sábado 27 de abril del 2024

Un clásico: la cabeza de Palermo

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La década del '90 marcó un antes y un después en la historia del Superclásico. Casualmente, con la irrupción de los torneos cortos, Boca torció el historial que le era desfavorable a fines de los '80. Y, quizás desde algún designio histórico de ambos equipos, en esa década menemista en la política y riverplatense en títulos, fue cuando más veces Boca le ganó el clásico sin merecerlo. River ganaba campeonatos, jugaba mejor que Boca, transformaba en figuras a los arqueros rivales pero se quedaba, casi siempre, con las manos vacías, a la hora del duelo directo.

Así y todo, no se recuerda, de aquellos tiempos, una victoria en la que Boca haya hecho tan poco para ganarlo como la de este domingo. Casi que podría decirse que River se ganó solo. Como en un gran chiste maldito. Para el hincha de Boca la idea parece ser: cuanto peor, mejor. Más humillante, y más doloroso para el otro. Boca se puso 2 a 0, a los treinta minutos del primer tiempo, sin patear al arco. Inédito. Las manos de Carrizo y la cabeza de Palermo fueron las responsables de semejante absurdo.

La cabeza del nueve ha resuelto muchas situaciones desfavorables en los últimos años.  Hablar de esa “cabeza” nos obliga a plantear varias interpretaciones. Una, la obvia, tiene que ver con el poder de sus cabezazos. El Titán es uno de los mejores y más importantes (que no es lo mismo), cabeceadores de la historia. Y abrió su cuenta contra River con un inolvidable nucazo para ganar en el Monumental en el '97 y la cerró por la misma vía. Pero, cuando se habla de la “cabeza de Palermo”, se me antoja más determinante, el poder de su mente que el invalorable aporte de sus frentazos. Por eso, podría decirse que fue, exclusivamente, la “cabeza de Palermo” la que ganó el clásico en La Bombonera.

Palermo es un fenómeno. Palermo es único. Palermo es un fenómeno único. Discutido. Burlado. Lento. Martín Caparrós, rara avis en el mundo bostero, poco futbolero pero muy hincha, lo ha descripto como el “peor gran jugador”. Se entiende la idea. Palermo ha sido, o es, un grandísimo futbolista aunque desde la estética, parezca no reunir algunas condiciones. Pero está claro que la estética no es todo lo importante que se cree en el mundo de la pelota. Es cierto que pocos jugadores tengan mayor incapacidad que Palermo para realizar una tarea tan obvia como eludir a un rival, gambetearlo, bah. Pero entiende el juego como pocos. Y, aquí, radica otra de las claves de la “cabeza” de Martín. La inteligencia. Siempre se las ha ingeniado para, siendo el delantero más peligroso de todos, aparecer libre, desmarcado y listo para el gol.

Claro que cuando señalé que la cabeza de Palermo fue la que ganó el clásico me refería más exactamente al inevitable final feliz que la historia hollywoodense de Palermo tenía que tener. El gol contra Huracán el día que rompió la sequía fue cargado de temor, como si Martín quisiera avisarnos que es humano y que el poder de su mente es tan grande que, en la mala, también puede apoderarse de él mismo. Palermo, el optimista del gol, como sabiamente lo bautizó Carlos Bianchi, tuvo, hace pocas semanas, miedo de hacer un gol. Pero lo malo no es tener miedo, siempre y cuando uno se anime a enfrentarlo. Palermo enfrentó miedos más grandes que el de una circunstancial pero durísima sequía goleadora y los fue venciendo, uno por uno.

Palermo omnipresente en la vida de los argentinos se diversificó tanto que tenemos Palermo Chico (rubio y pelilargo en Estudiantes), Palermo Viejo (legendario y admirado por todo el fútbol argentino) y hasta para quienes lo cuestionan, tenemos la Palermo Rosa (histórica revista del turf, es decir, de los burros). Pero estaba claro que Martín sin ser el galán tradicional se las iba a ingeniar para que Hollywood le escribiera un final feliz, a su medida.

(*) Columna publicada en el Diario Libre

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