Periodista
El proyecto contra los millones. Los pibes contra las estrellas. El club del sur del conurbano contra el club reconocido mundialmente. David contra Goliat. La final de esta noche entre Banfield y Boca por la Copa Diego Maradona es también una síntesis de un fútbol argentino cada vez más polarizado. Dos modelos que conviven y todavía -por suerte- se entrecruzan en finales o partidos decisivos.
Uno, Banfield, se asoma como una revelación: un equipo que mejoró con el correr de la Copa, que exhibe juveniles que la rompen y que parece llegar al estadio Bicentenario de San Juan en su cenit. El otro, Boca, llega casi por la inercia que le demanda su historia y su presente de plantel millonario, con muchas individualidades que ganan partidos pero nunca pudieron conformar un equipo. El golpe de hace cuatro días contra el Santos de Brasil, en una derrota abúlica, sin alma, lo condiciona: esta Copa es un premio consuelo, ¿pero qué ocurrirá si ni siquiera lo obtiene?
La lógica indica que Boca es superior. Pero lo hermoso del fútbol -dinámica de lo impensado- es que la lógica no siempre prevalece. Es indiscutible que la diferencia de valor de cada uno de los planteles es abismal. Miguel Ángel Russo pondrá hoy, por citar algunos ejemplos, a Esteban Andrada (comprado por 5 millones de euros a Lanús), Carlos Izquierdoz (7.5 millones desde el Santos Laguna), Eduardo Salvio (desde Benfica por 7 millones de euros) o Jorman Campuzano (3.4 millones a Atlético Nacional).
Banfield, en cambio, apuesta a sus inferiores. Lo hace por necesidad -porque nunca facturaría lo mismo que Boca- pero también por estrategia. “Como no podemos ser los más grandes del país, apuntamos desde la humildad a ser los mejores”, le dice a PERFIL Eduardo Spinosa, expresidente y acaso el referente institucional de la última década en el club, hoy presidido por Lucía Barbuto.
Spinosa marca algunos puntos claves para entender a este Banfield finalista. Algo que por lo general no se ve por televisión, pero explica este momento: continuidad dirigencial, inversión (el club vuelca casi 50 millones de pesos a las inferiores), interacción entre las juveniles y la Primera -“No queremos que sea una isla”, dice Spinosa-, detección de talentos en todo el país, el predio de Luis Guillón como casa matriz y la consolidación de una identidad -“tenemos un ADN banfileño, un sentido de pertenencia”-.
Pero las enormes diferencias no solo son materiales. En lo intangible también existen: mientras que para un sector de Boca pareciera que ganar es lo único que sirve, algo que arrastra a dirigentes a tomar decisiones apresuradas, en Banfield la desesperación, en estos años, era el abismo de los promedios. Lo explica Spinosa: “Tuvimos templanza en las malas. Nos puteaban porque con los pibes nos íbamos a la B. Y quizás sí: pero bancamos a los pibes porque sabíamos que cuando tengan 50 partidos en Primera la iban a descoser. Vos no podés invertir millones por año en inferiores y después no poner a los pibes en el equipo”. En Boca hoy jugarían apenas tres futbolistas surgidos de sus inferiores (Capaldo, Varela y Tevez). En Banfield, son mayoría. Será cuestión de evaluar qué pesa más esta noche en San Juan.