Russo a cambiar de esquema. Norberto Briasco se ubicó como centrodelantero. Boca no tuvo peso dentro del área rival.
Que Aaron Molinas y Agustín Rossi, un juvenil con un par de partidos en Primera y el arquero, hayan sido los mejores ante Talleres señala esa falta de ideas.
La apatía maquillada por el entusiasmo de un pibe, el resultado sostenido en una buena tarde del arquero.
En tiempos de canchas vacías, Twitter oficia de tribuna. Basta dar una vuelta por esa red social para advertir que el hincha de Boca no se siente favorito para el miércoles. Más allá de niveles sostenidos en el tiempo, la impresión que dejó el equipo ante Talleres incide bastante en esa percepción.
Boca no puede darse el lujo de llegar a todos los Superclásicos con la sensación de que es menos que River, de que su suerte depende del rival.