jueves 28 de marzo del 2024

El problema de la grasa del asado

Nada mejor que disfrutar de los grandes partidos del Mundial, pero qué pasa cuándo juegan equipos en que uno no conoce ni siquiera a un jugador.

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Es muy lindo hacer un asado con amigos. El fuego, las brasas, vinito, morcilla fría para picar. Charla con gente querida, delirio, reír, divertirse. A punto, jugoso, cocido, achuras. Más vinito, otro pedazo de vacío, uy, cómo comí, uy qué bien la pasamos. Todo muy lindo pero, ¿quién limpia la parrilla después? ¿Quién lava los platos pringosos? ¿Quién calienta el agua (porque tiene que ser agua hirviendo) y la tira para ver si afloja un poco la grasa? Todo esto tratando de que no se engrasen las copas de vino, por ejemplo.

Algo similar sucede con el Mundial. Es muy fácil ver un Inglaterra-Italia, un Inglaterra-Uruguay, un Alemania-Portugal, un Chile-España, un Holanda-España. Se trata de partidos rutilantes, impostergables, que a priori resultan puro gozo por los nombres de los futbolistas que van a entrar a la cancha. Este mundial tiene, además, la particularidad de que todos esos partidos que se anunciaban como estelares, terminaron siendo, por lo menos, buenos partidos. Cuando no grandes partidos, partidazos.

La primera línea la conforman las potencias futbolísticas o los equipos que tienen grandes estrellas. Portugal no es precisamente un equipo de primera línea, pero lo tiene a Cristiano Ronaldo y el morbo de comprobar cómo expulsan a Pepe. Ver a Pirlo, a Luis Suárez, a Robben es algo que marca la diferencia.

Detrás de ese pelotón hay varias líneas de partidos de segunda y tercera clase que tienen algún interés. Croacia, en principio, parece no ser gran cosa. Pero en realidad juega bien. Y, claro, tiene a un tipo como Modric, que la rompió la última temporada en el Real Madrid. ¿Cómo no va a tener, al menos, algún crédito?

Pasa con Touré y Drogba en Costa de Marfil, pasa hasta con Camerún, aunque termine goleado hasta la humillación por Croacia, con dos defensores camerunenses agarrándose a trompadas, y Eto’o y Song en el banco, uno por lesión, otro por expulsión.

El problema son los partidos en que uno no conoce ni siquiera a un jugador. Un Corea del Sur-Grecia, por ejemplo. O un Irán-Nigeria, al que ni siquiera el hecho de que sean equipos del grupo de Argentina le agrega algún interés. Y si encima terminan 0-0, la cosa se pone más engorrosa que limpiar la grasa del asado.

Es muy fácil hablar de la corrupción de la FIFA, de la corrupción en Brasil, de la ley Budweisser (por la que ahora se puede vender cerveza en las canchas, a pesar de que estaba prohibido), de los estadios construidos en lugares donde no hay equipos de fútbol ni público, de las protestas callejeras y de tantos conflictos políticos y sociales más. Pero más allá de todo esto, el Mundial tiene otras zonas oscuras de las que, lamentablemente, nadie habla. Los partidos-grasa del asado son, acaso, de las más tenebrosas.

Una última consideración: no fueron mencionados aquí los partidos de Argentina. Es que, más allá de entrar en la categoría de “potencia futbolística”, ver los partidos de la Selección es algo impostergable para cualquiera. Hablo de los otros porque eso es hablar del Mundial. Ver sólo los partidos de Argentina no es mirar el Mundial: es dejarse llevar por un impulso masivo, por una imposición social. Un problema que deben resolver quienes lo padecen. No es mi caso.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.