“El fútbol es la combinación dinámica de 20.000 factores, de pequeñas cosas que influyen en las grandes cosas. Una pequeña cosa en el fútbol puede significar un gol y perder un partido”. El autor de esta frase no ha sido entrenador ni jugador, tampoco fue periodista ni analista de fútbol. Aún así, es probable que haya estado más cerca y que haya conocido en profundidad, algunas de las circunstancias que rodean al fútbol, que los mismos protagonistas.
Nació en San Justo (Pcia. de Santa Fe) pese a que se consideraba rosarino por adopción. Empezó de abajo: fue maestro de escuela, profesor de Educación Física y posteriormente se recibió de médico. En el fútbol como cualquier niño, se inició en el club de su pueblo: fue arquero en Colón de San Justo, pero rápidamente comprendió que no era lo suyo. Se mudó a Rosario e ingresó como preparador físico de Central, y un tiempo después, con el título en su poder, se convirtió en el médico del primer equipo.
Al tiempo decidió venirse a Buenos Aires y abrió su consultorio en Av Rivadavia al 4600. Por allí pasaron infinidad de futbolistas: arqueros como Agustín Cejas, jugadores de campo como Perfumo y Albrech e incluso extranjeros como el uruguayo Matosas. Era tan grande su amor por el fútbol y su admiración por los protagonistas que, la mayoría de las veces, ni siquiera les cobraba. Para ganarse el mango, trabajaba en la Secretaría de Salud Pública. Por su trabajo allí, obtuvo la posibilidad de viajar con una beca a estudiar en la Universidad de Milán. Su idea era capacitarse para al retornar crear un centro de medicina del deporte. Al cabo de dos años volvió, su proyecto fue aprobado, pero nunca le adjudicaron los fondos necesarios para implementarlo. Cansado de esperar, cerró su consultorio de Av. Rivadavia y emigró, nuevamente, a Italia.
Pensó que nunca volvería pero el llamado de Alfredo Cantilo (el antecesor como presidente de AFA a Julio Grondona) por sugerencia de Cesar Luis Menotti (que lo había tenido de médico cuando era jugador de Central), lo hizo retornar para hacerse cargo del cuerpo médico de la selección argentina de fútbol, que terminaría coronándose campeón en la Copa del Mundo de 1978.
“Menotti sabía que, aparte de la medicina, podía serle útil en muchos aspectos”, dijo en una entrevista a Guillermo Blanco para la revista El Gráfico, “acostumbrado a trabajar en un mundo altamente tecnificado, llegué acá y me di cuenta que había un montón de cosas para mejorar que no tenían que ver directamente con lesiones de juego: equilibrar la dieta del plantel para que aumentaran de peso, aconsejar a los cocineros sobre formas de alimentación y cocción, investigar (con la ayuda del Centro de Bromatología de Morón) y luego recomendar la potabilización del agua que bebían los jugadores en la concentración de José C. Paz porque les acarreaba trastornos digestivos”.
Su abordaje de la medicina partía de una visión integral (bio-psico-social) y explicativa, que buscaba evitar el reduccionismo. “Hay muchos dolores que son irradiados y que no son causados por donde se siente el dolor. Parecería que el organismo funciona como el tero, donde hace el nido y pone los huevos no canta, va lejos para confundir a los intrusos. Y con el organismo humano se da una cosa muy parecida, sobre todo con muchos jugadores famosos que están tanto tiempo parados porque los profesionales médicos no saben diferenciar bien la parte neurológica de la muscular”.
Su relación personal con el futbolista, en algunas oportunidades, excedió lo que tenía que ver directamente con su cargo. Maradona, por ejemplo, lo convocó como médico personal cuando estaba en el Barcelona, luego de ser fracturado por Andoni Goikoetxea (24/9/83). Guillermo Blanco, quien fuera jefe de prensa de Diego en aquel momento, recordó la atención personalizada y la ayuda brindada para su recuperación: “El médico del Barcelona que había operado a Diego (Rafael González Adrio) pronosticaba que tendría seis meses de rehabilitación, como mínimo. Diego lo llamó y él viajó a Barcelona especialmente desde Milán. Analizando la situación le recomendó que se volviera a Buenos Aires y se instalara en la quinta familiar (donde Diego tenía gimnasio, sauna, pileta y campo) para focalizarse plenamente en su recuperación. Él lo acompañó a la Argentina y se instaló con la familia para supervisar los trabajos de recuperación. Tenía un trato ameno y chabacano, que casi sin que Diego se diera cuenta, le permitía exigirlo al máximo. Antes de cumplirse los cuatro meses de la lesión, el 8 de enero, Diego volvió a jugar en la victoria del Barcelona frente al Sevilla por 3 a 1, convirtió dos goles y, como muestra de cariño, al terminar el partido fue a regalarle la camiseta al Doctor”.
Eterno docente, polémico por sus métodos y sus ideas, tras la eliminación en España 82 se radicó definitivamente en Milán, donde vivió más de cincuenta años, y fue espaciando sus visitas a la Argentina pero siguió vinculado con el fútbol y con sus protagonistas. Maradona, Valdano, Pasarrella y Menotti, fueron algunos de los que se preocuparon a comienzos de año, cuando se agravó su situación de salud.
El 16 de septiembre de 2013, justo el mismo día en que se cumplían cuarenta años del título del Huracán de Menotti, a los 90 años de edad, falleció el médico que supo acompañarlo cuando estuvo en el seleccionado argentino. Los rótulos jamás permitirán describir de manera abarcativa a personajes de esta magnitud. Maestro, preparador físico, médico deportólogo, profesor universitario (en la Univ. de Milán), consejero de los equipos olímpicos de varias naciones, consultor médico (de importantes clubes europeos como Juventus e Inter) o Caballero de la República italiana, han sido algunas de las formas utilizadas para describirlo. No por dudar de su ciencia sino por la imposibilidad de acompañarlo en la profundidad del razonamiento, ningún término lo delineó mejor y más cariñosamente que el apodo utilizado por sus amigos: Rubén Darío Oliva, alias “El mago”.