Periodista
Acaso su muerte, o la causa de su muerte, homologue la condición de antihéroe que mantuvo durante toda su vida: un robo al voleo en una esquina cualquiera, la violencia cotidiana de un sistema perverso, la mala suerte, un golpe en la cabeza, la ayuda desesperada de los que advirtieron que era él y que no reaccionaba.
Antihéroe o héroe común, de los que se encuentran en cada barriada, en cada grupo de amigos: pelo largo de pibe y de viejo, look setentista, bastante desprolijo, medio cojo en el último tiempo por una operación de cadera, un hombre al que no le gustaba despertarse temprano, hosco y tierno a la vez, al que no le gustaba entrenar. El Trinche Tomás Felipe Carlovich. Un futbolista de culto. Una película de esas que circulan de boca en boca, que se extienden por la sociedad, pero que nunca se pasaron en cines. Que nunca estarán en Netflix.
Siempre existió la idea de que le gustaba la noche, de que esa era la razón de su desgracia, pero él la rebatía con simpleza y por oposición: no le gustaba la noche, le gustaba la soledad. Incluso de grande, andaba en bicicleta porque era una forma de volar, de sentirse libre, de volver a esos viejos tiempos en el barrio, de fulbito, caños, pisadas, sombreros, la pelota bien llevada y nada más.
La bici, por la que lo asesinaron en la intersección de Paraná y Eva Perón, en la zona oeste rosarina, era su devoción: la pelota que había encontrado de grande, cuando ya ni se animaba a patear por miedo a joder sus huesos y articulaciones.
El Trinche fue un futbolista de culto. Una película de esas que circulan de boca en boca, pero que nunca se pasaron en cines
El Trinche siempre fue uno de los seres mitológicos del fútbol argentino. Protagonizó escenas que nadie sabe muy bien si son ciertas, pero que muchos ya incorporaron para responder cuando la pregunta sale en alguna reunión. La pregunta: “¿Ustedes conocen al Trinche Carlovich?”
Cada vez quedan menos testigos de aquel partido entre un seleccionado de Rosario y la Selección argentina que dirigía Vladislao Cap, en el que los rosarinos bailaron al equipo que se preparaba para el Mundial de 1974 conducidos por ese cinco de pelo largo, el único que no jugaba en Newell’s ni en Central, y que la pisaba, gambeteaba y era dueño de la escena. Muchos dicen que Carlovich salió a los 15 minutos del segundo tiempo porque Cap pidió que lo sacaran. No podía aguantar que un jugador de Primera B, ¡de Central Córdoba de Rosario!, estuviera ridiculizando a los futbolistas que iban a viajar a Alemania para representar al país.
Andaba en bicicleta porque era una forma de volar, de sentirse libre, de volver a los viejos tiempos de fulbito, pisadas, sombreros y la pelota bien llevada
Después de ese partido, obvio, Carlovich volvió a la sombra del Ascenso y los mitos se multiplicaron. “Su leyenda es un lugar común en Rosario, en toda la provincia de Santa Fe”, dice Valdano en Informe Robinson, el antológico programa español que hacía Michael Robinson, fallecido la semana pasada. “Forma parte de la iconografía de la ciudad”, dice el actor Darío Grandinetti en ese mismo programa.
Quizás ahora, con el Trinche volando hacia alguna parte, sea el tiempo de darle más letra a la mitología. Y que en las paredes de Rosario, cuando todos y todas duerman, se dibujen y se pinten su pelo largo, su bicicleta y una pelota siempre atada a él.