viernes 29 de marzo del 2024

Una escuela con pocos egresados

Barros Schelotto es el director técnico más destacado de los jugadores que pasaron por las manos de Carlos Bianchi. Los otros casos.

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La llegada de Guillermo Barros Schelotto al banco de Boca le abrió una nueva posibilidad a la generación de la era Bianchi, repleta de logros dentro del campo pero con escasos éxitos desde que cruzó la línea lateral para transformarse en un grupo heterogéneo de técnicos.

Lejos de formar un estilo propio, con criterios tácticos y métodos de trabajo que los emparenten, los jugadores que integraron el Boca más ganador de la historia navegan en el mar del fútbol argentino sin ninguna afinidad entre uno y otro, y muy lejos de trascender como lo hizo su maestro, Carlos Bianchi, multicampeón con Vélez y con el Xeneize.

Curiosamente, Rodolfo Arruabarrena y Barros Schelotto son los únicos que tienen estrellas en sus vitrinas personales. Al Vasco no le alcanzó ni el torneo local ni la Copa Argentina del año pasado para permanecer al frente de un plantel que nunca conformó del todo al hincha.

Lastimado por las eliminaciones contra River en la Sudamericana y la Libertadores, Arruabarrena –que antes había dirigido a Tigre y a Nacional de Uruguay– terminó de desvanecerse por la impaciencia del presidente Daniel Angelici, quien no soportó la crisis de verano (derrotas ante River, Racing y Estudiantes) y lo echó, cuando en diciembre le había renovado el contrato. A veces, los números en rojo de los clubes se explican por las decisiones de sus dirigentes.

El flamante reemplazante del Vasco, Guillermo, acaba de tener un paso fugaz por el Palermo de Italia, y tiene en su haber la Copa Sudamericana que ganó con Lanús en 2013. ¿Es muy distinto a Arruabarrena? Al menos en lo táctico, no. Si bien Guillermo prioriza el 4-3-3, no duda en cambiar según el rival de turno.

Pero sí hay algo que los diferencia: en los tres años y medio que estuvo en Lanús, el Mellizo –con la ayuda determinante de su hermano Gustavo, acaso el cerebro tacticista de la dupla– logró imprimirle una identidad a su equipo, lo que nunca pudo hacer Arruabarrena en Boca. Y lo que ningún otro discípulo pudo imitar de Bianchi.

Sin estrellas. El primero de los que ganaron todo con Bianchi que se lanzó a la carrera de técnico fue José Basualdo. Dirigió clubes insólitos como el Real Mataram, de Indonesia, y El Porvenir, de Argentina. Su última experiencia fue en Oriente Petrolero, de Bolivia.

Quizás la caída más estrepitosa la tuvo Diego Cagna, quien inició su historia como DT con el ascenso de Tigre a Primera y el subcampeonato de 2008. Cagna se llenaba de elogios, lo que le permitió asumir en el Colo Colo, de Chile, donde perdió inexplicablemente el campeonato a manos de Universidad Católica (le llevaba siete puntos cuando faltaban seis fechas).

“Colo Colo perdió el campeonato, no lo ganó Católica”, señaló Iván Zamorano. Lo que vino después fue peor: en Newell’s, Estudiantes y en su vuelta a Tigre, Cagna nunca duró más de un año.

Martín Palermo tiene un objetivo difícil: parecerse al goleador implacable que fue. Y si bien como entrenador arrancó hace poco, sus dos primeras experiencias –en Godoy Cruz y Arsenal– no terminaron de ser satisfactorias. Junto al Titán, como ayudante, se sentó otro ídolo xeneize, Roberto Abbondanzieri.

Jorge Bermúdez, el Patrón, también intentó ser DT en Colombia y en Argentina (Defensa y Justicia), pero le fue tan mal que debió reconvertirse en columnista televisivo. Como le pasó a la mayoría de los discípulos de Bianchi, sus alegrías en el fútbol se terminaron cuando se retiró de las canchas.

(*) Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.