viernes 27 de diciembre del 2024

Amistoso con los monstruos

El partido entre Barcelona y Boca volvió a demostrar que el fútbol sudamericano está a años luz del europeo. El término “superliga” se parece cada vez más a una ironía

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“¡Bello, bello…! (intenta aplaudir, arma la guardia, se ríe, hace todo a la vez). ¡So’ contento, so’ contento, ja, ja, ja!”

De “Los monstruos” (1963), dirigida por Dino Rissi. El ex boxeador Artemio Altidori (Vittorio Gassman), en silla de ruedas y con daño cerebral, celebra cómo Guarnacci (Ugo Tognazzi), el colega que lo convenció para volver al ring y recibir una golpiza, remonta un barrilete en la playa.

A veces uno viaja cegado por el brillo dorado del oro y termina solo, en una balsa destartalada en medio de un río torrentoso, rodeado de muerte y monitos que saltan de un lado a otro. Como Aguirre.

Klaus Kinski tuvo la idea y diseñó un arnés para deformar su espalda y remarcar aún más el patetismo dramático del personaje. Era un actor tan genial como intolerable, que no dejaba de gritar y provocar a los técnicos, a los extras, indígenas de Ioquitos, en la Amazonia, plena selva peruana. Un día, ante el enésimo escándalo, el jefe de la tribu llamó aparte al director, otro alemán loco llamado Werner Herzog, que tampoco lo soportaba, y le ofreció matarlo. “Todavía no, gracias; lo necesito para terminar de filmar”, contestó, después de pensarlo unos segundos.

El “loco” Lope de Aguirre realmente existió, y era el papel ideal para alguien como Kinski. Un conquistador que, en 1560, se amotinó contra Pedro de Ursúa, un hombre de Pizarro, a quien seguía en la búsqueda de El Dorado, la mítica ciudad construida de oro puro. Se nombró “príncipe de tierra firme” y discurseaba: “¡Yo soy el gran traidor! El único. Quien piense en abandonar esta misión será rebanado en 198 pedazos. Quien tome un solo grano de maíz o una gota de agua mayor a su ración será encerrado durante 155 años. Si quiero que los pájaros caigan muertos de los árboles, los pájaros caerán. Soy Aguirre, la ira de Dios”.

Ese era el título de la película que Herzog dirigió en 1971, y que termina con un increíble travelling alrededor de la balsa de troncos, donde Kinski se aferra a lo que puede, con monitos chillando a su alrededor, hombres muertos y el cuerpo de su hija, con quien planeaba casarse para fundar “la dinastía más pura”. Su insensata búsqueda del oro terminó en un desastre. Suele pasar.

El término “superliga” se parece cada vez más a una ironía, a una forma de tomarnos con humor la caída. Los equipos entran juntos a la cancha como en la Champions y el árbitro toma la pelota, en primer plano, que lo espera sobre una tarima. Parece igual. No lo es.

El fútbol codificado, que llegó para llenarnos de hospitales y jardines de infantes, no ha podido asegurar una mínima inversión para que sus stars criollos troten por un campo decente, profesional. Hace un año, una serie de conciertos destrozó el césped del estadio de Huracán. Que el grupo, además, se llame La Renga, sí se parece a la tormenta perfecta. En el país vienen pasando cosas que serían muy graciosas si uno fuese suizo. Y no, no es el caso.

Boca (los Defensores de Macri de Angel Easy), bicampeón nativo, rey indiscutido del nuevo formato, calmó su sed de reconocimiento universal jugando la histórica copa Joan Gamper, en Barcelona. La idea era hacer marketing, e imponer la marca en Europa, Asia y el último rincón del mundo que sigue a Messi, nuestro capitán en modo pause.

El Barça jugó al trotecito, sin pisar el acelerador, y en el segundo tiempo hizo miles de cambios, como el equipo económico. Pero ¡oh sorpresa!, a ellos les salieron bien. Los nuestros, orgullosos de competir en la elite, hicieron como si no les importara demasiado, y se comieron un baile módico, con cierta dignidad y precio de amigo.

A Pavón, que no jugó un partido deslumbrante, siempre le quedará el caño espectacular que le hizo a Busquets. Andrada, imponente con su 1,93, controló durante una hora y media la inflación de un resultado crítico. Nada mal.

Fue un 3-0 light, que les dejó una sonrisa a casi todos. Los visitantes, a falta de juego, sacaron chapa con el creativo y muy profesional aliento de su hinchada, La 12, única pyme nacional en expansión. Un negocio que se ríe de las crisis económicas, siempre con el pasaporte a mano y los dólares para viajar por el mundo buscando la Gloria. Eso que alguna vez, más un cuaderno, fue lo más parecido a la felicidad.

Los jugadores del Barça miraban el espectáculo de cantos, bombos y banderas con curiosidad y cierta perplejidad. Los nuestros sonreían maravillados, víctimas de cierta excitación psicomotriz.

El bicampeón de la AFA disfrutó el dulce mareo de sentirse, por un rato, en la cima del mundo, como DiCaprio y Kate Winslet abrazados en la proa. Mauro Zárate prefirió el hiperrealismo: “No se pudo lograr el triunfo, pero fue una experiencia única que nos ayuda a mejorar. ¡A pensar en el lunes, que hay que seguir punteros!”. Tevez saludó mucho, la tocó poco y, ya en Buenos Aires, llevó a Susana Giménez a conocer Fuerte Apache. “Si es macrista, Carlitos ya no es más el jugador del pueblo”, dijo Maradona, con los tapones de punta.

Guillermo fue reflexivo: “Físicamente no hubo tanta diferencia, pero contra esa técnica no se puede. Nosotros competimos desde la personalidad y la rebeldía. La experiencia fue buena, sacamos un montón de conclusiones”. Y bueh.

La realidad no da mucho espacio para el verso romántico. El mundo nos queda demasiado lejos y mucha pelota no nos da. Aunque le hagamos todo el show, el Gran Capital es cobarde. Se defiende, sabe agarrar a la gente del cogote, asfixiarla, y suele reclamar bastante más que la libra de carne del viejo Shylock.

Algunos, como el Estudiantes de Verón, supieron jugarle a cara de perro. Ya no. Apenas nos dejan correr como salvajes, nos humillan lo necesario y debemos sudar la gota gorda para evitar la catástrofe. Lo que sí queda bien claro, en este tiempo de vacas flacas y deudas gordas, es quién tiene la posesión, todo el tiempo.

Ellos, compatriotas, los dueños de la pelota.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil