En enero de 2000, Leandro Giménez viajó a Buenos Aires para hacer una prueba en River. Tenía 12 años y jugaba en Newell’s. Era jueves, cancha de Defensores de Belgrano. Eduardo Abrahamian, a cargo del fútbol infantil de River, paró a un equipo de la categoría 1985 para enfrentar a once chicos dos años menores –Giménez incluido– seleccionados tras cuatro pruebas organizadas por la filial del club en Rosario. Había, sin embargo, un suplente, que no había participado de esa suerte de casting realizado en el club El Torreón. Giménez lo conocía: hacía tres años que jugaban juntos en Newell’s. “Cuando entró, en la primera jugada –le cuenta Giménez a PERFIL– le tiró un caño a un central que medía como dos metros. En la segunda, le tiró otro.” El suplente era Lionel Messi.
El periodista Andrés Burgo, en el libro Ser de River, escribe: “Messi llegó con un amiguito suyo, un chico de apellido Giménez. Giménez fue aceptado y jugó en las inferiores de River”. La historia de Messi –aunque no se sepa por qué no jugó en River– es familiar. No así la del “chico de apellido Giménez”.
Diario de viaje. Giménez confirma: “Vinimos juntos a la prueba. Viajamos en auto con Federico Vairo (ex futbolista del club, ya fallecido, que trabajaba de cazatalentos en Rosario), y nuestros padres vinieron aparte, en el auto de Jorge (Messi). Estábamos muy nerviosos. ¡Nos íbamos a probar en River! Yo estaba tan nervioso que hasta me olvidé los botines en mi casa. Menos mal que vino mi viejo y los trajo”.
Giménez cuenta que él y Messi se sobresaltaron de entrada, cuando escucharon cómo un preparador físico les gritaba a los jugadores de River: “Estos pendejos vienen a sacarles el puesto, así que los tienen que matar”. Abrahamian puso a Giménez de nueve, y a Messi, de suplente, hasta que entró y ridiculizó al central. “Abrahamian –recuerda Giménez– nos pidió que volviéramos el martes. Ese día nos puso a los dos. Jugamos contra un selectivo de chicos que también se iban a probar y ganamos como 15 a 0. Leo hizo entre ocho y diez goles.” Abrahamian les anunció que los quería fichar.
Previo al viaje de vuelta a Rosario, Messi estaba preocupado: tenía 12 años y en la pensión de River recién se podían alojar pibes a partir de los 13. “¿Me puedo quedar con vos?”, le preguntó a Giménez. “Si quedaba –explica Giménez–, ya tenía decidido que me venía a vivir a lo de mis abuelos. Pero él no tenía nada. Le dije que sí, que se podía venir a vivir conmigo.” Ya en el auto, sin embargo, discutieron: adelante viajaban Vairo y un ayudante, y atrás, Messi, Giménez y otro chico de Rosario (“No sé el nombre y nunca más lo vi”). “Ni él ni yo queríamos ir en el medio –relata Giménez, entre risas–, pero Leo me durmió. Yo estaba recaliente. Le dije: ‘Listo, andá contra la ventanilla, pero buscate casa en Buenos Aires’. Y Leo lo miró al otro y, aunque no lo conocía, le dijo: ‘Me voy con vos entonces’.”
Días después, Giménez se mudó a lo de los abuelos. Pero Messi nunca apareció. “Me enteré por mi papá, que había hablado con Jorge, de que Leo no iba a venir. No le dijo por qué”, relata Giménez.
Nunca más volvió a ver a Messi en persona. Ni a hablar. “Me dejó su telefóno cuando se fue a Barcelona, pero nunca lo llamé. No sé por qué”, confía. “Antes del último Mundial, le dejé un mensaje en el Facebook. Le dije que era un orgullo para todos los argentinos. Agradeció en general todos los mensajes y al mío le puso un pulgar para arriba”, sonríe.
El fin del sueño.Desde San Cristóbal, donde vivía con sus abuelos, Giménez iba a la cancha de River en el 37. Salía a las siete y media de la mañana y volvía a las nueve de la noche, siempre y cuando no se durmiera y terminara en la estación de Lanús. “Vine de nueve –cuenta–, pero terminé de ocho porque tenía delante a HiguainAbrahamian, que me quería mucho, siempre le decía a mi padre que yo era el Coudet morocho. En River, me fue bien durante un año y medio.”
Entonces se fracturó el quinto metatarsiano de un pie. Los médicos del club no lo quisieron operar: “Vas a seguir creciendo, no hace falta”. No bien se recuperó, se volvió a fracturar, y entonces sí lo operaron. Relata: “Me tuve que ir a la pensión, porque estaba con muletas y yeso y, si no, no podía ir a clase en el instituto de River, donde estudiaba. Estaba solo a la mañana, porque mis compañeros se levantaban y se iban a entrenar. Por suerte estaba el Mundial 2002 y aunque sea me entretenía con los partidos. Cuando me recuperé, me seguí entrenando pero ya no me tenían en cuenta. Estaba en Séptima. Y a fin de año me dejaron libre. Ya no les servía, estaba todo roto”. Tenía 15 años.
Libre, Giménez volvió a pasar por una prueba. En Chacarita, ahora. “Quedé, pero llegué tarde a la pretemporada, y el técnico, Marcelo Venturelli, me dijo: ‘Si venías diez días antes, te fichaba’. Me ofreció que me entrenara igual con el equipo.
Pero a mí no me convencía: venía de jugar en River y uno cuando es pibe se piensa que si no es River, otro club no es nada. Así que dejé de ir. Estaba desganado”, confiesa. Al año, todavía sin club, volvió a Chacarita. No lo quisieron.
Probó suerte en Colegiales. Jugó un año en la Quinta. “Era un quilombo –se queja– y encima a mitad de año el profe que teníamos se fue. ‘Acá no puedo seguir’, me dije. Y me fui a entrenar al Cefar (Centro de Entrenamiento para Futbolistas de Alto Rendimiento). Estuve un año hasta que conseguí una prueba en Defensores de Belgrano.”
—¿Cómo?
—De casualidad: mi viejo un día fue a la panadería a la vuelta de mi casa, y había un muchacho, que resultó ser dirigente de fútbol amateur de Defe, hablando con la señora de la panadería. Mi viejo escuchó y le preguntó si lo podía llamar. Así conseguí la prueba. Era para la Cuarta y quedé. Hasta me llegué a entrenar con la Primera, pero me empezaron a dar vueltas con el contrato. Tenía 21 años. Me calenté. La había peleado tanto… y nada me aseguraba que iba a poder vivir del fútbol. Así que dejé de jugar y me puse a estudiar.
Hoy, a los 24 años, Giménez vive en Buenos Aires y trabaja en una empresa de comercio exterior. No quiere volver a jugar, salvo con sus amigos, los sábados. Sin embargo, mal que le pese, todavía tiene que pasar por otras dos pruebas. Las últimas: Práctica de importación y Práctica de exportación, las dos materias que debe rendir en mayo para recibirse de despachante de aduana.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.
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