martes 10 de diciembre del 2024
Fútbol con historias

El Trinche Carlovich no fue mejor que Maradona

Por Edgardo Martolio | El Trinche consiguió algo imposible: ser un mito sin ser nadie. La historia de una leyenda.

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Murió un mito. Tomás Felipe Carlovich. ¿Quién? El ‘Trinche’ Carlovich. “Ah, sí, el mejor jugador del mundo” le dirá cualquier rosarino. “Dicen que era mejor que Maradona”, deslizará todo amante del fútbol que no sea rosarino, pues, sabrá de él por referencias. “No sé quién es, nunca lo vi ni oí... ¿Dónde jugó?”, preguntará quien no sea rosarino ni futbolero de alma.

El ‘Trinche’ Carlovich consiguió algo imposible. Ser un mito sin ser nadie. Y lo logró en vida. Notable, casi único. Hasta Evita precisó morir sufriendo y en su apogeo, para ser tan mito como Gardel que también murió joven, trágica e inesperadamente, como dice el recetario que consagra a los mitos. Difícilmente exista en el mundo otro caso igual al de este heredero de inmigrantes yugoeslavos y seis hermanos mayores del Barrio Belgrano de Rosario. Jugó cuatro partidos, nada más, en Primera División. Y no fueron en Boca, River o Racing. Los dos primeros los jugó en un petit re-clasificatorio para evitar al descenso, vistiendo la camiseta de Rosario Central, el club donde hizo inferiores. Y los otros dos –40 minutos en total– en Colón de Santa Fe. Después, actuó en los sábados de ascenso o en el fútbol regional...

Sin embargo, todos los rosarinos, incluyendo a los de Newell’s Old Boys –porque su imagen está asociada al neutro Central Córdoba, el equipo donde sacó chapa de Dios– dicen, como si se tratara de una percanta, que no hubo nadie igual. Tampoco lo desmienten los hinchas de los cuadros porteños, platenses y demás, que no lo vieron jugar ni siquiera como rival, simplemente, porque a los mitos no se los discute. Y por fin y por eso, porque no jugó nunca donde juegan los que saben de verdad, en la Bombonera, el Cilindro, el Monumental o, entonces el Viejo Gasómetro, los aficionados que tocan de oído, nunca escucharon su nombre ni lo leyeron en los diarios, El Gráfico, Goles o Solo Fútbol. Unos no lo vieron, otros repiten lo que se dice y los rosarinos sonríen felices de tener al mejor del mundo. Al que nadie discute. Pronto. Mito es mito.

Los pocos que jugaron con él en Primera, los muchos que lo acompañaron en inferiores, los que lo enfrentaron en el ascenso, todos los jugadores de ese ayer, contagiados por la única pandemia de entonces, la nostalgia futbolera, sostienen que fue un maestro, un lírico, un genio, un romántico, un crack, un mago, un rey de potrero, un caso único, un espectáculo por él mismo y más, más y más... Y los hinchas, todos los hinchas, hasta los no nacidos en esos años, juran que iban a la cancha pero no iban a ver fútbol ni a los equipos que se enfrentaban esa tarde, iban a ver al ‘Trinche’. ¡Qué Messi ni Messi! ¿Vos lo viste a Carlovich?.

Paremos la pelota. Yo sí lo vi a Carlovich. Era cuatro años mayor que yo y su debut en Primera fue un año después de mi debut radial, en LT3 de Rosario, junto al dueño del rating de ese momento y por muchas temporadas: Evaristo Monti, con quién también hacíamos la mejor revista de fútbol que ya tuvo Rosario: Deporte’70, editada por Rubén Macchi. Así y por eso, lo vi en Tercera, en uno de sus dos únicos partidos en la Primera ‘canalla’ y después, muchas veces, vistiendo la camiseta de Central Córdoba, cuando acompañaba al periodista que más lo vio en la vida, José ‘Pipo’ Paratore, dueño, editor y único cronista de la revista ‘El Charrúa’, publicación independiente del club de La Tablada. Él lo vio todos los partidos que jugó en el equipo de Gabino Sosa, local y visitante; y en centenas de entrenamientos. Lo conoce más que su espejo. Entonces, tengo algo que decir y lo primero que digo, antes de explicarlo es que era un fenómeno, pero no era mejor que Maradona y tampoco el mejor del mundo. Por algo nunca fue un jugador de Primera. Porque no era un jugador de Primera... ¿Cómo puede ser el mejor del mundo si no podía jugar en la ‘A’?

Carlovich era 100% dominio de balón. Un artista. Un gran individualista. Con la pelota hacía lo que pocos en la historia hicieron, siempre que fuese con la zurda. La derecha era de palo. Y siempre que no tuviese que marcar, correr, exigirse, picar al vacío, desmarcarse para ayudar a un compañero, meterse en cualquiera de las dos áreas, escaparse por una punta y tirar el centro atrás, hacerle el relevo a los laterales, poner la pierna tan fuerte en defensa como para intimidar a un delantero rival o señalar un gol en el minuto final. Si no se le pedía nada de eso, entonces sí el ‘Trinche’ era un fenómeno. Por eso recuerdo al prestidigitador, al ilusionista, en el mejor de los casos al ‘fantasista’, como dirían los italianos, pero no consigo recordar al jugador. No veo al ‘Maradona que no fue’ como ya se lo tildó.

Piense conmigo. Debutó en Primera con 23 años, siendo que ya a los 15 tenía cuerpo de 30. Flaco, sí, pero bien alto y formado; pechándolo no lo tumbaba cualquiera, aun cuando en esa época al fútbol jugaban hombres de verdad. ¿Qué crack, fuere el período que fuese, debuta en Primera ‘viejo’, a los 23 años? Ninguno. No hay un solo caso en la historia. Entonces, allí hay una primera alerta desmintiendo los exagerados panegíricos que consolidan su historia y aumentan el mito. Porque, es cierto, muchos cracks de Inferiores fracasan en Primera, pero como son cracks en las categorías de base, tienen su oportunidad en el círculo superior antes de los veinte años o por ahí. Hay treinta casos por club.

Trinche Carlovich

Demoró mucho para llegar a Primera, pero es cierto que en Tercera ya se hablaba de él. Y de un goleador: Raúl Osvaldo Castronovo, físicamente chiquito, parecía que el viento del Paraná se lo iba a llevar de Cordiviola y Génova. Castronovo subió un año antes, se quedó en Primera haciendo goles y peleándole el puesto a un ídolo, Aldo Pedro Poy; se consagró y se lo llevó Peñarol de Montevideo en tiempos todavía áureos de los ‘mirasoles’ uruguayos. Hoy lo recuerdan con grandeza. Por su transferencia se jugó un amistoso que, por solicitud del goleador, en Central debutó, no oficialmente, su amigo Carlovich... Así como Castronovo, de aquella Tercera debutaron antes que el ‘Trinche’ y más jóvenes, Alberto Fanesi y Jorge Ainza, defensores, y Ramón Bóveda y Alberto ‘Hijitus’ Gómez, delanteros. ¿Y Carlovich para cuándo? Era la pregunta de todas las semanas de aquellos que no madrugaban y preferían almorzar en su casa, los que escuchaban su nombre y virtudes pero no lo veían en acción: en esa época se jugaba siempre en domingo, a las 11 de la mañana la Tercera, a las 13 la Reserva y a las 15 la Primera. Demoró tanto que superó el límite de edad permitido para actuar en Tercera. Así, el año en que estrenó en Primera ya era jugador de Reserva y fue dado a préstamos a la Asociación Mutual Sporting Club Social de Bigand, un equipo de pueblo, a sólo 70 km de Rosario que no fue campeón de la Liga Deportiva del Sur santafesino, ese año, con él. Hmmm... Suena raro, pero esa es la historia inicial del ‘mejor del mundo’. No obstante, ya había algo de mito. Se hablaba mucho de un jugador que no debutaba, que casi nadie veía.

No jugaba en Primera pero integró un ‘combinado’. Sí, es verdad. El último partido preparatorio que jugó en el país la Selección Argentina rumbo al Mundial del ’74, lo disputó, en Rosario, ante un combinado de esa ciudad, dirigido por quienes eran los entrenadores de Central, Carlos Timoteo Griguol, y de Ñuls, Juan Carlos ‘Crico’ Montes. Para evitar problemas, que en esa querida ciudad, dividida por el fútbol, surgen como plaga de langosta, los técnicos –salomónicamente– eligieron a cinco jugadores auriazules y cinco de los rojinegros. El undécimo tenía que ser de Central Córdoba. La gran oportunidad de ponerlo a Carlovich. Jugó de cinco, como ya jugaba en el ‘Charrúa’ y sería su posición hasta el fin de su carrera. Rosario le ganó 3 a 1 a esa Selección que tenía tres técnicos, a cual peor, y el ‘Trinche’ la rompió, según todos... La rompió hasta ‘ahí’ porque fue sustituido. No podía jugar un partido de nivel superior completo. Ni en un amistoso triunfal.

Por estos días circula un par de videos, muy buenos, donde muchos técnicos y ex jugadores declaran su amor por el ‘Trinche’ Carlovich. Para acortar la columna, elijo entre todos ellos a una autoridad futbolera, incluso por sumar el mérito de ser rosarino y de Central. César Luis Menotti. El técnico que supo ser campeón del mundo de la mano de Videla, Agosti y Massera, sin quitarle méritos al marino Lacoste, del EAM’78. ‘El Flaco’ acierta cuando lo define diciendo que “Le gustaba más ser jugador de fútbol que profesional”. Parece la síntesis perfecta para resumir al ‘Trinche’, al mito. Para entender a este fenómeno puede completarse la frase de Menotti con otras dos del propio protagonista: “Jugar en el potrero o ante 40 mil personas, para mí era lo mismo”. Y “Para mí, jugar en Central Córdoba fue como jugar en el Real Madrid”. Un jugador de verdad piensa distinto. Y en consecuencia juega distinto.

El Trinche Carlovich

Menotti, sin embargo, se suma a una crítica de muchos, no al mito sino a quien supuestamente lo frustró. Miguel Ubaldo Ignomiriello, entrenador de Rosario Central entre 1967 y 1969. No solo por no haberlo hecho debutar antes, sino por haberlo dejado libre. Se engaña. No fue así. Antes de Ignomiriello pudieron haberlo puesto en Primera Manuel Giúdice (primer semestre de 1966: Carlovich tenía 19 años) y José Minni (desde julio del 66 a inicios de 1967, con 20 años); después, sí, Ignomiriello (restante de 1967, 1968 y 1969, hasta junio, y quien autorizó su préstamo a Sporting Bigand con 22 años); luego, tras debutar con Francisco Eurasquin, lo tuvieron en su plantel Enrique Omar Sívori que nunca lo usó y el profesor Carlos Cancela –prepador físico, remanente de Ignomiriello– y Ángel Tulio Zof, todos en 1970. Zof fue quien lo dio a préstamo a Flandria cuando el ‘Trinche’ tenía 24 años. Cuando vuelve en 1971, los entrenadores Carlos Timoteo Griguol y Ángel Labruna tampoco lo utilizan (había comenzado el régimen de reemplazos y nunca fue, siquiera una sola vez, al banco de suplentes). Labruna lo manda a préstamo a Central Córdoba en 1972 y cuando regresa, está nuevamente Zof que prescinde de él, comprando el pase definitivamente el club ‘Charrúa’. Siete técnicos lo ignoraron: ¿podía ser el mejor del mundo?

Debutó con Francisco Erausquin, el entrañable ‘Pancho’, su entrenador en Divisiones Inferiores, quién lo conocía como nadie. Dirigió a Rosario Central 14 partidos y lo puso en el segundo tiempo de su segundo partido como técnico en Primera. Ingresó de número 10, en el intervalo, sustituyendo a Alberto Gómez en el actual ‘Gigante’ de Arroyito. Fue 0 a 0. Era el 23 de agosto de 1969 por la tercera fecha –Central quedó libre en la primera- de un cuadrangular decisivo para caer, o no, a Segunda División. Una semana después jugó sus únicos 90 minutos completos, en cancha de Banfield, ante Los Andes. Otro 0 a 0. Erausquin, el hombre que lo ‘cuidó de potrillo’ tampoco volvió a incluirlo en ninguno de los siguientes 11 partidos en que comandó al team principal de los ‘canallas’. Central se salvó de descender. Ocho años después, con 30 años, tuvo su segunda chance en Primera ‘A’. En Colón de Santa Fe, de excelente campaña ese Metropolitano. Jugó de titular, los primeros cinco minutos el 10 de abril, por la octava fecha, ante Huracán. Lesionado, lo reemplazó Ángel Leroyer y fue 1 a 1 en Parque Patricios. Cuatro meses después, el 14 de agosto, pudo volver. Aguantó los 35 minutos iniciales contra Vélez Sarsfield. Otra vez la maldita rodilla. Lo sustituyó Martín Rico. Derrota 2 a 0 en Liniers. El público ‘sabalero’ no pudo verlo, con la rojinegra, en el ‘Cementerio de los elefantes’ y él no pudo ganar en Primera: tres empates y una derrota. Feo record para ‘el mejor de todos’.

César Luis Menotti, en solapada disculpa por si acaso se trataba de un crack de verdad que no aprovechó o apenas justificando sus elogios al mito, también dijo que una vez lo convocó para probarlo en su pre-Selección. Y no se presentó, se fue a pescar porque “le gustaba más pescar que jugar al fútbol”. Carlovich no recuerda la convocatoria, jura que hubiese ido si lo hubiesen llamado, y desmiente al técnico: “Si yo hace solo cuatro años que pesco, con mi yerno; nunca antes pesqué en mi vida, ni sabía encarnar”, confesó a los setenta. ¿Si Kempes no se hubiese presentado en un entrenamiento, lo hubiera olvidado para siempre como olvidó al ‘mejor del mundo’? ¿Por qué no lo llevó a su Huracán campeón que jugaba un fútbol ‘carlovichiano’? En fin...

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Parte del mito no es que pocos lo vieron en una cancha de Primera, tampoco se lo puede ver en videos o replays. Solamente hay una mala filmación de 15 segundos, en blanco y negro, donde aparece jugando. Eso hace imposible compararlo. Volver a juzgarlo. Carlovich, entonces, es cosa juzgada. La sentencia justa o no, parece estar dada: es ‘el mejor del mundo’. Como Dios, puede desconfiarse de su existencia, puede no verse, pero su invisibilidad lo transforma en algo supremo, lo deja librado a la imaginación y nada tiene dimensiones mayores que las que esta le puede conceder si así lo desea. Es cuestión de fe. Como creer que era mejor que ‘el Diego’. Un absurdo. Carlovich era un jugador de ‘pelota Pulpo’, Maradona de toda la cancha. Cualquier comparación es inválida. Son dos cultos diferentes. Uno suma La Meca, el Vaticano y Jerusalén. El otro es una Capilla Sixtina que no aparece en los mapas. Transformarlo en mito está bien, es parte del folklore futbolero, pero también es un pecado de juventud. Lo escribió Mark Twain: “Cuando somos más jóvenes podemos recordar todo, suceda o no”. Con el ‘Trinche’ algunas cosas sucedieron y otras no. Pero las recordamos a todas...

En Central Córdoba, que nunca salía campeón, sin pretensiones, subiendo y bajando de la ‘B’ a la ‘C’ y viceversa, encontró el escenario perfecto para jugar como él quería. Allí era un placer verlo. Su dominio inigualable. Su pase perfecto que denunciaba la velocidad mental para dirigir la pelota al lugar pensado un segundo antes de recibirla. Esos lujos hacían que el resultado fuese secundario. Metía tres caños por partido, uno de ellos doble, de ida y vuelta, y ya está, la entrada se había pagado con él solo, sin que nadie supiese quienes eran los otros, los que sudaban, los que ganaban los partidos con su empeño o los perdían con sus torpezas. En ‘El Charrúa’ estuvo en cuatro períodos, durante nueve torneos en los que jugó 236 partidos y metió 28 goles, uno cada diez cotejos, tres tantos por temporada (casi todos de tiro libre y algunos de penal: su pegada era exquisita). Ganó el ascenso de la ‘C’ a la ‘B’ en 1973 y en 1982 y con esa casaca se retiró del fútbol en 1986. Tenía 40 años y una rodilla destrozada.

En el fútbol menor, casi amateur, sí fue un crack mayor, aunque con altos y bajos. En 1971, la segunda vez que Rosario Central lo dio a préstamo, al Club Social y Deportivo Flandria, en la ‘B’, jugó solo 4 partidos, anotando un gol. Volvió a Central y fue –por primera vez– a préstamo a Central Córdoba que se quedó con su pase definitivo sin que nadie, en Rosario Central, lamentase por ello. Los sábados eran de show, tanto que en una ocasión lo expulsaron, pero a pedido del público el juez anuló la tarjeta roja y reingresó, siguió jugando. En otra ocasión, perdió su documento minutos antes de entrar a la cancha, legalmente no podía actuar, en caso que lo hiciese el rival protestaría los puntos; nada de eso, el propio adversario, que era local, exigió que Carlovich jugase en su cancha y lo autorizó mediante un escribano. También jugó en Independiente Rivadavia, Maipú y Andes-Talleres de Mendoza y, en el ocaso, en Newell’s de Cañada de Gómez. Allí sí, la descosía, en Primera no.

Casi todos intentan justificar al mito. Menos el propio mito. El ‘Colorado’ Mario Estanislao Killer es taxativo, dice que el propio Carlovich “no quiso jugar en Primera”. Sin embargo, el invisible ‘Trinche’ lo desmiente: “No se me dio, a veces no se da, no es que no quise”. Por ejemplo, sostiene que quiso ir a Francia cuando un intermediario intentó llevarlo. Los franceses vinieron a verlo y dijeron no. El Cosmos de New York también habría sido seducido para tenerlo en su fútbol que intentaba ser más espectáculo que deporte. Tampoco se concretó. Lo contentaron diciéndole que Pelé, en ese momento en el club que promovía Henry Kissinger, no permitió otra estrella. Este viernes 8 de mayo, Pelé me respondió que nunca escuchó hablar de Carlovich, que si era tan bueno le hubiese encantado tenerlo con él. Historias que alimentan al mito. Más, si no podía adaptarse a Primera, en su país, con su lengua y donde eran aplaudidos los lujos en las canchas, menos hubiese rendido en el exterior, lejos de los suyos y donde se aplaude el sudor. Nada de aquello, franceses y Cosmos fue cierto y si algo de todo eso lo fue, entonces no era serio.

Hubiese sido estrella en el fútbol sala. Allí sí. Lo más parecido que encuentro a él, es el histórico mejor jugador del mundo del fútbol cinco, recién retirado, el brasileño Falcão. Hasta el año pasado, hacía en una baldosa, en este caso literalmente, las cosas que hacía el ‘Trinche’. Tres veces intentaron profesionalizarlo en el fútbol ‘de once’, en el 2000 en el Palmeiras y en el 2002 en el club Portuguesa: en ambos casos no jugó ningún partido. Y la última vez, en 2005 en el São Paulo, donde entró 13 veces, una sola como titular. Y si bien es cierto que el entrenador, el ex arquero de la Selección canarinha, Leao, lo boicoteó porque se lo estaban imponiendo los dirigentes, también es verdad que en cancha grande el híper habilidoso jugador desaparecía, aún con una condición física excelente que jamás exhibió Carlovich. En algún circo de mi infancia vi, como parte del show, entre trapecistas y domadores de leones, a uno de estos habilidosos que podía sostener por horas la pelota en el aire y bajo sus dominios. Decían que untaba el balón y sus botines con un ungüento que oficiaba de imán. Pamplinas. Era hábil, pero él mismo reconocía que no podía jugar en un equipo. Sobran los casos, estos magos del balón aparecen en los Mundiales, en las tiendas de los patrocinadores para entretener a los clientes. El ‘Trinche’ fue uno de ellos. Sin mundiales ni patrocinadores. Lo demás es mito.

trinche carlovich @pizarrabielsa 07052020

El ‘Mono’ Obberti, espectacular goleador y un gran amigo que hice en aquel tiempo ido pero jamás olvidado, dijo, entre elogios propios y ajenos, lo que los sinceros deben decir: “Te colmaba la paciencia”. Sí, Carlovich nunca se enteró que los jugadores profesionales juegan para ganar partidos, sumar puntos, conquistar copas y campeonatos, festejar títulos y, principalmente, ganar dinero. No entran a la cancha para divertirse. Sufren los 90 minutos y después disfrutan. El ‘Trinche’ era lo opuesto, creía que la pelota era suya y para él. Se divertía a lo loco y alegraba a la gente. No alcanzaba. Nunca alcanzó, el malabarismo es para la arena de los circos. En el césped de las canchas se juega al fútbol, once contra once y la pelota es de todos y para todos. Por eso se matan corriendo, tanto que a veces se olvidan de jugar. Él nació olvidado de correr. Una pena. Y aunque el propio Maradona le haya masajeado el ego diciéndole que jugaba mejor que él, no pasó de un cumplido generoso que echó más leña al fuego del mito. Pero la verdad es otra.

Pedaleó siempre, en la cancha con su excelsa habilidad y en la vida montado en su vieja bicicleta; era pobre: la única vez que tuvo un auto le trajo problemas, no era de él, tuvo que devolvérselo al club mendocino que se lo había dado: el coche lo conducía invariablemente a su Rosario natal en vez de llevarlo a los entrenamientos... El miércoles 6 de mayo, gambeteando al coronavirus, salió a buscar una vieja amiga, la calle, la de siempre, la de los primeros ‘arco a arco’ y la misma que lo alejó del profesionalismo. Y, allí, por defender su bicicleta lo mataron en una emboscada rosarina. Le dieron un palazo fatal. Tenía 73 años, no resistió. Le robaron la bici y el último aliento, ese que jamás entregó en la cancha, donde no corría porque la pelota parecía buscarlo a él. Sí, defendía mejor la pelota que a la bicicleta. Una lo llevó a la tumba, la otra le dio vida eterna...