¿Me atrevería a hacerlo? ¿Podré escribir esa frase que jamás imaginé que podría salir de mi teclado? ¿Cómo se deconstruye un hincha?
Faltan unas horas para que llegue al estadio de Racing. Viajo entre la ambigüedad. Arrastro el mandato barrial: si sos de Valentín Alsina, sos del Rojo. Y si sos del Rojo, Racing es tu enemigo. ¿Existirá alguna terapia que trate semejante fobia? Lo dudo. Tengo muchos amigos hinchas de la Academia, gente que quiero y que en algunos casos hasta admiro, pero ni siquiera esos vínculos lograron borrar la grieta del clásico. Allá voy, entonces, a entregarme a otra forma de pasión, a otro sentimiento inexplicable que no tiene que ver con una pelota ni con una tribuna llena ni con un árbitro que inventa un penal en tiempo de descuento. Tal vez ocurra, tal vez Racing me impulse a escribir esa frase que siempre se resistió.
En el Cilindro
En esta cancha siempre fui visitante. Quiero decir: cada vez que vine fue para padecer los nervios de los clásicos desde aquella popular. Algunas veces me sentí invencible; otras, en cambio, me quedé pegándole de puntín a los escalones de cemento. Ahora miro esas mismas tribunas vacías y todo se reconfigura. No es un Racing-Independiente lo que me convoca ni el recuerdo de algún partido memorable. Hoy en este estadio les van a entregar los carnets a 46 socios desaparecidos durante la última dictadura. Es un gesto histórico, una reivindicación que además nos pone de frente a una idea que nos sacude: los clubes también fueron víctimas del genocidio.
Sé que un grupo de hinchas de Independiente está impulsando una iniciativa similar y que en algún momento el club también deberá reconocerles la condición de socios a sus propios desaparecidos. Sé que cuando eso ocurra me llenaré de orgullo, que me golpearé el pecho, que me sentiré más hincha. Pero también sé que Racing lo hizo primero. Y eso, como mínimo, impone respeto.
Acabo de escribir que “respeto” a Racing y los dedos no se me trabaron. Debería tomarlo como un indicio. En una de esas hasta me anime a escribir esa frase prohibida.
¡Presentes!
Sobre el césped del Cilindro hay un escenario por el que desfilan los familiares. En la platea unas mil personas se entregan al ritual de los aplausos, el respeto y la emoción. “A donde vayan los iremos a buscar”. Hijos e hijas, hermanos y hermanas, madres y Madres reciben uno a uno los 46 carnets que proponen una nueva categoría: socios eternos. Son 46 y son treinta mil, y están acá, presentes. “Madres de la Plaza, el pueblo las abraza”. En este lugar fueron felices, comenta un muchacho. Con esto se hace memoria, aporta una piba con la camiseta puesta. El fútbol también puede hacerlo.
Hincha del Rojo
La historia de Armando Croatto sintetiza de alguna manera la gran tragedia argentina: nació en Avellaneda, se recibió de contador, militó en Montoneros, lo eligieron diputado en el ‘73, pasó a la clandestinidad, en el ‘76 se exilió en España, volvió al país en la contraofensiva del ‘79 y el 17 de septiembre de ese año un grupo de tareas lo asesinó de un tiro en la cabeza en un supermercado en Munro. Armando había sido empleado y socio de Racing, por eso es una de las 46 víctimas a las que hoy el club le restituye su carnet. Una historia como muchas de las treinta mil, pero con un dato revelador: Armando Croatto era hincha de Independiente.
Susana Brardinelli, la esposa de Armando, recibió el carnet hace unos minutos y me lo muestra, orgullosa: es de cuero azul, en la tapa tiene grabado el escudo de Racing, adentro tiene una foto y dice “socio Nº 30.000”. Es definitivamente hermoso.
Este carnet vintage me provoca. Es distinto a los otros 45. El tipo de la foto, peinado prolijo, saco y corbata, era tan hincha del Rojo como cualquiera de los miles que hace dos días estuvimos acá nomás, a dos cuadras, para volver a ver la magia de Bochini en su estadio. Este hincha de Independiente, insisto, acaba de recibir un homenaje en el Cilindro. Racing instaló en su memoria a uno de los nuestros.
Hoy no somos rivales ni enemigos. Hoy jugamos todos en el mismo equipo. Hoy hay una sola camiseta y brilla con los colores de la memoria, la verdad y la justicia. Admiro a los tipos que lograron esto, respeto al club que lo concretó. Racing me llevó a su juego y terminamos tirando paredes. El clásico se cayó a pedazos, esto ya es un amistoso. Lo lograste, Acadé. Me entrego. Sólo me queda escribir aquello, animarme con esa frase clandestina. Miro la pantalla, sonrío, apoyo los dedos sobre el teclado. Ahí va, desde el rincón más rojo de mi corazón: ¡Aguante Racing, carajo!