viernes 26 de abril del 2024

La Bombonera y 'La metamorfosis'

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“Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama, convertido en un monstruoso insecto.” Frase inicial de ‘La metamorfosis’ (1915), de Franz Kafka (1883-1924)

Es así, o al revés. La princesa besa al sapo y el sapo se convierte en un hermoso príncipe; o sigue siendo sapo y a nadie le importa si mide bien y la pareja sostiene su marketing. Pasa con Falcioni; pasó con Menem. Un fugaz Samsa, hoy, es Tevez. O Demichelis. El éxito y el fracaso, esos dos impostores, ayudan.

Falcioni y Simeone, los DT que protagonizarán el choque más interesante que puede ofrecernos este desangelado torneo de final cantado, comparten un notable proceso de readaptación a situaciones novedosas, sorprendentes, en las que ya nada es lo que antes era. De la noche a la mañana todo puede cambiar. Mucho más en un país tan kafkiano como éste.

Ayer nomás, Ameal era un presidente sin poder; Riquelme un piola que ganaba fortunas sin jugar y Angelici un idealista que prefirió irse para no avalar ese contrato y ser... ¡el Cámpora de Macri! El resto de la comisión era una bolsa de gatos y Falcioni, un dead man; un técnico a quien el banco de Boca le quedaba enorme y que, para colmo, quería jugar un 4-4-2 en el reino del Enganche Melancólico. Horror. La primera promesa de campaña era obvia para todos: “¡Lo traemos a Bianchi!”. ¿No son geniales los dirigentes de fútbol?

Falcioni tiene el rostro tallado a hachazos por un miope, una mirada de hielo, un cuerpazo que impone respeto y poca suerte. Fue multicampeón en Colombia pero todos le recuerdan sus tres finales de Copa Libertadores perdidas con América de Cali. Merecía jugar un Mundial y nunca fue convocado. Tuvo, eso sí, su tarde de gloria en 1980, cuando le atajó dos penales en el mismo partido a un Maradona de 20 años: Argentinos perdió 1 a 0 ese partido con Vélez. La revancha tardó 25 años pero llegó. Falconi, después de una gran campaña en Banfield, era el elegido para ir a Boca pero se quedó con las ganas. Maradona, que en 2005 asesoraba al club y conducía su exitoso show por Canal 13, lo bochó. Y firmó Basile.

Ni siquiera el torneo corto que en 2009 ganó con el club de Portell le quitó el mote de “técnico de equipo chico”. Nadie daba un centavo por él y hoy es un ganador. Increíble. Riquelme jugó todo lo que pudo y en buen nivel. La cucaracha, ¡ops!, se despertó Samsa y será campeón nomás, aún con Guido Süller de 9.

Mirá vos a nuestro Jack Palance, seduciendo a la bella y pulposa Marianne Sägebrecht que, sugerente, por fin baja el bretel de su vestido y se deja pintar en aquella inolvidable escena de Bagdad Café, la película de Percy Adlon. Quién diría, ¿no?

Magia. Ameal, que ni agrupación tenía, hoy lidera, digamos, una Unión Democrática del gobierno contra el macrismo salvaje. Qué bizarro, ¿no? ¡Ese es un partidazo para no perderse y no el de hoy!

No cae simpático Simeone. Será por sus tapas en Caras, sus trajes Armani, quién sabe. Se retiró en Racing y empezó a dirigir de un día para el otro por pedido del infalible gerenciador De Tomaso, el hombre que hacía todo mal. Salió campeón enseguida, en Estudiantes y en River donde, por alguna razón, prefieren recordarlo por su enfrentamiento con el inmanejable Ortega y el posterior último puesto.

Después de un paso gris por San Lorenzo salvó al Catania y volvió... raro. Aún desmesurado en su gestualidad, pero más conservador. Menos caótico y vertical. Tomó a un plantel que se derrumbaba ante la primera adversidad y le cambió la mentalidad. Trajo un arquerazo. Armó una sólida estructura defensiva pero ofensivamente el equipo se le inhibió. No hay caso. La relación de este Racing con el gol me recuerda a la del desdichado Borges con sus amadas imposibles. ¡Todavía nos duele esa mujer en todo el cuerpo, Georgie!

Teo yerra. Con los pies y sobre todo con la cabeza, en ambos sentidos. A Gio se lo ve siempre tan elegante, tan racional, tan frágil… Toranzo es pura intención, Lugüercio sufre el síndrome del súbito olvido que hoy atormenta a Ricardo Fort y Hauche, pobre, ya ni recuerda de qué jugaba.

Intuyo un partido feo, trabado, cerrado. Si los dos son fieles a su estilo, será un plomo. Boca ganó más porque supo desatarse a tiempo y definir, cosa que a Racing le cuesta un horror. Lo único apasionante de este choque será el dilema existencial que atormenta al alma académica. ¿Qué hacer? ¿Ir al ataque con todo y dejar de ser quienes hemos sido hasta ahora, o esperar, firmes, ordenados, el momento indicado para golpear donde más les duela? ¿Nos da el cuero para jugar a todo o nada?

Mmm… Boca será testigo de este dilema. La aprovechará si a Racing lo paraliza. Ganará; o permitirá un gris empate, lo que será lo mismo. Lo sufrirá si Simeone abandona su darwinismo futbolero y se pone ferozmente nietzscheneano. Sólo la Voluntad de Poder podrá salvarlos, muchachos. No queda otra.

Quizá Racing gane. Será un consuelo ser subcampeones. Para imaginar otra cosa… debería adentrarme en las cenagosas arenas de lo místico. Hablar de milagros, ángeles, luces divinas, y eso –una pena, con lo bien que les va a Claudio María Domínguez y Ari Paluch con ese curro– no es lo mío, lo siento.

Será menos imposible que ridículo que Boca pierda su título, compatriotas. Ni siquiera Macri, que piensa en 2015 y se juega con el Rey del Bingo su pasaporte a la Argentina profunda que ni lo registra sin la camiseta puesta, dejaría de sufrir un shock depresivo si se concreta semejante catástrofe deportiva. ¿Qué, no me creen?

¿En serio no me creen?

En este país nadie cree en nada, viejo. Así no se puede.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

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