“Los ídolos son todos seres humanos. Todos tienen errores, problemas, debilidades, cosas fuertes. Manu, yo, Jordan, todos. El tema es quién cuenta la historia y en qué momento de la vida”. Andrés Nocioni es sanguíneo. Lo fue en la cancha y lo es afuera. Y no cree mucho en los ejemplos. O, al menos, en los ídolos que son mitificados. Por eso, consultado por Michael Jordan y el debate sobre su polémica forma de liderazgo, prefiere no ser terminante en su afirmación, como nota que mucho hoy en las redes sociales. No le interesa defenderlo, pero menos atacarlo o subirse al carro de quienes ahora, al ver The Last Dance, lo acusan de abusador, de tirano, de mala persona sin empatía ni códigos. "Toda acción tiene su precio. Y cada una también su consecuencia. Pero todas, algunas por hacer y otras por no. Jordan tuvo su metolodología. Le sirvió a él y a sus compañeros. Todos ganaron. Títulos, fama y dinero. No soy quién para decir si estuvo bien o mal”, continúa Chapu. Se lo busca a él, se le explica, para que ofrezca su opinión, porque él estuvo ahí, en Chicago, y compitió en un alto nivel.
“Cuando yo estuve allá tan mal no se hablaba de Jordan como compañero y líder. Y yo, perdón, no estuve a ese nivel. Ni cerca. A Jordan se lo puede comparar con muy pocos. Es verdad que otras superestrellas tuvieron otra forma de liderar, tal vez Duncan o Russell. No hay una sola que te lleve al éxito… Nosotros, cuando ganamos con la Generación Dorada, no todo fue color de rosa, eh. Había peleas por exigencias, porque alguno no quería hacer algo. Muchas veces nos cagamos a palos, hasta las nueces, y yo he pegado alguna piña. También hicimos algunas de esas cosas por ganar y algunas no estuvieron bien”, cierra el Jugador del Pueblo, desmitificando la historia que muchas veces se cuenta y a veces “es sólo la parte más romántica”.
Son varios los que aseguran que la serie es un PNT de Jordan. Un panfleto para hacerlo aún más grande (y captar nuevos fans) que, en el camino, oculta parte de la verdad. O toda la verdad, se atreven los más osados. El argumento tiene algunas razones. Primero: una de las empresas de Jordan coproduce el documental. Segundo: el propio MJ aceptó hacerlo luego de pedir algunas condiciones que salieron a la luz. Una de ellas era que se contara bien el contexto para que la gente no lo viera “como una persona horrible”. Está claro que hay personajes que tienen más o menos lugar (sorprendió, por caso, el casi nulo espacio a Toni Kukoc, pieza decisiva en el segundo Tri) y algunos que quedan mejor parados que otros (dicen que Pippen, nada menos que el ladero favorito de Jordan, está enojado con MJ por haber quedado como un egoísta en un par de momentos de la serie). Y seguramente en eso estuvo la mano de Su Majestad. Sin dudas que levantó y bajo el pulgar. O al menos influyó en las decisiones finales.
Pero, a su vez, es verdad que en El Ultimo Baile se tocaron todos los temas, incluso los más espinosos para él, como su supuesta adicción a las apuestas y las teorías sobre que el retiro del 93 y hasta la muerte del padre tuvieron que ver con sus (comprobadas) deudas de juego. También se bucea sobre otra parte de su lado más oscuro. Se detalla todas las formas que tenía de hacer bullying a sus compañeros y la gente que lo rodeaba, y esa personalidad maníaca y abusiva que hizo que Will Purdue admitiera que “era un idiota, un cretino”. Jordan fue bravísimo, muy desgastante y estresante en el día a día. Y eso queda claro en el documental, no se lo oculta. Se lo pone en el tapete para que cada uno saque conclusiones. No es lo único. También se nota que el 23 fue un compañero muy poco empático, que sólo quería a los otros para ganar. Que le importaban poco los temas personales (Steve Kerr admite que nunca habló con él sobre los asesinatos de ambos padres) o las necesidades (como la de Pippen de mejorar su contrato, algo por lo cual nunca intercedió con la dirigencia) de quienes lo rodeaban. MJ quería la gloria. Sólo eso. No le interesan mucho las relaciones personales. Era, como dicen en Estados Unidos, “all business” y por eso no sorprendió que al entierro del padre sólo fuera un compañero de esa época (BJ Armstrong).
Su fórmula para acercarse a su ambiciosa meta era exigir cada día. Al extremo. Su vara estaba muy alta y quienes no estaban a la altura vivían un infierno. En su búsqueda de la gloria y del olimpo de los dioses no tuvo problemas en llevarse puesto varios códigos de grupo, con humillaciones, ataques verbales y hasta físicos (las trompadas a Purdue y Steve Kerr lo ratifican). Siempre todo justificado en función del ganar o ganar. No hay dudas de que las falencias que no tuvo en la cancha las mostró afuera, en sus formas. Pero, a su favor, hay que decir al menos un par de cosas. Primero que aquella era otra época, muy distinta. Hoy no están permitidos algunos abusos que antes eran comunes. No crean que MJ fue la única estrella que bastardeó compañeros y rivales. Tal vez el 23 lo llevó al extremo, pero no creo en carmelitas descalzas, como piensa Chapu. Por otro lado, el 23 fue un líder que predicó con el ejemplo, como nadie. Sobran historias que ratifican lo que él dice. “Nunca le pedí a mis compañeros que hicieran algo que yo ya había hecho primero”, dice con razón. Eso no da derecho a humillar, a degradar o denigrar, pero no hay dudas que era la única forma que MJ conocía. En la serie quedó claro, en el final del séptimo capítulo, cuando resume su apabullante mentalidad, que el miedo que metía hoy se volvió como un boomerang y le duele. Cuando escucha lo que los compañeros tienen para decir, cómo lo recuerdan, se quiebra y pide una pausa en la grabación. La coraza impenetrable se rompe… Está claro que sabe que lo suyo tuvo consecuencias, aunque también sea un poco injusto que los compañeros hablen así hoy. Sobre todo cuando prácticamente ninguno (salvo Horace Grant, la principal fuente del libro Las Reglas de Jordan) salió a hablar cuando MJ los llevaba a ganar y los llenaba de gloria y dinero.
Si era así con los compañeros, imaginen con los rivales. Al vivir de los desafíos, los buscaba siempre. Todo el tiempo y a veces se “conformaba” con nimiedades. Cualquier cosa le servía para tomarse revancha. La venganza podía llegar porque no lo saludaban, porque le daban un premio a otro o simplemente porque el otro había jugado mejor en un juego anterior. O incluso si no había pasado nada. Jordan admite, 27 años después, que LaBrandford Smith, jugador mediocre que una noche le metío 37 puntos, nunca le dijo “buen partido, Mike”, la excusa que usó para el otro día ridiculizarlo con 39 tantos, en una sola primera mitad, en el segundo partido en noches consecutivas. Quizás esa desesperación por vengarse esconda detrás el método del odio... Un sentimiento que lo empujó mientras estuvo en la elite. Otro tema que deja claro el documental es el poder que tuvo y cómo lo ejercía. MJ era el mandamás y sólo, a veces, encontraba resistencia en Jerry Reinsdorf (dueño), Jerry Krause (general manager) y Phil Jackson, aunque en el caso del DT cuando superaba los límites más sensibles.
Todo lo visto en la serie desemboca en una pregunta: ¿Esto lo baja del pedestal o lo sube aún más? Julio Lamas no tiene dudas de que Su Majestad sigue bien arriba y lo fundamenta. “Jordan fue así. Un tipo que quería ganar siempre, exigía, empujaba y, aunque cruzó a veces la línea del buen trato, no se lo puede crucificar. Hay otras maneras a ese nivel, como las de Magic, Bird o Ginóbili, que han ganado mucho empujando a los demás de igual a igual. Jordan tenía otra manera y fue normal que su técnico y el equipo lo soportaran. Porque les daba mucho más de que lo que el resto tenía que asumir por tenerlo, porque él no pedía nada que no hiciera primero”, analiza. Silvio Santander, otro de los respetadísimos coaches argentinos, opina que “si lo sube o lo baja del pedestal, en definitivamente irá en el gusto de cada uno. Para algunos es una barbaridad lo que hizo y otros te dirán ‘dame siempre un caballo así’. Yo creo que cruzó algunos límites, como el tema físico, pero el empujar permanentemente, ser un cabrón que sube la vara, aunque a veces no sepa manejarse, es más soportable. Yo, si fuera DT de alguien así, tan bueno y tan difícil, les diría a los demás banquemos como es porque nos lleva a ganar”. Sobre la forma de liderazgo del astro, aceptó que “da para un gran debate. No hay una fórmula única de hacerlo. Yo creo que tipos como Duncan y Manu tuvieron otra, pero tampoco puede juzgarse a MJ como mala persona por haber hecho eso. Hay que separar. El lado competitivo lo pone en una versión que no es la quisiéramos, pero tampoco exagerar”. Otro entrenador que sabe que no todo se soluciona con el manual que todos a veces abrimos, cómodos, desde un sillón de nuestra casa..
Sebastián Ginóbili, jugador importante de la historia de la Liga, hoy un ascendente DT y, además, hermano de Manu, hace hincapié sobre las distintas maneras de liderar, sin condenar la de su ídolo de la infancia. “Algunos son líderes desde el ejemplo, ayudando, poniéndose espalda con espalda con el otro. Y otros a través del miedo, la forma que tenía Jordan. Y no me parece que haya que descalificarla. Para ganar a ese nivel necesitás personalidades así. Kobe era igual, por ejemplo. Yo no estoy de acuerdo, pero era su manera. Y le funcionó. Seguramente no haya sido bueno incluso para él, para su interior, por las reacciones que vemos en algunos capítulos. Pero es la manera que encontró”, comparte. Selem Safar y Mario Milanesio, jugadores argentinos de distintas épocas, prefieren encontrar lo bueno de esa metolodogía y ambos recuerdan cosas parecidas en equipos campeones que integraron. “Me recuerda a Leo (Gutiérrez) y mi época en Peñarol. Salvando las distancias, todo es bastante parecido. Leo era así de ganador. Y, realmente, a ese nivel, no creo que haya otra forma teniendo esa cabeza y esa necesidad de ganar”, comenta Selem. “A mí me recuerda al Atenas del 86. Vivimos cosas parecidas, salvando las distancias. No siento que sea bueno o malo lo que hizo Jordan. Es la forma de lograr éxitos deportivos en ese ámbito”, opina. Marcelo, su hermano, uno de los mejores bases de la historia y para muchos el jugador top de la historia de la Liga, considera que muchas de las cosas vistas “son normales en los equipos de alto nivel, donde todos quieren ganar y se dan problemas, roces lógicos. A veces hay compañeros que son duras, que buscan tocar el orgullo de otros, pincharlos, inyectarlos para que respondan. Es parte de la dinámica de los grupos que buscan ganar. No creo que sea algo para impactarse”, explica. Juan Espil, otro de los grandes de la historia, posiblemente el mejor tirador argentino de siempre, admite no haber “visto nada malo. Sí, era un obsesivo, a veces trataba mal a compañeros, pero a la larga sacaba lo mejor de todos, los hacía mejores. Estar a ese nivel y ganar así tiene un precio, como dice él. Yo lo comparto totalmente. Jordan es el más grande, sin duda alguna”, cierra.
Está claro: sus colegas argentinos y los entrenadores de esta parte del mundo que están más acostumbrados a competir a los mejores niveles, a estar en tensión y bajo presión, comprenden la forma de MJ, aunque sepan que no es la ideal. Tal vez sea, como decía Víctor Hugo Morales, que “a los ídolos mejor admirarlos que conocerlos”. O, simplemente, sean épocas distintas, historias y sentimientos que cambian con el tiempo... Una forma que, en su momento, muchos aceptaron –de alguna u otra manera- y ahora es tarde para quejas y pataleos. Ni fue un Dios perfecto ni una mala persona. Simplemente, en la cancha, pareció un extraterrestre y afuera tuvo muchas virtudes y algunas falencias que hoy nos horrorizaban pero antes no parecieron tan perjudiciales.