viernes 26 de abril del 2024

Ramón, en la punta de la lengua

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Ramón Angel Díaz hizo su aparición pública en el fútbol argentino en 1978. Angel Labruna fue el entrenador que lo puso en Primera después de que el Pelado la rompiera en reserva jugando de número 10 con Hector Ramón Sosa, un crack que no trascendió, quien jugaba con la 9. Fue, como cuando asume un nuevo presidente, un traspaso de banda. Ramón fue el heredero de Labruna en la cancha y en el banco, y logró ser con el Feo el más ganador de la historia del club.

Curiosamente, aquel Ramón jugador se destacaba infinitamente más en el juego (excelente goleador, técnico y veloz a la vez) que a la hora de las declaraciones. Por años su voz fue casi desconocida para la mayoría. Ni siquiera cuando volvió a River para ser campeón y figura en el Apertura ’91 participaba demasiado de los duelos dialécticos contra Giunta, Cabañas y compañía.

Incluso sus comienzos como entrenador, en el ’95, fueron muy cuestionados, y lo que más se le discutía cuando Dávicce apostó por él era su personalidad, muy ensimismada. En un River fuerte, con un Francescoli omnipresente, los mitos de sus errores circulaban sin parar.

Se escuchó decir que le pidió a Crespo que marcara a Astegiano, defensor argentino de Sporting Cristal, cuando éste ya había sido reemplazado. Se sugirió que había mencionado en una charla técnica a Moreno y Fabianesi como dos jugadores diferentes y más cosas incomprobables por el estilo.

Se recuerda, sí, el día en que quiso sacar a Ortega contra Racing y entre el Burrito y Francescoli lo obligaron a sacar a Monserrat y dejar al jujeño en cancha. Momentos inevitables de aprendizaje para un zorro del fútbol que poco a poco empezó a demostrar que no siempre el que calla otorga.

Lentamente, eligiendo los momentos, Ramón empezó a afilar su lengua. Casi nadie lo notó cuando en el ’95, estando él muy cuestionado y con el Boca de Maradona cómodo en la punta y con intenciones de dar la vuelta olímpica en el Monumental, se animó, en la previa, a decir casi premonitoriamente “la vuelta en el Monumental no la van a dar… es más, no sé si van a dar la vuelta”.

Fue el comienzo. Vinieron después sus duelos con Macri y empezó a instalarse su cierre característico cada vez que lograba decir exactamente lo que deseaba con su “ta luego muchachos”.

Al principio se decía que Francescoli le manejaba el equipo; después, cuando el uruguayo se retiró y Ramón siguió ganando, que salía campeón solo en River; más tarde, cuando fue campeón en San Lorenzo y eliminó a River de la Libertadores, se argumentaba en su contra mencionando la importancia de los refuerzos. ¿Y ahora qué?

El Falcon familiar de Ramón, otra picardía de su lengua picante, tiene al decir de su entrenador "el tanque lleno", y se dio el lujo de llegar a la punta del Apertura. Un equipo que antes de que rodara la pelota no estaba entre los cinco principales candidatos. Porque no tiene la base de Vélez, Estudiantes, Godoy Cruz o Banfield y porque no se había reforzado como River y Boca, e incluso tampoco como Racing.

Pero este San Lorenzo líder es la comprobación empírica de que las capacidades de Ramón como técnico de fútbol están fuera de discusión. Recuerdo haber defendido al Pelado en sus comienzos con un argumento básico: cuando se sugería su desconocimiento táctico, mi argumento se basaba en algo clave y prioritario para cualquier entrenador que es la elección de los jugadores.

En su primer River campeón ponía, a la usanza de la Máquina de los ’40, casi una delantera con cinco jugadores: Ortega, Monserrat, Cruz, Francescoli y Berti. Ese River era otra Máquina. Y Ramón fue el que se animó a ponerlos todos juntos. Otros no lo hacían.

Hoy, a su indiscutible ojo para elegir jugadores, parece haberle agregado algunas variantes. El Falcon de 3 o 5 defensores según la jugada, el de un doble cinco que juega con las piernas del Chaco Torres y la cabeza de Guille Pereyra, el del gigante Balsas, es un equipo diferente en la historia del entrenador. No brilla, no hay demasiado control de pelota salvo en Romagnoli, que el sábado jugó su mejor partido. No ataca más que sus rivales pero lo hace mejor. Y le saca jugo a las pelotas paradas a partir de la pegada de Aureliano Torres, Luna o Romagnoli y del muy buen juego aéreo de Bottinelli, Balsas, Pereyra y el jugador fetiche de Ramón en San Lorenzo, ese muy buen defensor que es Cristian Tula.

El volantazo que pegó contra Olimpo haciendo un cambio de nombres y de esquema a los 30 minutos de partido demuestran que sus reflejos están mejor que nunca, y que su lectura del juego viene siendo acertada. Y además, Ramón parece haberle adosado a su equipo esa seguridad personal que lo acompaña. Esa que por momentos asusta.