Luego del cónclave entre el jefe de Gabinete de la Nación (Santiago Cafiero), el ministro de Turismo y Deportes (Matías Lammens), el ministro de Transporte (Mario Meoni) y el ministro de Salud (Ginés González García) se hizo pública la conformidad de Argentina con el protocolo sanitario presentado por la Conmebol para autorizar la circulación de las delegaciones extranjeras dentro del país por un tiempo limitado y sin aislamiento, al fin de competir internacionalmente en este marco de pandemia.
La causa de todo el problema es el SARS-Cov 2, un virus nuevo para el que nadie tiene inmunidad. La teoría matemática de las epidemias diría que el foco del problema de la COVID-19 se resume a la resultante del cálculo en el tiempo de la relación entre susceptibles, enfermos e inmunizados dentro de una población. O sea, cuantas más personas se contagien, más personas luego se vuelven inmunes y, por ende, resulta más difícil que el virus continúe propagándose. A nivel mundial, se estima que un 65% -70% de inmunes en la población cortaría la propagación viral. Un porcentaje que en grandes poblaciones es relativamente difícil de alcanzar pero no así en el micromundo de un plantel de fútbol. Si más de la mitad de un plantel se enferma de arranque, es difícil que tengan problemas más adelante y si nadie se entera que están enfermos, mejor. Algo de eso podría pasar en cualquier momento en algunos de los planteles de Argentina que no están testeando antígeno viral.
Porque sobre el SARS-Cov 2, como ocurre con todo virus nuevo, hay cosas que se desconocen pero hay otras que se van concluyendo. En este caso, ya tenemos claro que la tasa de contagio (sin distanciamiento social) es expansiva, que la existencia de una propagación asintomática (o sea los enfermos no saben que lo están) empeora aún más la ecuación y que la población joven sana (como son los futbolistas profesionales) muy frecuentemente cursarán el cuadro de manera asintomática. Hay excepciones (especialmente secuelas de índole cardiológicas) pero, en líneas generales, la vida del futbolista no debería resultar alterada.
En realidad, uno de los mayores problemas que puede sufrir un futbolista al resultar positivo en un test COVID-19 es la estigmatización. Un ejemplo perfecto es el vivido por Fabricio Bustos, jugador de Independiente, quien transitó la cuarentena con su familia en Ucacha, un pequeño pueblo de la provincia de Córdoba, y cuando dio positivo al retomar a los entrenamientos sufrió un fuerte destrato.
"Se armó mucho revuelo en mi pueblo. Se dijo que yo había llevado el virus y contagiado a mi familia. Eso me dolió. Esto no es joda y hay gente que se está muriendo. Mis abuelas son gente grande, por eso también me cuidé mucho. Sabía que había hecho las cosas bien pero en el pueblo me sentí señalado por tener el virus. Se hablaron muchas pelotudeces y mi familia se sintió señalada", se sinceró al reincorporarse en una entrevista con Radio La Red (AM 910).
Ese alto nivel de exposición, también los convierte en potentes emisores de mensajes. Por eso no casualmente Iván Pillud, Gabriel Arias, Lautaro Acosta, Alan Franco y Javier Pinola fueron convocados para formar parte de una campaña de concientización nacional. El objetivo era apelar a la responsabilidad individual e insistir en la importancia de evitar los contactos. “Hay que tener un poco más de aguante. Seguí cuidándote” era la consigna.
Ese mensaje parece no aplicar para ellos. Da la sensación que a muchos no les preocupa demasiado que los cuiden y que cuiden a sus familias. Están muy contentos con el hecho de volver a entrenar y no se preocupan si los testean o no, si los compañeros que vienen de afuera respetan la cuarentena o no, o si cuentan con las medidas de protección personal aplicadas en otros lugares del mundo para el retorno del fútbol o no.
Hay entrenadores a los que tampoco les preocupa demasiado la bioseguridad y, tal vez, tenga que ver con que otros cuentan con herramientas que ellos no tienen. Como por ejemplo, el mecanismo de “burbuja” implementado por River y Boca, que es una estrategia superadora. Esos clubes, implementando este camino, también tuvieron un mayor nivel de detección y notificaron más casos positivos en las últimas semanas. Es claro, si no testeas no es que no vas a tener contagiados, sino que nadie se va a enterar.
Las “burbujas” implementadas con éxito en Estados Unidos y Europa, para le retorno de competencias como la Bundesliga, la NBA y la MLS, no está al alcance de todos. Entonces, los que quedan por fuera, buscan arañar cualquier otra ventaja que pueda prepararlos mejor y hacerlos sentir que hicieron todo lo que estaba a su alcance. Desde no testear como se había convenido en un primer momento y solo buscar anticuerpos, de ir a entrenar a un parque a quien no está autorizado o entrenar con más gente de la que el de por sí laxo protocolo permite en la actualidad.
Por eso, pese a que la gente se enoje, hubiese sido ilógico que la Argentina, con este nivel de excepcionalidad interna que tiene su fútbol, donde del protocolo inicial que diseñó el Dr. Pedro Cahn y la supuesta comisión médica no quedó nada en pie, ni siquiera la propia comisión médica, se opusiese a permitir jugar los partidos de la Copa Libertadores y Sudamericana. Es evidente que los planteles que tienen esa competencia y vienen de afuera van a estar mucho más testeados, contenidos y enclaustrados que la mayoría de los futbolistas que entrenan diariamente acá donde el virus tiene circulación comunitaria y los cuidados son escasos.
Bonus track: Un ejemplo de cómo decisiones excepcionales generan casos insólitos, es el del futbolista extranjero que ingresó hace una semana a la Argentina e incumplió el distanciamiento social de catorce días al cual lo obligaba la ley. Fue a entrenar con su nuevo club y, desafortunadamente, se rompió un menisco. Ahora, él va a tener que pasar por el quirófano y el equipo va a tener que esperar entre dos o tres meses para tenerlo a disposición. Paradojas del destino o del karma, según quien lo mire.