viernes 26 de abril del 2024

Independiente, el chivo y el conjuro

Los futbolistas transformados en chivos expiatorios no morirán de hambre y sed como los animales del relato bíblico. La columna de Herbella.

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En la rica historia de Independiente, si se mencionaba al Chivo sólo se podía pensar en una persona: Ricardo Elbio Pavoni Cúneo. El Chivo, recordado lateral izquierdo uruguayo, fue titular indiscutido en la época de gloria por su juego, que se adaptaba perfectamente a las necesidades de aquel equipo: fuerte en la marca, rápido para los cierres y hacendoso para pasar al ataque. Pavoni se destacaba tanto en su faceta ofensiva (con su exquisita pegada) que llegó a convertir 57 goles, durante las doce temporadas que estuvo en el club. El Chivo jugó, entre 1965 y 1976, a un extraordinario nivel y el equipo, durante ese lapso, obtuvo doce títulos.

La actualidad de Independiente dista mucho de asemejarse a la de aquel momento. La pérdida de la categoría, por primera vez en su historia, es un hito para el fútbol argentino y una demostración más de que con la camiseta no se gana.  La grave crisis institucional generada por el desmanejo absoluto sobre las finanzas, el capricho del nuevo estadio (que aún está a medio hacer), la connivencia con la barra brava y la interna fraticida entre las once agrupaciones políticas que se disputan el poder del club, generaron un ambiente que repercutió directamente en lo deportivo. La cara del descenso de Independiente es un plantel de jugadores que no estuvo a la altura de la jerarquía histórica que supo tener el club, pero no por eso son menos de los que fueron los planteles de sus directos competidores. El cambio constante de directores técnicos dificultó la conducción y atentó contra el crecimiento y desarrollo de un plantel dispar: con una brecha enorme entre jugadores veteranos y cuasi prepúberes.

Sin esperar a la finalización del campeonato, pero consumada la pérdida de la categoría, la dirigencia de Independiente tomó la repudiable, demagógica y oportunista medida de separar del plantel a un grupo heterogéneo de doce jugadores: algunos más responsables y partícipes que otros. El nombre de los “futbolistas licenciados” fue entregado a la prensa con celeridad. Con contrato vigente como mínimo hasta el 30 de junio, estos futbolistas fueron “notificados” de manera desprolija sobre su futuro. En la lista había de todo: estaban los que habían llegado hace poco tiempo y no rindieron (Ernesto Farías, Víctor Zapata, Luciano Leguizamón y Lucas Villafañez), los que llevaban un tiempo en el club (Hilario Navarro, Adrián Gabbarini, Osmar Ferreyra, Roberto Battión y Eduardo Tuzzio) y un grupito de jóvenes surgidos de las inferiores (Gonzalo Contrera, Federico Gay y Nicolás Villagra).

En el Antiguo Testamento, específicamente en el Levítico (uno de los libros del Pentateuco) se describe cómo los judíos, para celebrar la fiesta de la expiación elegían un chivo (símbolo del pecado y del demonio) y lo llevaban ante el Sumo Sacerdote, quien por medio de un conjuro solicitaba que recayeran sobre el animal todas las culpas por los pecados cometidos por el pueblo de Israel. Luego de practicado el rito, el chivo era llevado al desierto, donde se liberaba para que muriera de hambre y sed.

Los doce futbolistas que la dirigencia de Independiente ha transformado en chivos expiatorios, con el fin egoísta de purgar sus culpas por el descenso, no morirán de hambre y sed como los animales del relato bíblico. A los más jóvenes tal vez le trunquen el sueño, o le compliquen el desarrollo de su carrera; a los más viejos, probablemente los induzca a tomar la decisión de retirarse; el resto (luego de arreglar su desvinculación) seguirá jugando en otro lado. Pero la realidad indica que, aún con los doce futbolistas fuera del club, no habrá conjuro capaz de exculpar a los que también han sido responsables.