sábado 04 de mayo del 2024

Los parches de uno, la obediencia del otro

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Tal vez no lo recuerden, pero Francisco Oscar Lamolina (hoy vicepresidente del Colegio de Arbitros y coordinador) fue un juez con el que la AFA instaló la idea de que “es un muy buen árbitro” como hoy lo hace con Patricio Loustau y alguna otra vez lo hizo con los “Golden Boys” del referato: Héctor Baldassi, Gustavo Bassi y Gabriel Brazenas. Algunos periodistas son muy permeables a esta instalación de “buen concepto arbitral” en la opinión pública y repiten como autómatas que “Lamolina es el mejor”, “Baldassi es un excelente árbitro”, “Bassi es una estupenda aparición”, “Brazenas integra una camada de muy buenos árbitros”, “De la nueva camada, Loustau es uno de los que tienen mejores condiciones técnicas”. Tal vez sea cierto en algún caso y hasta genuino el pensamiento de que Lamolina fue un gran árbitro.

Lamolina fue un árbitro de vuelo bajo, instalado por la AFA porque reunía las condiciones de árbitro “sacapartidos” y de carácter dócil, que la entidad presidida por Julio Grondona necesita para seguir ejerciendo sus políticas sin que nadie se oponga. Además de pasar una larga temporada sin cobrar penales –mediados de los 80–, cometió una falta ética que no se puede soslayar: Lamolina es, aún, representante de la firma de indumentaria deportiva Penalty. Siendo todavía árbitro AFA, Penalty fue la marca de pelotas que se utilizó en partidos oficiales de los torneos argentinos. Lamolina participó de las negociaciones y fue quien ofició de intermediario. Algunos dicen que cobró una comisión por esto, aunque no existen pruebas contundentes. En cualquier caso, no se trata de un delito, por supuesto, pero es una falla ética importante. Fue juez y parte. En la actualidad, la empresa Penalty provee ropa a Vélez en la Argentina y a muchos equipos del fútbol brasileño. Otra de las actividades de Lamolina es dirigir un equipo de country. Cuando se le acabó la carrera de árbitro –domingo 28 de marzo de 1999–, Lamolina trabajó como relacionista público de la AFA, acompañando a los árbitros extranjeros desde el avión de llegada hasta el de partida. Al comienzo de esta temporada, fue designado como “coordinador” de árbitros de la AFA.

La joya más preciada de la Gestión Lamolina es Patricio Loustau. Es joven, tiene 36 años y, como casi todos saben, es hijo de Juan Carlos Loustau. El papá de Patricio fue uno de los más emblemáticos jueces de la línea “blanda” del arbitraje. Alguna vez, tras un partido en el que se sintió perjudicado, el mismísimo hijo de Julio Grondona, “Humbertito” (entonces DT de Racing), lo llamó “Pepe Empate”, por su capacidad para muñequear los partidos y no complicarse.

La cuestión es que a Loustau Junior las cosas le estaban yendo bien. De hecho, es el único juez que dirigió en las 14 fechas que se llevan jugadas. No iba a dirigir (“jugar”, en la jerga de los referís) ningún encuentro porque había perdido en un sorteo. No podía estar en el Boca-River porque había sido el juez de Argentinos 0-Boca 2. Además, llegó el sábado 14 a la mañana desde México, donde fue cuarto árbitro del partido Jaguares-Cerro Porteño. Cuando se produjo su insólita designación para el Boca-River, no se enteró porque estaba en vuelo.

Los gritos de Passarella pidiendo la renuncia de Grondona por el pésimo arbitraje de Loustau en el clásico se escuchan hasta hoy y se escucharán por mucho tiempo, por varios motivos. El primero es porque tiene razón, el arbitraje fue muy malo.

El segundo es porque Passarella comenzó su campaña para quedarse con el sillón de Grondona. Lo va a negar aunque le arranquen las uñas, porque en medio de la locura de estos días suena demencial pensar en un cambio de timón en la AFA y que el próximo comandante sea El Gran Capitán. Pero es el inicio de la idea, de una semilla que el tiempo dirá si germina o no.

Los desmanejos en la conducción de los árbitros de la AFA están a la orden del día. El designado para Boca-River fue Héctor Baldassi. Un ataque de apendicitis lo dejó out. Lamolina pensó en Pablo Lunati para suplirlo. Lunati –que, dicho sea de paso, detesta a Baldassi– le dijo algo así como: “El clásico me tocaba a mí. Si designaste a Baldassi a dedo y se te cayó, no me busques. Yo me voy a Bahía Blanca”. Ahí fueron por Loustau. En cuanto Passarella se enteró (día anterior al partido), fue y encaró a Julio Grondona (además de todo, presidente del Colegio de Arbitros) y Francisco Lamolina (vicepresidente obediente). “No quiero a Loustau. Dirigió a Boca la semana pasada y me dirigió muy mal con Godoy Cruz.” “Quedate tranquilo que es un muy buen árbitro”, contestó Grondona, con falso tono campechano.

Passarella no se quedó tranquilo. Boca le ganó a River 2 a 0 y Loustau no cumplió con aquella premisa de comienzos de torneo ni con las expectativas de sus superiores. No sancionó ninguno de los agarrones en el área de Boca. Fueron todos penales. Después, todos los dirigentes se sienten con derecho a queja porque el problema de capacidad arbitral excede el superclásico. Hace poco, Racing dijo haber sido bajado de la pelea franca por el título por malos arbitrajes, a Quilmes lo perjudicaron notoriamente en sus partidos contra Argentinos Juniors e Independiente, y así podríamos seguir con todos. Y todos, en mayor o menor medida, tendrían razón.

El problema es estructural. Hay una cabeza (Grondona) que construyó su enorme poder poniendo parches y dando prebendas para tener los votos y una interesada lealtad del resto de los dirigentes. Hay un ex árbitro (Lamolina) que está donde está sólo porque en toda su carrera hizo todos los deberes y no porque haya sido brillante. Es más, estuvo bastante lejos de serlo. Grondona dijo que está viejo, pero sano. Tiene razón, se lo ve bien. Ojalá dure su buena salud. El que está enfermo es el fútbol. Y ahí sí que no se ve una cura cercana.

Columna publicada en la edición impresa del Diario Perfil

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