Periodista
El morbo siempre vendió. Pero el morbo vinculado a Maradona es, acaso, el más morboso de los morbos. Tanto en Argentina como en otros países en los que Diego es mucho más que aquel futbolista que brilló y se hizo famoso en todo el mundo antes de que existieran internet, las redes sociales y los smartphones.
Pasó desde que Maradona es Maradona. O, al menos, desde que Maradona se convirtió en ese Dios sucio que describió alguna vez Eduardo Galeano: pecador, mujeriego, tramposo, drogadicto, borrachín y ahora adicto a las pastillas. Siempre el más humano de los dioses.
Maradona está mal. Tan mal como en 2000 en Punta del Este, cuando debió ser trasladado de urgencia al Sanatorio Cantegril por una crisis hipertensiva y un cuadro de arritmia ventricular provocado por el consumo de drogas. “Me encontré un hombre muriendo”, contó después Jorge Romero, el médico que lo asistió. Maradona está tan mal como en 2004, cuando de vuelta en Buenos Aires –luego de su rehabilitación cubana por su adicción a las drogas– estuvo otra vez al borde de la muerte por una crisis hipertensiva con un cuadro basal de cardiopatía dilatada agravado por una infección pulmonar.
Estos son los mismos tipos q dpues tienen el descaro de juzgar a Maradona. Una cámara encima las 24 hs desde los 16 años...no soportarían un solo día. Más miserable no se consigue. https://t.co/4g5qDT5RJE
— Fernando Signorini (@signoriniok) November 13, 2020
Todo se agrava porque Diego ya no tiene 40 ni 44 años. Tiene 60 y un historial clínico cargado de enfermedades y complicaciones. Por eso, ahora más que nunca, cada minuto de tranquilidad ayuda a su postoperatorio, a su recuperación. El periodismo no podrá resolver las disputas familiares, las tensiones –entendibles o no– entre exparejas y sus hijas. Tampoco podrá resolver cómo actúa o deja de actuar su famoso “entorno”, una palabra que siempre estuvo unida a las peripecias de Diego, y que en este tiempo, como es mucho más difuso –ya no está Cysterpiller, ya no está Coppola, ya no está Claudia– habilita todo tipo de especulaciones y suspicacias.
Lo que sí puede hacer el periodismo es actuar con ética y profesionalismo. Aportar desde su lugar, que no es periférico sino central. Preguntarse para qué publicar algo. Este último viernes, el portal Infobae –el más leído del país durante varios meses de este 2020– publicó fotos, obtenidas desde un drone, de la nueva casa de Diego en Tigre e incluso de él junto a un grupo de personas. El drone, obvio, sobrevoló el lugar y capturó imágenes del ámbito privado sin ningún tipo de permiso.
Hoy Infobae metió un dron en la casa a Maradona. Hace unos días, TN puso una cámara para mostrarlo en una camilla. Son prácticas siniestras que no solo violan la privacidad de una persona. También muestran doble moral: son los mismos que hablan de entorno y de cuidar a Maradona.
— Alejandro Wall (@alejwall) November 13, 2020
Enseguida, sucedió lo que sucede en estos casos: miles de personas clickearon y las vieron. El clickbait como bandera. En esas imágenes no había nada extraño ni diferente a lo que se podía imaginar. Pero el morbo siempre garpa. La propia Comisión Gremial Interna de Infobae salió a repudiar la publicación: “No compartimos estas prácticas que reniegan de la ética periodística y vulneran los derechos individuales. Como comunicadores instamos a un ejercicio responsable de la profesión”, expresaron. Hubo otros periodistas –Daniel Arcucci, Alejandro Wall, por citar algunos– que también cuestionaron el tratamiento mediático que viene recibiendo la salud de Diego, sobre todo desde que fue dado de alta.
Fernando Signorini, amigo y ex preparador físico de Diego, también tuvo algo para decir: “Estos son los mismos tipos q después tienen el descaro de juzgar a Maradona. Una cámara encima las 24 hs desde los 16 años...no soportarían un solo día. Más miserable no se consigue”. Fue Signorini el que le acercó a Maradona algunos libros de Galeano. Y fue Galeano el que escribió: “Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio. Más devastadora que la cocaína es la 'exitoína'. Los análisis, de orina o de sangre, no delatan esta droga".
Hace 20 años, cuando Diego peleaba por sobrevivir en Punta del Este, este mismo morbo de Maradona en el precipicio de su vida se apoderó de varios medios y periodistas. La salud de Maradona era noticia nacional y la lógica de la primicia hacía lo suyo: el Sanatorio Cantegril se convirtió en zona caníbal. Fue entonces cuando la revista Veintidos –sucesora de XXI y predecesora de Veintitrés– publicó una tapa escrita por –oh, la grieta– Adrián Paenza y Jorge Lanata. La tapa era sobria, con mucho blanco y un Diego chiquito agarrándose las rodillas. El título era: “Déjenlo en paz”.