martes 19 de marzo del 2024

Diez goles y cinco entradas

El día que Rosario Central le ganó 10-0 a un combinado de séptima, octava y novena de Racing por una huelga de jugadores. La revancha académica.

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Pasaron 40 años, pero aquel partido entre equipos que tenían en promedio cuatro o cinco años de diferencia entre ambos, quedó en el recuerdo como uno de los grandes manchones en la historia del profesionalismo. Porque claro, se supone que en la época del fútbol rentado –desde 1931 hasta hoy- esas cosas no podían suceder, pero ocurrieron.

El miércoles 13 de agosto de 1975 se rompieron las negociaciones que venían manteniendo los dirigentes de la AFA y Futbolistas Argentinos Agremiados. Había presión para que la sanción a Juan Taverna, delantero de Banfield, sancionado porque le dio positivo uno de los primeros controles antidóping de nuestro fútbol, fuera levantada. Además, los pedidos de aumentos en los contratos y de viáticos fijos para los juveniles, tampoco fueron oídos.

La cuerda se tensó al máximo. La AFA dispuso jugar la 37ª (penúltima del Torneo Metropolitano) al día siguiente, en medio del conflicto y con todo lo que significaba que River pudiera consagrarse campeón después de 18 años de frustraciones. En Agremiados les avisaron que ningún profesional formaría parte de los partidos oficiales, pero la AFA insistió. Eran tiempos de Isabel Perón –la inepta presidente que heredó el país tras la muerte del General Perón- y ya se había aplicado el feroz Rodrigazo, el plan de devaluación y ajuste que demolió el poder adquisitivo de los trabajadores y la clase media. Celestino Rodrigo, hombre de José López Rega, había sido el autor de semejante hecho y la economía había saltado por los aires, por la aplicación de un feroz liberalismo que anticipó en 15 años al menemato.

River enfrentó a Argentinos Juniors en la cancha de Vélez y lo venció por 1-0, con gol del juvenil Rubén Bruno, desatando la locura de sus millones de hinchas. De nada importó que no jugaron los titulares que dirigía Ángel Labruna, el asunto era salir campeón. Por esa razón, una multitud riverplatense completó el Amalfitani, porque se vendieron 55.324 entradas.

Tres horas antes del inicio del partido en Liniers, Racing y Rosario Central dieron vida a su encuentro, también con juveniles. La crónica estricta dirá que lo ganaron los rosarinos por 10-0 en Avellaneda, señalando además que se vendieron 5 entradas. Sí, cinco entradas, el aporte más bajo de hinchas pagos en la historia de nuestro fútbol de Primera A. Pero, ¿qué había pasado?

El partido estaba pautado para las 15 horas, con el arbitraje de Abel Gnecco, vecino de Avellaneda. La delegación rosarina llegó cuarenta minutos antes, con futbolistas de reserva y tercera división dispuestos a representar al club. En cambio, nadie de Racing se hizo presente: ni los chicos designados para jugar en lugar de los grandes. Los dirigentes de Central estallaron y obligaron al juez Gnecco a postergar el partido hasta las 18, mientras gente de Racing se comprometía a conseguir a los jugadores.

No hubo caso con la reserva ni con la tercera pero finalmente lograron convencer a chicos de séptima, octava y novena para que jugaran por Racing. La formación vale la pena recorrerla, porque ellos no tuvieron la culpa. Lo hicieron por amor a la camiseta, como en los viejos tiempos: Hugo Aicardi; Sergio Paparella, Roque Babino, Vicente D’Abramo, Rubén Insaurralde; Claudio Sánchez Calleja, Carlos Castriota, Carlos Vocos; Carlos Romero, Victorio Coronel y Luis Omar Alfonso. Luego ingresaron Carlos Monsalvo y Carlos Domínguez. El entrenador fue Amaro Sande.

El partido arrancó a las 18 y casi nadie estaba enterado del cambio de horario. Claro, no había internet, ni celulares, ni siquiera una transmisión del partido de las 15, por lo que la gente local lo dio por suspendido, porque esa era la primera información. Por esa razón, fueron 5 (cinco) los que pagaron su entrada. Cuando el primer tiempo había finalizado, las radios comenzaron a propalar los goles rosarinos y más de mil hinchas de Racing se corrieron hasta la cancha para alentar a los pibes. Pero ya no había nada que hacer.

Las enormes diferencias entre un combinado de juveniles y otro de chiquilines se notaron rápidamente. Central metió seis goles en la primera media hora: tres goles de Oscar Agonil (muy pronto titular en la primera Canalla), más Vigna, Chiodín y Rossetti (otro que fue titular enseguida) cerraron los primeros 45 con un 7-0, porque Miguel Ángel Juárez, el mismo que poco tiempo después fuera figura de Platense y Ferro, señalaba un gol más.

En la segunda parte, el Central mayor de edad bajó uno o dos cambios. Llegaron tres goles más, convertidos por Rossetti y dos de Eduardo Raschetti. Final 10-0, que se convirtió automáticamente en la peor derrota racinguista de toda su historia y en el máximo triunfo que logró Rosario Central desde que llegó al fútbol metropolitano.

Ironías del destino: si invertimos los papeles, nunca Racing goleó tanto como cuando vapuleó al propio Central por 11-3, el 2 de octubre de 1960, con tres goles del Loco Corbatta, tres del Marqués Rubén Sosa, tres de Pedro Mansilla y dos de Juan José Pizzuti. Nunca en su vida deportiva, Central padeció una goleada semejante. Fueron los máximos registros de uno y otro, a favor y en contra. El fútbol te da y te quita.

Del papelón dirigencial, nadie se acuerda. Apenas, de los fríos y ridículos resultados.