Como hincha de River tuve la fortuna de haber nacido en 1974, por lo que crecí entre la multiplicación de títulos ganados a finales de esa década, era ya un muchachito de 12 años durante nuestro calendario dorado, en 1986, y terminé el secundario justo cuando Boca cancelaba once temporadas sin títulos locales, en 1992. Sin embargo, a pesar de la mayoritaria bonanza de ese tiempo, mi viejo Darío, por quien soy de River, cada tanto soltaba un bufido amargo sobre los 18 años sin vueltas olímpicas que le había tocado sufrir. Parecía hablar de una experiencia tortuosa, como si hubiera sobrevivido a un gulag del fútbol en Siberia, repetía frases del estilo «no sabés lo que fue aquello» y reiteraba sus críticas a Amadeo Carrizo por una supuesta canchereada de nuestro prócer que habría agrandado a Peñarol en la final de la Copa Libertadores 1966, que teníamos ganada y dejamos escapar.
Tal vez porque había ocurrido antes de que yo naciera, y en cierta forma River me había malacostumbrado a ganar, nunca tomé conciencia de semejante calvario hasta que leí este libro de Klaus Gallo, que ilumina una época oscura. Por supuesto que estaba al tanto del trazo grueso: los ¡once! subcampeonatos que acumulamos durante esos años, las burlas del resto de las hinchadas («¡River y Balbín, segundos hasta el fin!»), la final desperdiciada en Chile tras una ventaja de 2-0, el hincha de Banfield que lanzó una gallina y dio origen a un apodo que primero fue escarnio (y ahora es orgullo), el penal que Antonio Roma le atajó a Delem en el superclásico decisivo de 1962, el penal no sancionado del Gallo malo de esta historia —Luis, defensor de Vélez— en el Nacional 1968 y, entre tantas otras, el 1-4 contra Chacarita en la definición del Metropolitano 1969.
"Piel de gallina" es el relato de una época en que las derrotas y los fracasos nos hicieron mejores. Estoy convencido de que algo parecido viviríamos muchos años más tarde, tras el descenso. ¿O nuestra caída a la B Nacional no fue el trampolín hacia el 9 de diciembre de 2018?
Lo que desconocía hasta ahora era que la crueldad también tuvo trazo fino, como si fuese un guión de Stephen King. Una generación de River no habría sufrido —y este libro no hubiera sido escrito— si solo una de las muchísimas jugadas que se nos rieron como hienas durante esos 18 años hubiesen tenido un final inverso. Ese remate de Daniel Onega que pegó en los dos palos del arco de Racing en el último minuto de la última fecha del Nacional 68: de haber sido gol, habríamos sido automáticamente campeones y evitado el posterior triangular de desempate con la propia Academia y Vélez. El capricho del fixture para que Vélez, en ese mismo torneo, haya jugado de local contra el equipo más débil, Huracán de Ingeniero White (eran partidos a una ronda), y su 11-0 en Liniers fuese letal para la diferencia de goles que terminó desempatando el triangular final (+25 de Vélez contra +20 de River, que en su visita a los bahienses «solo» ganó 3-1). La increíble definición del Metropolitano 70, cuando perdimos el título por un margen ridículamente pequeño: igualados en puntos (27) y diferencia de goles (+18), Independiente convirtió un gol más en 20 fechas (43 contra 42). Aún más sádico fue que, en la última fecha, el Rojo jugaba contra Racing y solo le servía ganar (y si lo hacía por un gol, debía ser a partir de 3-2 para superar a River en goles a favor). El partido, efectivamente, terminó 3-2 con polémica incluida: el árbitro hizo repetir tres veces un penal para Independiente, que había sido atajado dos veces por el arquero de Racing, hasta que terminó en gol. La ley de Murphy siempre actuaba contra River.
Este libro es también un magnífico viaje en colores a ídolos sin estrellas (Ermindo Onega), a jugadores cuyo paso por River se perdió en el tiempo (Baudilio Jáuregui), a rivales entrañables del viejo Nacional (Independiente de Trelew), a triunfos históricos en medio de la malaria (el 3-1 de los pibes a Boca en 1971, el 5-4 del superclásico de 1972), al hermoso archivo de la revista River, a la exigencia —a veces endémica— de la platea San Martín, al debut del Beto Alonso y hasta a cuestiones de moda, como el traspaso de la camisa a botones a la camiseta de piqué. Pero, sobre todo, es el relato de una época en que las derrotas y los fracasos nos hicieron mejores. Estoy convencido de que algo parecido viviríamos muchos años más tarde, tras el descenso. ¿O nuestra caída a la B Nacional no fue el trampolín hacia el 9 de diciembre de 2018?
Esta historia ratifica que no somos invencibles como los que nunca pierden sino como los que nunca se rinden. Además, al libro de Klaus, ya definitivamente sumado a mis obras favoritas de River, también siempre lo querré porque me llevó de viaje a la juventud de mi viejo y a terminar de entenderlo cuando me hablaba de aquellos 18 años de sufrimiento —aunque Klaus insista en que fueron 17—, que terminaron con el equipazo de nuestro Muñeco Gallardo en blanco y negro, el gran Angelito Labruna, el River bicampeón de 1975.