viernes 26 de julio del 2024
La última función del Maestro

A 30 años del último partido de Bochini en Independiente

Una patada criminal de Pablo Erbín sacó al Bocha de las canchas para siempre. Hace treinta años el Rojo se despedía de su eterno número 10.

Propongo un desafío. Es sencillo. Se puede resolver hasta con un teléfono. Es el siguiente: pongan “Bochini” en google y busquen fotos. Van a aparecer cientos de imágenes, algunas repetidas. Pero el desafío es conseguir alguna que el Bocha esté con la pelota y mire para abajo. No se gasten: no hay.

Esa es la postal de Bochini: pelota al pie y cabeza levantada. Es un misterio como la llevaba tan pegada al pie si ni siquiera la miraba, como también entra en el terreno de lo fantasioso que los defensores rivales no pudieran pegarle o que encontrara huecos donde nadie, ni siquiera sus compañeros, podían sospechar que existían.

Hoy se cumplen treinta años de su último partido. Frente a Estudiantes, en Avellaneda. Fue un partido sin goles, ni incidencias, sin cambios ni jugadas elaboradas. Ese 5 de mayo de 1991 ocurrió sólo una cosa: Pablo Erbín le pegó una patada definitiva al genio de Independiente y lo sacó de las canchas para siempre.

Fue un golpe innecesario, en la mitad de la cancha, cuando el Bocha quiso girar para dejarlo en el camino y encarar. Una patada criminal en una jugada sin riesgo. Ni olvido ni perdón.

Sobre Erbín cayó una desgracia eterna. Su hijo Pablo se hizo hincha de Independiente y cuando era niño, como todos los niños, quería ir a la cancha. Aunque se lo pidió de todas las formas posibles, Pablo padre nunca lo pudo acompañar. No hubiera salido ileso de la Doble Visera, está claro. No poder compartir la cancha con su hijo tal vez haya sido una buena condena.

La última imagen que quedó de Bochini sobre un campo de juego es desoladora. Se toma la pierna derecha y se revuelca de dolor. Es una imagen inédita. Segundo desafío del día: buscar fotos o videos del Bocha tirado en el piso después de una patada. Tampoco hay.

El geniecillo de Zárate tenía talento hasta para esquivar los golpes. Pegaba el saltito y seguía con la pelota, radar atento, a la espera de la diagonal del nueve o de que otro defensor se disponga al papelón.

Hay muchos números para recordar al Bocha. Hay goles emblemáticos. Títulos y copas. Pero tal vez la mejor evocación está en la memoria, en el recuerdo de aquellos que fuimos felices cada vez que el Maestro salía a la cancha con la 10 en la espalda.

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