domingo 24 de noviembre del 2024

La inquisición del mejor

En esta época de posverdad, además de rivales, Messi tiene que esquivar críticas absurdas basadas en el peso que ejerce una parte del público.

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Con el correr de los minutos, la alegría y la esperanza se transformaron en ansiedad y desesperación. Ese sentimiento de “todo sigue igual” afloró y la vuelta de Messi quedó opacada por un cúmulo de errores colectivos cometidos por distintos actores. Los flashes mostraron al 10 con sus manos en la cara, imagen que otra vez evidenció la desazón por la derrota. El tipo insiste, viene, pelea, pierde y se va a la casa. Un puñado de tuiteros dicen que es un fracasado y que no es el mismo que en Barcelona. ¿La respuesta? Vuelve a insistir, vuelve a pelear. No le debe nada a nadie, no tiene que demostrar nada. La lucha es contra él. Messi vs. Messi. El nene que gambeteaba en las canchitas de tierra de Rosario contra la bestia multiganadora que levantó trofeos en los estadios más importantes de todo el mundo. Y sigue, agacha la cabeza, muerde bronca y sigue.

Además de la profunda admiración que siento por Messi, me es imposible no pensar en él como aquel nene de Rosario. Veo su pasión. En sus ojos se reflejan todos los sueños que le quedan por cumplir. Sorprende que el mismísimo Messi aún tenga metas inconclusas. Con la camiseta de Argentina, las puertas del cielo nunca se le abrieron y ahí empieza su incomodidad, su insatisfacción. Me es imposible ver a Messi y no pensar en mis hijos. Cada pelotazo que retumba en la pared de mi departamento es coronado con un “¡Gol de Messi!”. Ser referente no es su obligación. Tampoco ser héroe. Pero transmite esperanza. Es el pibe que llegó. Su habilidad lo puso en lo más alto y va a costar bajarlo, si es que alguna vez alguien llega a superarlo. Hoy, una figura que represente ambición y humildad por partes iguales es todo un hito. No quedarse de brazos cruzados, intentar y caer una y mil veces hasta alcanzar el objetivo, aunque se sepa que cabe la posibilidad de que el éxito nunca llegue, entonces se debe buscar consuelo en el sacrificio, en el haber dejado todo.

Para Messi nunca alcanza. No sé si es su estilo de vida o simplemente ser el mejor tiene esa característica. En casi todos los partidos que juega hay un récord distinto: máximo goleador, más hat-trick contra tal equipo, mayor cantidad de asistencias, y sigue la lista. Rompe las estructuras lógicas y lleva el fútbol un pasito más allá de lo que lo conocemos. Lo ves jugar y decís en voz alta: “¡No sé cómo hizo eso!”. También está la parte grupal. El fútbol es en conjunto y siempre es necesario un plus. Ese plus es él. ¡Y qué plus! Pero la compañía es fundamental. El Messi bien rodeado, con un esquema acorde, es el que explota en su mejor versión. Se ve todos los fines de semana, no estoy diciendo ninguna locura. Y es falso que en la Selección eso no se haya visto, es una construcción falaz que se estableció con el tiempo y quedó en la boca de los charlatanes. En esta época de posverdad, además de rivales, Leo tiene que esquivar críticas absurdas basadas en el peso que ejerce una parte del público que exige desde un pedestal imaginario, que vaya una a saber quién los ubicó ahí. Disfrutarlo. Eso hay que hacer. Porque en los éxitos nos pintamos las caras de celeste y blanco y aplaudimos de pie. Pero cuando vienen las malas, “esta selección no me contagia nada”. Realizamos una inquisición y convertimos al mejor de nuestros jugadores en un paria sin apoyo. El exitismo nos va a enterrar a todos.

La vuelta no fue la mejor. Vale aclarar que la ida también fue en un momento adverso. Pero él vuelve. Una y otra vez, vuelve. Porque le falta el título con Argentina. No quiere que las puertas del cielo se abran y ya. Messi quiere entrar a las patadas y meter el gol más importante. Quiere sacarse de encima esa maldición, cerrar las bocas y abrir la suya para gritar: “¡Por fin!”.

En pocos meses comienza la Copa América. Otra oportunidad más, un nuevo intento. El fútbol nos gusta porque es impensado, no respeta lógicas. A esta altura, con esta selección, ya no sé qué es lo esperable. La ilusión nace con la misma rapidez que se desmorona. Solo Messi es quien sostiene esa esperanza. Su figura mantiene esa llama que te hace pensar que hay una chanche. De corazón espero que esta vez sea la definitiva. Por su bien, por el nuestro.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.