viernes 03 de mayo del 2024

Mi amor

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Mi amor –me dijo Silvia con su voz tan característica-. Tengo un jugador un poco difícil, no me lo quiere atender nadie.

Siempre soy tu última opción, ¿no?

Es que sos nuevita, mi vida, te tengo que cuidar. No te mandaría con un fajador.

Gracias.

Aunque no me queda otra, porque las que ya lo conocen no quieren volver.

Entiendo.

Pero miralo de esta manera, linda: más de una chiruza vive ahora de dar notas contando que el tipo es un golpeador. Matarte, no te va a matar; si te deja marcas, vivís de eso al menos un año, te hacés famosa. Y si la cosa viene muy complicada, te hacés embarazar y listo; dinero y tele de por vida. Además, es precoz.

Qué misericordioso es Dios. Los obesos son maniceros y los locos son precoces. Cualquiera pasa cinco minutos de mierda en su trabajo y no gana lo que gano yo.

Muy bien, preciosa, esa es la actitud.

Llegué al departamento del sujeto en cuestión. No estaba asustada. Desde que llegué a Buenos Aires, tomé el transporte público  en las horas pico, incluso el subte que llega al Bajo Flores; intentaron violarme en varios boliches y me robaron el celular más veces de las que puedo recordar. No me va a asustar un precoz.

El jugador me esperaba vestido todo de cuero. Apenas lo saludé, me dio un beso de lengua bien profundo, mientras me apoyaba y me daba cachetadas en la cara.

No me dejes marcas –le dije-. Soy una puta de lujo, no puedo andar moretoneada como si trabajara en Constitución y mi 840 me hubiera fajado porque sólo hice $10 en el día.

Entiendo.

Me pidió que me pusiera una ropa que tenía preparada para mí. Un vestido de cuero y unos zapatos negros con taco aguja, altísimos.

Qué sería de ustedes, las petisas, sin estos zapatos.

Qué sería de estos zapatos, sin las petisas.

Me puso en cuatro y me examinó desde todos los ángulos. Comenzó a chuparme las piernas violentamente, mientras me apretaba fuerte todo el cuerpo, que seguía descubriendo con su lengua. Cada tanto una cachetada o nalgadas. Me estaba haciendo gozar como una yegua. Me mordía los pezones, mientras me confesaba que era la primera vez en muchísimo tiempo que tenía contacto con tetas de verdad. Yo estaba en medio del éxtasis, cuando me puso el collar y me hizo caminar en cuatro, con esa vestimenta, por todo el departamento. Tironeaba un poco de la correa, me cacheteaba y me daba palmadas en la cola. Muy divertido.

Como es común en los precoces;  después de pasearme, dedicó largo rato a chuparme la concha y apretarme con destreza los pezones. Durante el tiempo que duró esto, me eché tres polvos intensos. El sujeto, a esa altura, ya me caía más que simpático.

Finalmente se puso el forro y me dio cinco bombazos mientras me tapaba la boca y la nariz para que no pudiera respirar. Acabó y se fue al baño. Yo me cambié. Él apareció enseguida en ropa interior y descalzo, con un generoso sobre en su mano.

Te la bancás bien, Chanelle.

No hacés nada del otro mundo, bebé.

Ya lo sé. Pero viste cómo es.

Sí.

Me miré en el espejo antes de irme: ni un moretón. Lo saludé afectuosamente y me tomé un taxi hasta mi casa. Por la ventana, pude reconocer cómo abandonábamos esa zona cara de la ciudad y nos acercábamos  al barrio judío donde comparto mi dos ambientes con mi gato mestizo.  El resto de la tarde, dormí la siesta abrazada a él.

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