jueves 28 de marzo del 2024

Más desigual que nunca

Barcelona levantó la copa con autoridad, con jerarquía, jugando mucho mejor que sus rivales y demostrando en la red su contundencia ofensiva. Por qué fallaron River y San Lorenzo.

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No es fácil argumentar en estos casos, porque siempre hay elementos para considerar, atenuantes, que hacen tambalear alguna afirmación que se exprese. Encima, las palabras futboleras suelen tener receptores muy susceptibles que consideran cualquier juicio distinto al suyo con mucha menos tolerancia que en otros rubros. La política metió la cola en los últimos años y hoy por hoy, fútbol y política son casi sinónimos en esto de la ofensa gratuita, el insulto descalificador, la subestimación y la prepotencia. Lo diga quien lo diga.

Barcelona es un muy merecido campeón, porque se sacó de encima sin problemas tanto al modesto cuadro chino que dirige Felipao Scolari como a River Plate, el campeón del fútbol sudamericano. Lo hizo con autoridad, con jerarquía, jugando mucho mejor que sus rivales y demostrando en la red su contundencia ofensiva. Tuvo y tiene a tres de los cuatro o cinco mejores delanteros del mundo: Messi, Luis Suárez y Neymar, en ese orden.

El fútbol es un deporte ilógico, eso lo distingue largamente sobre el resto de las actividades competitivas, pero cuando hay cracks de semejante nivel y encima tienen un conductor como Andrés Iniesta, las distancias se agrandan. Cuando también existe una idea de juego, una filosofía aplicada que lleva largos años metida en la piel de los protagonistas, no hay manera de frenarlos, se intente lo que se quiera intentar.

River hizo lo que pudo. Contó con un técnico moderno, inteligente, capacitado para semejante desafío pero con armas muy inferiores y un plantel que perdió varias figuras y había iniciado un declive en su juego que no evidenció ningún progreso. River eliminó al muy precario Sanfrecce Hiroshima japonés, gracias al oportunismo de Lucas Alario en un cabezazo y a las enormes atajadas de Marcelo Barovero en su propio arco. River se clasificó para la final sin merecerlo y eso quedó de lado en las consideraciones finales.

Es que según parece, lo único que importa es llegar como sea. De la misma forma en que San Lorenzo arribó al choque contra Real Madrid el año pasado en Marruecos, tampoco la tuvo sencillo contra otro cuadro menor, el Auckland City de Nueva Zelandia. El equipo de Boedo tampoco llegó en su mejor momento y encima no contó con los delanteros que mereció haber llevado al norte de África.

Sin embargo, para el grueso del periodismo argentino, no hubo análisis de si mereció ser finalista o no. Ni San Lorenzo primero ni River después mostraron algo superior a lo que habían ofrecido en los últimos meses en el país. La enorme motivación de jugar el Mundial de Clubes, las ganas de quedar en una historia selecta a nivel planetario, no alcanzaron para dar un plus de calidad o de jerarquía. Fallaron ambos.

Y en las finales, se repitieron las circunstancias con escasas distancias. San Lorenzo salió a no perder, queriendo inquietar al Real Madrid con algún pelotazo aislado o sacando rédito de una pelota detenida. Nada de eso pasó, ni siquiera puso en aprietos el arco español. River jugó a frenar al Barça primero con algunas brusquedades –se salvó Vangioni de una amarilla prematura- que se disipó cuando llegaron naturalmente las amonestaciones a Kranevitter y Ponzio.

Barcelona toca y toca hasta el hartazgo. El pase corto, irse para adelante o para atrás, pero siempre teniendo la pelota y la estocada profunda, letal, cuando los creativos espían el hueco o la chance. Tardó 36 minutos en concretar –más allá de la mano previa de Messi- los mismos minutos del primer gol del Real Madrid en 2014. Después, la historia cambió para mal de los equipos argentinos. El dominio fue total, absoluto, con la resistencia defensiva del vencido y un esfuerzo loable de sus mediocampistas por proteger a Torrico o a Barovero.

Hoy por hoy, la final del Mundial de Clubes no tiene manera de alejarse de Europa. Son selecciones mezcladas con mucho sudamericano, algún africano, algún eslavo y escasos españoles. Lo son, igualmente, en poderío económico, aunque Barcelona juegue mucho mejor que Real Madrid o que los otros cuatro fantásticos de Europa: Bayern Munich, París Saint Germain y los dos Manchester. Esos tienen plata, nombres, rating, pero les falta vuelo futbolístico salvo la maquinaria alemana del Pep Guardiola.

Es que en la última década, la distancia ha sido cada vez más grande: 8 de las 10 finales han sido ganadas por los equipos europeos. Veamos: Milan de Italia (2007), Manchester United (2008), Barcelona (2009, 2011 y 2015), Internazionale de Milan (2010), Bayern Munich (2013) y Real Madrid (2014). Los sudamericanos vencedores fueron Internacional de Porto Alegre ante el Barcelona en 2006 y Corinthians de Sao Paulo, que derrotó por 1-0 al Chelsea de Inglaterra en 2012.

Está clara la superioridad. Está claro que el fútbol legitima a los millonarios y a quienes pueden quedarse con todo gracias a la chequera. Pero también está claro que el Barcelona ha jugado mejor que todos ellos y es el vencedor más auténtico. ¿Qué sería de los catalanes sin Messi ni Suárez ni Neymar? Buena pregunta que no tiene respuesta. Aunque antes de que el trío más mentado llegara a Catalunya, la línea de juego, el trabajo en las divisiones inferiores, la búsqueda de la excelencia ya eran moneda corriente. Esos lo distancia de todos los demás.

En cambio, acá tendríamos que seguir trabajando y aprender. Y dejarnos de darle matiz épico a algo que no lo fue. Daría la sensación que de ahora en más, hay que conformarse con ganar la Copa Libertadores y disfrutar en jugar el torneo mundial de clubes, pero sin pretensiones que no sean avaladas por la realidad. Porque después, el golpe es muy duro. Aunque seamos argentinos y nos creamos por encima de todo y de todos.