Ana, de 33 años, abraza a Daniel Gil, de 75, uno de los pioneros del surf en el país, y ambos saltan, abrazados, festejando el triunfo de la chica en categoría Damas del Ala Moana Log Fest. La pupila, efusiva, agradece al maestro pero, en este caso, no es una historia más entre alguien que inspiró y alguien que aprendió. El apellido de Ana es Chudnenko y nació en Moscú.
“A los 9 años mis padres se vinieron desde Rusia para buscar una mejor vida en este país y cayeron en Mar del Plata. Yo conocí el mar por primera vez, amigos me metieron a surfear a los 12 y fue amor a primera vista. Aprendí en la academia de Daniel (Gil) y nunca más dejé. Gané el título argentino de longboard –tablas largas- en 2012 y hoy soy campeona rusa de tabla corta. Corro en ambas modalidades, pero el longboard es algo especial. Por eso, para este evento, me preparé de forma especial, hace días. Porque los logs son aún más grandes (minímo 2m75 metros) y tienen no sólo otro estilo de riding sino también una propia historia y formas, que a mí me atrapan. Es el pasado y volver a la esencia del surf”. Ana, por su castellano, locuacidad y pasión, parece una argentina más cuando habla de su historia y, puntualmente, de la segunda edición que cautivó en el balneario 3 de Chapadmalal (Escuela Chapatrapa).
“Nos gusta crear escenarios para darles lugar y reconocimiento a todas las distintas tribus del surf. Esta vez les tocó a los loggers y su arte arriba de las tablas”. Fernando Aguerre, el argentino que logró la inclusión del surf en los Juegos Olímpicos, está parado viendo cómo su esposa corre la final de Damas mientras cuenta cómo nació la idea de esta nueva movida del surf nacional, un festival que –auspiciado por Quiksilver, Roxy y Ford- tuvo la magistral musicalización de DJ Cofla, juntó alimentos no perecederos que fueron donados para un comedor de Chapadmalal y terminó con un emotivo homenaje a Hugo Pedernera, conocido como el “médico de los surfistas”, quien hace poco más de dos meses falleció –a los 58 años, por una falla cardíaca- en esta misma playa, mientras hacía lo que amaba, surfear. Aguerre ideó este reconocimiento que incluyó una placa que fue descubierta en el acceso a la playa en presencia de los familiares del querido integrante de la familia del surf argentino.
Martín Pérez camina sobre la tabla, llega a la punta y se para, dejando que sus diez dedos de los pies queden “colgando”, vuelve caminando hacia atrás, mete el cambio de dirección del tablón haciendo un cambio de pasos y sigue en la ola con estilo. Más que un surfista, parece un bailarín que danza sobre la tabla. Y sobre las olas. La gente, desde la playa, lo premia con aplausos y los jueces, con la victoria en la categoría Hombres. Es el triunfo que esperaba hace rato. “Espantamos algunos fantasmas que andaban por mi cabeza… Ganar este evento es especial. Por lo que significa para mí y sobre todo por el contexto, por compartir un torneo así, que siempre quisimos tener, con los mejores, con los legendarios… Es una forma de recoger los frutos luego de tantos años en tablas largas. Hoy nos dan nuestro lugar y nosotros, a la vez, no los ganamos”, explica. En su tabla está el 10 por Diego y también en su remera. Y, más allá del amor y la valoración por Maradona, el surfista de 33 años nacido en Miramar lo ve como una señal. “Un indicador de que tal vez pueda ser mi año para ganar el décimo campeonato nacional de longboard”, explica.
Como remarca Chudnenko, las tablas largas son otra cosa y requieren un estilo completamente distinto. “Mucha paciencia y una técnica depurada, casi invisible… Lo ves y van relajados pero haciendo presión en los lugares de la tabla que se requiere. El estilo, la fluidez y la elegancia tienen más importancia que en tabla corta, disciplina en la que se busca la velocidad, la explosión y las maniobras fuertes. Justamente, eso es lo mío. El log es lo opuesto a mi estilo, pero decidí participar para ponerme en un lugar incómodo y probar otra cosa, algo que me encanta. Yo había participado de un torneo de longboard como hace 20 años y hoy me di cuenta que me cuesta todo, aunque logré pasar una serie, que no es poco…”, relata Martín Passeri, el más ganador de la historia en tabla corta –seis títulos nacionales de Open-, quien sorprendió a todos con su participación en un evento que se corrió con tablas de más de 9 pies y una sola quilla, con criterios de juzgamiento que premiaron más el arte arriba de la tabla que las mejores maniobras. Lo único que se permitió fue el uso de leash (pita que une al surfista y la tabla). El tamaño de las olas hizo que, luego de una reunión entre los riders y la Asociación Argentina de Surf que fiscalizó el evento, se autorizara como excepción.
“Siento emoción de estar en un torneo así. Porque antes no había y hoy incluso existen pocos en Latinoamérica. Porque esto es Log, más que longboard. Es un estilo clásico de los años 60 y 70 y esto es un volver a las raíces, a cómo comenzó todo... Tiene que ver con la onda de Ala Moana, un surfshop innovador en su época que nunca dejó que olvidáramos lo que pasó y hoy sigue en Mardel. Mi viejo, por caso, era uno de los pocos que corría en longboard hace décadas y hoy está acá, con nosotros, viendo este festival copado en el que corrimos dos de sus hijos”, cuenta Daniel Gil (36 años), nueve veces campeón argentino de longboard, quien salió tercero, un puesto atrás de Surfiel (23), el reciente rey nacional de la categoría. “Es un sueño ver algo así. Es un premio a la vida. Los surfistas somos premiados por esta vida porque podemos hacer un deporte que nos forja como personas. Y, en mi caso, estar acá, con mis hijos, viendo el resurgir de los logs, siendo parte de esta renovación”, admite Daniel Sr, hijo del empresario que fuera presidente y vicepresidente de Boca Juniors en los años 40 y 50, quien justamente lo mandara a Perú con el equipo profesional para que surfeara por primera vez en 1963…
Otra época, la época de las tablas largas, que un día volvieron a ponerse de moda y a ser protagonistas de un hermoso torneo en Mar del Plata que demostró que las raíces del surf están más fuertes que nunca.
Texto: Julián Mozo