martes 16 de abril del 2024

El viejo trípode funcionó de nuevo

Dirigentes honestos con conocimientos de fútbol; un plantel capacitado y talentoso y un cuerpo técnico con buen diálogo fueron los pilares de un River que ganó todo.

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Durante muchos años se nos explicó que para que un club consiguiera un éxito deportivo, debían existir por lo menos tres factores que coincidieran en tiempo y espacio para concretar lo que se buscaba: dirigentes con un proyecto sólido, honestidad y conocimientos de fútbol, un plantel capacitado y talentoso, además de un cuerpo técnico que los entendiera y tuviera buen diálogo con las dos partes.

Son demasiados los ejemplos que desmienten esta teoría: Boca fue campeón durante 1992 con un plantel dividido en grupos (aquellos halcones y palomas), Independiente ganó el torneo de 2002 bajo la presidencia de Ducatenzeiler con un despilfarro de dinero increíble, las cosas no andaban bien por River entre la nueva dirigencia y el técnico Ramón Díaz cuando se logró el título de 2014 y así podríamos seguir, sin olvidarnos que Newell’s se adjudicó el torneo de 2004 bajo la dictadura de Eduardo López, su mesiánico y turbio presidente.

Sin embargo, como sucede siempre en el fútbol, también hay situaciones que terminan confirmando esa frase que se puso de moda allá por inicios de los ’80, cuando Ferro Carril Oeste y Estudiantes de La Plata lograron varios éxitos en el fútbol local. Después se la utilizó para buscar razones de los títulos que consiguieron Vélez Sársfield, Lanús y Banfield, entre otros, lo mismo que el último Newell’s del Tata Martino.

En cuatro temporadas consecutivas, River Plate vivió el infierno más temido y la gloria más convocante. Descendió en junio de 2011 cuando el voluntarioso Belgrano cordobés lo superó en la Promoción y produjo el milagro histórico de su descenso, algo absolutamente impensado para el 99% del público argentino. Después del caos tuvo que arremangarse y ser uno más en la desconocida B Nacional: le fue bien, porque salió campeón. Cuidado: obtuvo lo que buscó durante 38 fechas en los últimos 45 minutos del último partido, allí y gracias a un par de resultados adicionales (defecciones de Rosario Central e Instituto mediante) se pudo abrazar al campeonato de ascenso y a su rápido regreso a la A, como se suponía.

Ya había quedado atrás la caótica y desesperanzadora gestión de José María Aguilar, acostumbrado a hablar muy bien y ejecutar muy mal, que dejó muchos puntos oscuros en la gestión. Peor sucedió con Daniel Passarella, que no pudo o no supo investigar, denunciar y sobre todo, recomponer la relación con sus socios, su plantel, el público en general y el periodismo ávido de una auditoría que nunca llegó.

Rodolfo D’Onofrio, que había perdido por seis votos contra Passarella, reventó las urnas con un 56% que le permitió llegar a la presidencia en diciembre de 2013, encontrando un club recuperado parcialmente en lo deportivo, pero devastado económicamente. Aceptó la continuidad de Ramón Díaz y festejó –como todos- el título de 2014, que devolvió a River al lugar histórico que casi siempre ocupó. Tras el éxito, empezaron a producirse los cambios que se habían prometido.

Se ordenaron las cuentas del club, se inició un camino de marketing muy distinto, se abrió el club a los socios, la convocatoria de Enzo Francéscoli como manager general provocó que en julio de 2014 llegara Marcelo Gallardo como nuevo entrenador y se encaró el primer torneo casi sin refuerzos, confiando plenamente en un plantel corto, con varios juveniles pero con enorme futuro.

La casi perfecta sintonía entre la dirigencia, Francéscoli y Gallardo, fue uniendo puntos sueltos, buscando la excelencia deportiva y con un trabajo coordinado y muy participativo, es que llegaron los éxitos. River peleó hasta donde le dio el esfuerzo al plantel el torneo contra Racing Club, pero al mismo tiempo se quedó con la Copa Sudamericana, tras ganar ocho partidos y empatar dos, con el plus que significó haber eliminado a Boca de la competencia. Lo que llamó la atención de todos fue el estilo de Gallardo: River volvió a ser ofensivo, buscando el equilibrio cuando no podía hacerlo masivamente. Un grupo de jugadores que en algunos casos actuaron con una dureza física que no parecía propia de River, pero que juzgaron básica para ahuyentar malos recuerdos.

Ahora, con buena parte de la economía del club en recuperación, River fue por más y vaya si lo consiguió. Los alejamientos de Ariel Rojas, el juvenil Pezzella y el conflictivo pero talentoso Teo Gutiérrez fueron bien suplantados y Gallardo volvió a acertar. La dirigencia confió en él y el camino parece pavimentado hasta el Mundial de Clubes, algo que River no disputa hace veinte años. Pisculichi primero, Gonzalo Martínez después, los regresos pedidos por el DT de los uruguayos Sánchez y Mora, la apuesta por Lucas Alario, lo que pueden aportar Lucho González y Saviola en los tramos finales de sus carreras, la frustración con Pablo Aimar, todo apuntó a unificar al trípode famoso, en medio de buenos rendimientos, la cuota de suerte necesaria para seguir adelante en la Copa y un final a toda orquesta.

Hoy, Gallardo luce inmejorable, como River. Un DT moderno, capacitado, persuasivo, acostumbrado a decir lo que piensa, que entiende el fútbol y se ubica en un puesto que sin ninguna duda, lo puede catapultar a la selección nacional cuando el ciclo Martino llegue a su final. Dirigencia chocha con la ansiada Copa Libertadores en el bolsillo, afiliación masiva de socios, recuperación del orgullo ante los éxitos pasados de Boca el archirrival, deudas que se van achicando. Todo suma. Todo ayuda. Aun no alcanza. El Mundialito y por qué no el torneo local Julio Grondona, esperan turno para ser obtenidos. Pareciera que este River con el famoso trípode funcionando a pleno, todo lo puede.