jueves 12 de diciembre del 2024
Opinión

Menos principios que un hincha de fútbol

Chistian Bragarnik arribó esta semana a Belgrano de Córdoba y Ferro. La pregunta es cómo reaccionarán los hinchas ante un empresario tan polémico que está acusado hasta de vínculos con el narcotráfico. La respuesta: depende de los resultados.

Los hinchas nos enamoramos de cualquier cosa que le haga ganar a nuestro equipo, que nos haga ganar. Cuando los resultados nos benefician, justificamos todo: ese entrenador que detestábamos hasta la temporada pasada ahora nos parece un estratega, aquel nueve que antes no la metía nos convenció de que está para jugar en el City, el árbitro que dos fechas antes era dudoso devino el más neutral de los jueces y el presidente de las maniobras turbias pasó a ser un estadista. Para sostener la farsa que nosotros mismos nos creamos sólo necesitamos resultados. Si ganamos, todo pasa.

Como hinchas no reclamamos justicia ni exigimos certificados de buena conducta. Solo resultados. Si se dan, vamos a encontrar las excusas que expliquen lo inexplicable. Excusas que se esfumarán una a una si el equipo no gana, si no ganamos. Ahí sí, ahí nos ponemos exigentes. Cuando el equipo pierde, cuando perdemos, entramos en modo crítico, entonces cuestionamos, señalamos con el dedo, exigimos eficiencia y, lo inesperado, nos montamos en argumentos éticos y reclamamos gestiones transparentes.

Somos eso.

¿Cuántos hinchas de Independiente, acaso, se preocuparon por el origen del dinero que los Moyano pusieron en Independiente cuando asumieron y que destinaron, por ejemplo, para levantar la quiebra virtual, terminar la cancha y armarle el equipo a Ariel Holan?

¿Cuántos hinchas de Boca levantaron el dedo acusador contra el presidente Mauricio Macri porque restringía la capacidad de los hinchas visitantes mientras ganaban todos los torneos que jugaban?

¿Cuántos hinchas de Defensa y Justicia salieron a reclamar que “el club es de los socios” y no de Bragarnik cuando ganaron la Copa Sudamericana, hace apenas unas semanas?

¿Cuántos hinchas de River pusieron el grito en el cielo porque en el año que jugaron en la B Nacional rompieron todas las reglas y hasta se permitió el ingreso de hinchas visitantes bajo el eufemismo de “neutrales”?

¿Cuántos hinchas de Racing se lamentaron el 27 de diciembre de 2001 cuando ganaron el torneo después de 35 años porque en ese momento el club estaba gerenciado?

Somos eso.

Esta semana Christian Bragarnik avanzó sobre Belgrano de Córdoba y Ferro, dos clubes de la Primera Nacional con aspiraciones a ascender a la Liga Profesional. Se trata del empresario que más jugadores, entrenadores y poder tiene en el fútbol argentino. Llega a un club e instala su modelo: aporta dinero, trae jugadores, impone el técnico y manda. Es un gerenciamiento sin gerentes.

En Belgrano, Luis Artime ganó la elección el fin de semana pasado y lo primero que hizo fue anunciar los nombres de los nuevos DT y mánager: Alejandro Orfila y Mauro Obolo, dos hombres del equipo de Bragarnik. En Ferro, explicó el presidente Daniel Pandolfi, el acuerdo es que el empresario aporte dinero con la condición de cambiar el cuerpo técnico y de participar en futuras ventas de jugadores.

Habrá que esperar para evaluar el resultado de estas gestiones. Pero, mientras tanto hay algunas cuestiones que ya se podrían ir pensando.

¿Cuántos hinchas de Belgrano o de Ferro, me pregunto, recordarán las denuncias contra Bragarnik por sus vínculos con el narcotráfico en México si sus equipos llegaran a ascender a Primera la próxima temporada?

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