viernes 19 de abril del 2024
Hasta siempre, Beto

Adiós Beto, que Dios te reciba como un grande

Alberto Pascutti, icónico como futbolista y como entrenador, debutó en Primera División pero su vida transcurrió en el Ascenso, murió a los 64 años de una afección cardíaca.

Comenzaba el siglo XXI y la Argentina todavía experimentaba la convertibilidad como una receta económica supuestamente próspera. Nuestro fútbol, por ende, pasaba uno de los mejores momentos de los últimos cincuenta años, con un dólar muy competitivo, atraía a los mejores futbolistas de toda Sudamérica; generando un nivel de competencia alto.

En ese entonces, Alberto Pascutti ya había colgado los botines como exquisito jugador del ascenso y, con cierta experiencia a cuestas, armaba el equipo de Nueva Chicago que a fin de temporada volvería a la Primera División.

Una tardecita, a mediados de julio de 2000, sonó el teléfono fijo de mi casa. Del otro lado de la línea estaba el Beto. Para ser sincero, hasta ese momento, no tenía plena dimensión de su representatividad como futbolista del ascenso ni de la idolatría que le profesaba la gente en All Boys y Almirante Brown.

Lo único que sabía era que había armado el equipo de Almagro que había ascendido a Primera División un par de días antes y que me buscaba porque tenía en mente hacer lo mismo en Chicago. Charlamos un rato y me convenció rápidamente.

El primer partido le ganamos a Platense (dirigido por Caruso Lombardi) en Mataderos y salió tirándole besos a la hinchada. El segundo perdimos 6 a 1 con Banfield (con una jornada estelar de Garrafa Sánchez) de visitante y era todo un caos.

El tercero perdimos de local con Central Córdoba (1 a 0 sobre la hora) y, ante una horda enfurecida, salió del estadio boxeando por la calle Justo Juárez. En el cuarto, con toda la presión encima, le ganamos el clásico 2 a 0 a All Boys en la cancha de Vélez y me di cuenta que con el Beto la vida era eso: un subibaja constante.

Calentón y ciclotímico, a veces te daba ganas de mandarlo al carajo pero le veías los valores humano que tenía y te encandilabas. Esas normas éticas propias que se autoimponía y que no necesariamente compartirías, pero lo admirabas.

El Beto era solidario. Un Maradona del ascenso. Era guapo. Nunca te iba a dejar tirado, ni apuñalarte por la espalda. Hermoso y humano, lo amaban o lo odiaban. En un fútbol egoísta y careta, el Beto enamoraba.

En el quintó partido, pese a que le ganamos a Defensa y Justicia en Mataderos, salí triste. Un desgarro parcial del tendón de Aquiles de la pierna derecha, me dejaba mínimo 45 días afuera de la cancha. Ese fue mi último partido con el Beto en Nueva Chicago. Cuando me recuperé, ya lo había dimitido. Su presencia no tenía margen de error, dos derrotas seguidas fueron demasiado.

Al igual que como le había pasado en Almagro el año anterior, cuando terminó la temporada, ese grupo que él había armado terminó saliendo campeón pero con otra conducción. Dos al hilo. No era la primera vez, tampoco la última.

Cada vez que nos cruzábamos, después de aquel ascenso, me decía lo mismo. Si no te hubieses lesionado, yo hubiese seguido en Chicago. Era una especulación suya para halagarme. Para mí no era verdad, pero no niego que me gustaba escucharlo.

Recién diez años después, nuestros caminos volvieron a cruzarse. Estaba jugando la Copa Sudamericana con el Atlético Maracaibo de Venezuela, cuando recibí su llamado. Me contaba que había arreglado en Quilmes y que quería que volviera. Otra vez no tardó mucho tiempo en convencerme. A diferencia de la primera vez, en esta oportunidad, hizo aflorar un sentimiento de gratitud. Me hizo sentir que le debía algo y la verdad que sí, que se lo debía.

Vení conmigo a Chicago que vas a volver a jugar en Primera y vas a poder seguir estudiando medicina”, me dijo aquella primera vez y ambas cosas se habían cumplido. Así que entre que era Quilmes y que estaba el Beto, decidí volverme a la Argentina a cobrar menos y a jugar una categoría más abajo.

Otra vez el partido debut es con Platense y otra vez lo ganamos 1 a 0, parecía como si la historia se fuese a repetir pero en el día a día algo había cambiado. En realidad, con el tiempo me di cuenta que él casi no había cambiado, era yo el que veía las cosas distintas.

Charlábamos bastante en las primeras semanas y cada vez que lo hacíamos nos alejábamos más en las ideas. Como dos calentones, llegamos a un punto que nos terminamos peleando. Antes de finalizar el torneo lo echaron pero, casi como si fuese algo karmático y como le había pasado antes, al terminar la siguiente temporada Quilmes consigue el ascenso con un par de jugadores.  

El tiempo cicatrizó las heridas y recuperamos la relación. Era difícil no quererlo al Beto. Para mí, era como un tío lejano al que veías de tanto en tanto, pero cada encuentro iniciaba con un gran abrazo.

Hace unas horas, el Alberto Pascutti nos dejó. Su corazón, castigado por el exceso de peso y el cigarrillo, cesó de latir a los 64 años. Así era él y, como en otras facetas, no tenía intenciones de cambiar.

A partir hoy, ya no habrá más abrazos para darnos en cada reencuentro. Con su partida, para el fútbol se va un prócer de la vieja escuela, de los tiempos de un juego menos complejo pero más humano, donde se hablaba de táctica pero también se le daba valor a un buen asado. Para mí, se va una de las personas que marcaron mi vida como futbolistas, alguien que gravitó como pocos.

¡Chau Beto querido! Te vamos a extrañar. Que Dios te reciba como un grande.

NdR: Sus restos se despiden el lunes 13/3 a las 11hs en el Cementerio de la Chacarita.

En esta Nota