Usted me va a tener que disculpar, señor Casale. Tal vez sea un atrevimiento de mi parte venirle con estas cosas justo a usted, que es el protagonista de una gran historia, de una historia maravillosa, de la mejor historia jamás contada. Por eso le digo que me va a tener que disculpar, porque me voy a entreverar con algo que no debería. Me voy a enredar en su historia, que es lo mismo que le diga que me voy a meter con usted.
Hay cosas que deberían permanecer inmaculadas, inalterables. Yo soy de los que piensan así. Le voy a dar un ejemplo: cuando quiero escuchar una canción por lo general prefiero la versión que grabó el autor. Ya sé, hay covers muy buenos, pero yo le digo lo que me pasa en la mayoría de los casos. Me quedo con la inspiración que tuvo el artista cuando grabó ese tema. Le cuento esto para que vea que prefiero las cosas originales. Aunque hay excepciones, como en todo. Si no, vea lo que hizo Caetano Veloso con “Un vestido y un amor”: la mejoró, le salió una versión más linda que la de Fito Páez. ¿La escuchó? Se la recomiendo. Espero, señor Casale, que este ejemplo no lo tome como algo intencionado, nada más alejado de mí que ensañarme con gente de Central. Solo quise darle alguna pista para que vaya conociendo mi manera de pensar.
Decía, entonces, que prefiero las versiones originales y me jode bastante que vayan por ahí modificando con ligereza cosas que deberían permanecer intactas.
Usted se preguntará, señor Casale, a qué viene todo esto. Iré al grano. Yo sé que para usted hubo un solo 19 de diciembre. Y lo entiendo. Ese 19 de diciembre de 1971 le dio vida. Usted nació con la historia que escribió el Negro Fontanarrosa y hasta se podría decir que quedó como coautor del gol de Poy a Newell’s en aquella semifinal. Nada más ni nada menos. Entiendo que defienda esa fecha, que sostenga que debería permanecer inalterable, que no le vengan con otro 19 de diciembre. No lo juzgo. Hasta coincidiría con usted si no hubiese pasado lo que pasó. Insisto: no suelo coincidir con los que meten mano donde no deberían. Pero me siento en la obligación de traicionar esos principios.
Hubo muchos 19 de diciembre después del suyo, cerca de cincuenta. Y entre todos, uno que fue demasiado especial. Uno que cayó, fíjese usted que casualidad, exactamente 20 años después. Fue una noche triste, recuerdo: estuve ahí. No hubo nada para festejar ni celebrar. Ni campeonato, ni copa, ni clásico ganado. Se trató de una despedida, un adiós. Usted no se imagina, señor Casale, lo que era Avellaneda. La nostalgia se notaba en la mirada de cada uno de los que fueron a la Doble Visera, la angustia se reflejaba en cada mueca. Las calles estaban plagadas de recuerdos, como cuando se nos va el amigo más querido. Si hasta había hinchas de Racing afectados. Los vi, no me lo contaron. Imagínese usted, señor Casale, lo que fue esa fecha. No me pida entonces que mi 19 de diciembre sea el suyo. Déjeme con mi melancolía, con mi ausencia, con mi dolor. Déjeme con la noche del partido homenaje a Ricardo Bochini. Mi 19 de diciembre, sabrá entender, es el de 1991. Porque el cover, a veces, supera la versión original. Esté donde esté, señor Casale, mis más sinceras disculpas.