Se lee en la página 91 de Mis latidos, el libro que Jorge Sampaoli publicó en abril de este año. Son dos párrafos, apenas dos, pero podrían ser una contundente explicación de esta crisis de juego y de identidad que atraviesa a toda la Selección argentina en el Mundial de Rusia, y que llegó a su punto más crítico tras el golpe a la mandíbula que nos dio Croacia el jueves. “Yo no planifico nada. Todo surge en mi cabeza cuando tiene que surgir. Odio la planificación. Si planifico, me pongo en el lugar de un oficinista. El fútbol no se estudia; se siente y se vive. Parto desde ahí”, escribió el técnico.
Quizás ahí, en ese tramo de sinceridad al que nadie le dio importancia en su momento, puede encontrarse el núcleo de una situación que se evidenció en estas semanas mundialistas, primero en Barcelona y luego en Bronnitsy: los constantes cambios que realiza un técnico desesperado. Cambios de nombres y de esquemas, y contradicciones notorias que se reflejaron en la cancha y también afuera, como los insultos a Vrsaljko en los últimos minutos de un 0-3 histórico. “La responsabilidad es toda mía”, remarcó el DT en esa conferencia de prensa dolorosa.
Si hay algo que se dijo en estos días es que Argentina, además de no tener alma, tampoco tiene un plan. Una idea de juego. Una identidad. Contra Croacia, Sampaoli y su equipo desnudaron eso. Hubo un quiebre en la relación del técnico con los hinchas, que convirtieron murmullos en insultos en Nizhni Nóvgorod, y un quiebre con los jugadores, sintetizado en ese “que Sampaoli diga lo que quiera” que lanzó Agüero, atizado por una pregunta maliciosa. Más allá de eso, Agüero dijo eso porque era un modo de plasmar la postura del plantel.
¿Qué nos queda, entonces, si Sampaoli reconoce que no le importa planificar? ¿Cómo se reconstruye desde los escombros, más allá de que Nigeria haya habilitado una señal de esperanza? ¿En qué momento Sampaoli dejó de ser un discípulo de Marcelo Bielsa, un obsesionado por la táctica, para transformarse en este DT desconcertado, sin plan, atado a lo que disponga Messi, como él mismo admitió antes del debut en Rusia?
Todo lo que Sampaoli hizo lo deshizo. Eligió a Wilfredo Caballero por una razón suprema: su buen juego con los pies. Pero el arquero cometió un error en la salida que pulverizó el estado anímico del equipo y luego desencadenó un vendaval incontenible. Ahora, contra Nigeria, cambiará otra vez: Armani es el que tiene las mayores chances de ir al arco.
Pasó de jugar con 4-2-3-1 contra los islandeses a diagramar un 3-4-2-1 contra los croatas, pero en ninguno de los partidos pudo destrabar el planteo de los rivales. Contra los nórdicos, hubo un exceso de mediocampistas de contención (Mascherano-Biglia) cuando el juego exigía más creación desde el inicio. Contra los balcánicos, la línea de tres de defensores generó lo que muchos esperaban: un problema evidente por los costados, sobre todo por el lado de Salvio, raleado por Perisic durante todo el encuentro.
Sampaoli nunca ensayó en las prácticas con Messi y Dybala juntos. Dice, con cierta lógica, que tienen una posición y un modo de juego similar. Sin embargo, contra Croacia, en un giro desesperado, puso a Dybala para que intentara asociarse con Leo, algo que casi nunca se concretó. En esos volantazos, en esas modificaciones que nunca lograron asentar una identidad, radica uno de los problemas. Queda un partido para empezar a revertirlo. Aunque sería injusto pedir que se logre en el medio de un Mundial. En definitiva, nadie puede hacer en dos semanas lo que no se hizo en cuatro años.
(*) Esta nota fue publicada en el Diario PERFIL.