En el frustrado intento de analizar el alcance de la figura de Juan Román Riquelme en la historia de Boca se han usado con frecuencia categorías tales como “ídolo”, “crack”, “genio”, “héroe”, etcétera. En estas líneas, sin embargo, me propongo brindar razones para sostener que ninguno de esos términos alcanza para conceptualizar lo que significa Riquelme para el hincha de Boca.
Me animaré incluso a plantear la hipótesis de que Riquelme se trasciende a sí mismo como humano jugador de fútbol y, a la manera de un transcendental medieval, expresa la esencia Xeneize. Por eso, es quizás el único capaz de estar a la altura de lo que significa Boca, de su escudo y de su gloria eterna.
Dudo si será o no el único jugador que lo haya logrado en la historia del fútbol. Realmente no sé si esto pasa en el Santos con Pelé o en Argentinos Juniors con Maradona o si lo sentirán de la misma manera los hinchas de River con Gallardo.
Lo que sí sé es que hoy quiero plantear y discutir en el ágora virtual una hipótesis filosófica que coloca a Riquelme en un estatuto inclusive superior al del ídolo tradicional.
Los hinchas de Boca aún guardan en su memoria hechos (casi) sobrenaturales llevados a cabo por Román: la final frente al Real Madrid en Tokio, partidos y goles a River, las copas Libertadores ganadas, pero por sobre todas las cosas una especie de magia inmanente que hechiza todavía los recuerdos y nos hace pensar a muchos (entre los que me incluyo) que a sus 45 años podría volver a jugar al fútbol desplegando su talento en las canchas.
De aquí surge la idolatría por él. Según la Real Academia Española, el ídolo “es la imagen de una deidad adorada como si fuera la divinidad misma”. O sea que un ídolo podría entenderse como un falso dios.
Ahora bien, ¿cuál es la etimología de la palabra “ídolo”? Viene del latín idolum y este del griego eidôlon (algo que no tiene entidad material). Para los griegos el eidôlon es la imagen, es el reflejo, es el espectro del cuerpo que ya entró al Hades; es algo sin realidad material, pero que sin embargo está (trasciende a lo corpóreo).
Tanto la mitología griega como la teosofía comparten la creencia de que el eidôlon se originaba cuando el difunto entraba al Hades. Allí el espíritu del difunto perdía su identidad y volaba como un eidôlon indeterminado en forma de imagen descarnada. Tal vez el encuentro más característico de un humano con un eidôlon se haya dado cuando Ulises descendió al Hades y vio varios eidola de los muertos. Entre ellos estaba también Aquiles, pero el más importante para él era el de su madre. Cuando Ulises intentó abrazar a su madre se dio cuenta de que era una sombra y se frustró.
Pero yo inicié estas líneas afirmando que mi propuesta es entender a Riquelme no a la luz de la idolatría, sino desde “lo trascendental”. ¿Qué definición de “trascendental” voy a tomar para ilustrar mi postura? No la noción kantiana, sino la propia de la Filosofía Medieval, de acuerdo con la cual son conceptos trascendentales aquellos que trascienden los géneros y las especies. Por ejemplo, la belleza y el bien.
¿Por qué atribuimos belleza a cosas tan diversas como ciudades, obras de arte o personas? ¿Por qué atribuimos bondad a elementos tan heterogéneos como autos, acciones o individuos? Porque tanto la belleza como la bondad son conceptos que trascienden sus géneros y especies, es decir, expresan propiedades universales, suprasensoriales, que llegan a conocerse intuitivamente, con anterioridad a toda experiencia. ¿Cómo hace un niño para percibir la belleza de un ave si nunca antes vio un ave? Lo hace porque la belleza se conoce con independencia de la experiencia.
¿Cómo conecto esta categoría con el tópico que estamos tratando? Yo, como hincha de Boca, amo algo que va mucho más allá del club entendido como institución deportiva. Disfruto de manera diferente (y sufro de manera diferente) lo que pasa en Boca. Si Boca gana la Copa Libertadores, mi felicidad será extrema. Si en Boca un campeón representando al club gana un torneo de ajedrez me pondré contento, pero mi felicidad no será ni siquiera comparable a la que sentiría si Boca vuelve a ganar la Copa Libertadores. Si Villa erra un penal sobre la hora estaré triste. Pero no lo estaré si en la entrada principal de la Bombonera se rompen dos portones o si se corta la luz porque entró en cortocircuito un cable.
En síntesis, Boca es algo que resulta difícil de definir. No es solamente una entidad deportiva. ¿Qué es lo que amo de Boca? No amo el edificio administrativo de Brandsen 805. Amo un trascendental que es Boca y que es representado por cosas tan diversas como su escudo, sus estrellas, sus colores, todo aquello que emociona a los hinchas de Boca.
Sin embargo, la esencia del “ser Boca” va mucho más allá y sólo un elegido puede capturar en su propia persona parte de esa esencia de Boca. Argumento que Juan Román Riquelme lo logró porque superó la idea de jugador de fútbol y de ídolo en Boca; trascendió todo ello para llegar a igualarse con el nombre “Boca”.
Se coloca como una especie de emanación de Boca. Pero al ser emanación de la energía del club deviene el propio club. Se puede decir que “Riquelme es Boca”, pero también que “Boca es Riquelme”. Muchas veces pronunciamos livianamente frases tales como “Serna es Boca”, “Romagnoli es San Lorenzo” o yendo más atrás en el tiempo “El Beto Alonso es River”, “Bochini es Independiente” o “Basile es Racing”.
Pero muy pocas veces podés decir que “Boca es un jugador x”. “Boca ES Riquelme” y “Riquelme es Boca” precisamente porque trasciende la idea de jugador y la idea de ídolo. Va más allá porque se trascendió a sí mismo. Dejó de ser Riquelme para pasar a ser Boca. Podría pasar a llamarse “Juan Román Boca” o Boca podría llamarse “Club Atlético Boca Juniors Riquelme”.
Pero no estoy sosteniendo que Riquelme domine la idea de Boca. De ninguna manera. Riquelme no es más grande que el escudo, tampoco es más grande que los campeonatos obtenidos en su rica historia, no compite con el nombre ni con los colores. Simplemente afirmo que se trascendió como jugador convirtiéndose él mismo en Boca Juniors.
En el inconsciente del hincha (o por lo menos de todos aquellos que piensan como yo) hablar de Riquelme es sinónimo de hablar de Boca. Por eso traspasa la idolatría y pasa a ser Boca Juniors mismo.
Proclo de Constantinopla sostenía que “más allá de todos los cuerpos está la sustancia del alma. Más allá de todas las almas está la naturaleza que no se puede conocer. Más allá de todas las sustancias que no se pueden conocer está el uno”. Precisamente la unidad constituye otro trascendental y puede ser definida como “la relación del ente consigo mismo o la identidad del ente”.
Trazando una analogía, sostengo que Boca es lo uno y que Riquelme es sustancia de ese uno. Por eso trasciende al ídolo o emblema del club y actualiza la esencia del “ser Boca”. Está al nivel del escudo porque tiene naturaleza Xeneize.
Mi enfoque dista de ser teológico. No afirmo que Román sea un dios. Nada es más grande que Boca. En el mundo Boca, podríamos decir, Boca es lo uno identificable con lo máximo. Planteo que por alguna razón Boca comparte su esencia con Riquelme. A lo largo de su historia Boca intentó transferir su esencia a muchos jugadores. Pero quien soportó recibir esa descarga de energía cósmica fue Juan Román Riquelme. Por eso su naturaleza cambió y pasó a ser parte de “Boca en sí”, uno de cuyos atributos es la eternidad.
Román ya es eterno y seguirá formando parte de Boca haga lo que haga e incluso después de su muerte. Por todo esto, ¡Riquelme es Boca!
Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.