viernes 26 de abril del 2024
Homenaje eterno

Huérfanos de Diego Maradona: a un mes de la muerte de D10S

Aquel maldito 25 de noviembre nos dejó solos de Diego, desamparados, nos convertimos en creyentes de un Dios que dejó de ser terrenal.

Se murió Diego Maradona, ocurrió, sí, claro que ocurrió, eso que se suponía que quedaba reservado para el fin de los tiempos sucedió ese maldito mediodía de ese maldito miércoles de hace un mes, y fue en ese exacto momento, cuando murió Maradona, que también nos enteramos que lo imposible era posible y entonces nos sentimos indefensos, sin reacción, aturdidos, y nos tuvimos que convencer de que Diego no se murió, que Diego vive en el pueblo y, más que nunca, la puta madre que lo parió, ese cantito que más que cantito fue un deseo desesperado que sabíamos utópico, un capricho de fanático, una ilusión, pero así y todo fuimos al estadio de Argentinos y a la Plaza de Mayo para sumarnos a ese coro con la voz quebrada y el puño levantado, y fuimos miles, millones los que cantamos y creímos, los que cantamos y esperamos un milagro, y ahí nos dimos cuenta de que no estábamos solos, que el universo de Diego no tiene camisetas o que, en realidad, tiene todas las camisetas, la del Bicho, la del Nápoli, la de la Selección, la de Platense y la de Victoriano Arenas, y eso nos sirvió para compartir el dolor con esos miles y millones, para darnos cuenta de que hay miradas que alivian y gestos que disimulan la angustia, para entender que el llanto colectivo es sanador, y así, codo a codo, esperamos ese milagro que al tercer día no ocurrió, entonces tuvimos que empezar a hacernos la idea de que nos quedábamos solos de Diego, huérfanos de Maradona, de que nos convertíamos en creyentes de un D10S que dejaba de ser terrenal, pero sobre todo fuimos conscientes de que la pelota la teníamos nosotros, que él ya no se iba a encargar de ser eterno, demasiado había hecho en su vida como para ocuparse ahora de su propia inmortalidad, esa misión era toda nuestra, de los apóstoles, de los miles y millones que salimos a buscar, a detectar señales maradonianas en lugares improbables, y así el Diego apareció en una nube, en una mancha de humo en el santuario de la puerta de su casa, en la transpiración de una camiseta y en una foto de Messi en el Barcelona, su figura empezó a ser visible como nunca antes, volvió en forma de mural, de tatuaje, de canción, de estadio, volvió como llanto, como plegaria, como rezo, volvió en fotos que circulan de celular en celular, en anécdotas probables y en historias imposibles, en la desolación de los sin nada y en la arrogancia de los con todo, lo vimos en el homenaje de los All Blacks, en el no homenaje de Los Pumas y en las lágrimas de Dalma en el palco de la Bombonera, en las tapas de los diarios del mundo y en los hashtags de todas las redes posibles, y como nadie fue ni podrá ser indiferente hasta sus enemigos tuvieron que hacer una reverencia y así fue como el Gol del Siglo iluminó un estadio inglés, una gigantografía con la copa en el Azteca decoró una cancha alemana y su nombre apareció en la número 10 del Santos, y también volvió en banderas, en videos emotivos y en más murales, en Rodrigo, Manu Chao y Los Piojos, se lo vio por Timor Oriental, Uzbekistán y entre las ruinas de Siria, en las camisetas de Neymar y Messi, y en la sensible despedida de Emmanuel Macron, resurgió como stencil en paredes del conurbano y como estampado en barbijos cool, en hologramas reflejados en edificios de China y Dubai, en los cincuenta claveles que le ofrendaron en el Bosque y en los minutos de silencio que silenciaron las canchas del mundo. Hace un mes que se murió el Diego. Y así estamos, así seguimos y así seguiremos: tratando de maradonear el mundo.

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