viernes 26 de abril del 2024

Migliore, el lapidado

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“El que esté libre de culpa que tire la primera piedra” es una frase bíblica que recuerda a un Jesús misericordioso, parado frente a una turba y a la pecadora. Hasta el momento Pablo Migliore no tuvo defensa, víctima de sus relaciones cercanas con la barra brava de Boca es destrozado desde hace dos días por un mundo que no es el del fútbol.

El futbolista y el barra tienen, desde que se conocen, una relación asimétrica: en un principio puede haber un beneficio para el joven jugador pero cuanto más reconocido es, menos útil le resulta mantener ese vínculo.

No es extraño que un jugador de inferiores pueda ser hincha del club en el que juega y por lo tanto sentir afinidad por la hinchada. Incluso, es lógico que conozca y que sea conocido por la barra, dado que ambos comparten el día a día en el club. Con el paso del tiempo (y de las buenas actuaciones), probablemente le llegue la oportunidad de jugar en Primera y a la barra brava le resulte empático que aquel al que vieron crecer, ahora esté defendiendo los colores de su club. Probablemente lo premien con su reconocimiento/aliento y él, en retribución, les cuente un poco más de lo que debería contar sobre cuestiones del plantel. Nada extremadamente grave, al fin de cuentas.

Pero de pronto llega el día en que el juvenil ya no es tan juvenil y comienza a tener cierta ascendencia dentro del grupo, en ese momento tener una fluida relación con la hinchada ya no es tan recomendable: son más los pedidos que las retribuciones. ¿Cómo ir enfriando la relación?, es la pregunta que muchos futbolistas se han realizado en algún momento.  Lo curioso del caso Migliore es que pese a tener innumerables formas y excusas para hacerlo, nunca hizo uso de ninguna. Al contrario, se lo vio con la hinchada alentando a Boca pese a atajar en otra institución, entrenando a los barras en su club de box y estrechando sus lazos de amistad y familiares en peñas y otros eventos personales de la 12.

Al fin de cuentas, es probable que Migliore obrase de acuerdo a lo que haría cualquiera en ese lugar: intentó ayudar a sus amigos. Probablemente supuso que ser conocido le serviría como protección. No dimensionó correctamente su significación en la sociedad, no comprendió que sus habilidades deportivas lo habían transformado en una persona pública con un alto nivel de exposición. Jamás imaginó que muchos desconocidos (seguramente muy capaces en sus actividades laborales) podrían aprovecharse de sus errores y de su fama para, a través de la mediatización del caso, mejorar su situación personal. De que otra forma sino, se podría explicar el rimbombante y extemporáneo operativo judicial para detenerlo al término de un partido oficial, en un estadio con una asistencia de más de 30.000 personas y con un centenar de medios de prensa en los alrededores. A Migliore, perfectamente, podrían haberlo apresado en su casa o en el club a donde asistía diariamente a entrenar, pero decidieron hacerlo de otra manera.

La información, suministrada por los que tienen acceso a la causa, desliza que el arquero pasará como mínimo quince días en prisión, mucho tiempo para un deportista profesional en plena competencia. La alimentación carcelaria y un gimnasio no son condiciones apropiadas para el entrenamiento de un futbolista, apenas le servirán para salir del paso mientras espera la excarcelación.

La historia no exculpará a Pablo Migliore de su responsabilidad por mantener lazos de amistad con los barras -quien escribe estas líneas también lo hizo público en su momento- pero hay que ser justos y no plegarse al escarnio público. En la Argentina somos muy rápidos para lapidar a los que supieron sobresalir de la media y están pasando un mal momento. Migliore no ha recibido un trato justo (eso no quiere decir que sea inocente) y, como el Diego, llegado el momento podrá esgrimir: “Con esto, me cortaron las piernas”.

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