viernes 26 de abril del 2024

Copa América: el centenario aquel

Mañana arranca la edición especial por el centenario del torneo más importante del continente. Aquellos viejos tiempos y el primer campeón.

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Hace un siglo, el poderoso y multicampeón Alumni ya no existía más. Hace un siglo, Racing de Avellaneda se había confirmado como el sucesor del gran equipo que el escocés Alexander Watson Hutton moldeó con su talento, disciplina y conocimiento. Hace un siglo, la Argentina iba a tener su primer presidente democrático, nada menos que don Hipólito Yrigoyen, el gran caudillo radical que vencería a quienes seguían apostando a un país para minorías selectas.

En 1916, el fútbol ya había explotado en las grandes ciudades, en los barrios periféricos y viajaba a la velocidad de la luz por las vías del ferrocarril que los británicos habían construido para llevarse nuestras materias primas por muchos espejitos de colores. La pasión deportiva iba uniendo a los descendientes británicos y a las familias patricias, con la multitud de italianos, españoles, rusos, judíos, polacos, franceses y todo tipo de inmigrantes que llegaban diariamente al país, con meta principal en el puerto porteño.

Para la primera quincena de julio quedó establecido que la Argentina realizaría una competencia entre los países sudamericanos para festejar el Centenario de su independencia. El Ministerio de Relaciones Exteriores donaba una Copa para el evento y la sede deportiva sería la cancha del club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, en Palermo. Por las dudas, el campo de juego del Racing Club, sito en Avellaneda, sería el estadio alternativo. Que quede claro de que en ninguna de las dos canchas ingresaban más de quince mil espectadores.

Los participantes fueron cuatro: la Argentina, Uruguay, Chile y Brasil. Fueron los dirigentes de estos cuatro países los que resolvieron crear la Confederación Sudamericana de Fútbol, en medio del primer torneo que los agrupó. La competencia se inició con el festejado triunfo de Uruguay sobre Chile por 4-0, en GEBA, con dobletes de José Piendibene y de Isabelino Gradín.

A propósito de la goleada oriental, dirigentes chilenos presentaron una protesta aduciendo que Uruguay había utilizado a dos futbolistas africanos, sin percatarse que tanto Juan Delgado como el propio goleador Gradín, eran negros descendientes de esclavos y eran conocidos animadores de los carnavales de Montevideo. Gradín fue figura del seleccionado uruguayo durante más de doce años y además un destacado atleta al punto de batir cinco récords sudamericanos en los 200 y 400 metros llanos.

La Argentina debutó el 6 de julio aplastando a Chile por 6-1 con dos goles del artillero racinguista Alberto Ohaco, dos penales marcados por Juan Dodds Brown (gloria de Alumni y vigente en Quilmes) y otro doblete de Alberto Marcovecchio, ídolo académico. El equipo lo completaron el arquero Carlos Wilson (CASI), otros racinguistas como Armando Reyes, Francisco Olazar y Juan Perinetti, el huracánense Pedro Martínez, Adolfo Heisinger de Tigre, el rosarino Carlos Guidi (de Tiro Federal) y Badaracco, otro hombre del CASI, que por aquellos años era puntal del torneo de fútbol y conocido por todos como San Isidro, a secas.

El 10 de julio hubo empate en un gol con Brasil, que venía de una pálida igualdad con los chilenos. En la formación argentina ocurrió algo insólito: Alberto Ohaco no pudo llegar a tiempo para jugar el partido por cuestiones laborales. No existían los suplentes y los dirigentes comenzaron a desesperarse. Se intentó convencer a Ricardo Naón, jugador de Estudiantes, pero no aceptó.

Descubrieron en la tribuna a José Laguna, habilidoso delantero de Huracán y le pidieron que se calzara la camiseta para suplir a Ohaco. Laguna lo hizo de buena gana, al punto que señaló el tanto argentino a los diez minutos con un derechazo. El salteño Laguna era hombre de Huracán y ya grandecito, tenía 31 años en aquel 1916. Fue presidente del club de Parque Patricios y pasó por el fútbol paraguayo, además de jugar para Independiente y para Libertarios Unidos, el cuadro de origen anarquista que hoy se llama Colegiales. Laguna jugó otros tres partidos para la albiceleste. El juego terminó igualado en un tanto, ya que Demosthenes lo empató sobre el final y le quitó un punto clave a la Argentina, porque Brasil perdería 2-1 con Uruguay dos días más tarde y dejaría a los orientales con la chance de ser campeones si empataban con el dueño de casa.

En Brasil jugaban todos hombres blancos, ya que el racismo se mantenía y se le impedía a los mulatos, mestizos o negros integrar equipos de fútbol. Los que hacían punta en la segregación racial eran Fluminense de Río de Janeiro, Botafogo y Gremio de Porto Alegre. Sin embargo, el mestizo Arthur Friedenreich –hijo de alemán y mulata- se escondía detrás del polvo de arroz molido que lo teñía razonablemente de blanco para simular otro color y lucía su enorme capacidad goleadora, al punto de que hizo más de mil goles. Fue ocho veces máximo goleador del torneo paulista y lo hizo en varios equipos. Le decían “el mulato de ojos verdes” o “el tigre”.

La final entre argentinos y uruguayos se programó para disputarse en la cancha de GEBA, pero el juez chileno Carlos Fanta suspendió el partido, ante la enorme cantidad de público que desbordó todos los controles –había once policías para resguardar el orden- ya que la gente se sentó, alegremente, a centímetros de las líneas demarcatorias de la cancha, que no tenía alambrado, algo inexistente para la época. Los hinchas se molestaron muchísimo por la suspensión cuando iban apenas cinco minutos de juego y los más exaltados prendieron fuego a uno de los arcos, a su correspondiente red y a una de las pequeñas tribunas populares.

Sofocado el incendio, se dispuso que el partido pasase a la cancha de Racing para el día siguiente.

El 17 se enfrentaron y todo terminó sin goles. La Argentina con Ohaco, la excepcional dupla rosarina de Ennis y Juan Hayes y el aliento de la gente, no pudo derrotar a la fuerte defensa uruguaya, que se quedó con el primer trofeo sudamericano. Postales de un torneo que, sin adivinar el futuro, estableció las bases para un siglo de competencias fuertes entre los habitantes de este lugar del mundo.