Primero el dato, luego la opinión: el Leeds United dirigido por Marcelo Bielsa, logró el ascenso en el fútbol inglés. A pesar de la pausa a la que fue sometido el torneo, como medida preventiva contra el covid-19 -que genera dolores de cabeza en el premier británico Boris Johnson- el entrenador argentino ya ocupa un lugar de privilegio en los corazones de los hinchas del club que hoy comienza a despedirse de la Championship.
En la recta final de la competencia, el equipo comandado por el rosarino, logró 9 puntos de 9 – apabulló 5-0 al Stoke City con goles de play station, derrotó 1 a 0 a Swansea en el minuto 89, venció 1 a 0 a Barnsley, y hoy West Bromwich, (que marcha segundo en la tabla de posiciones) cayó 2 a 1. Con este último resultado, el Leeds con dos fechas por delante, confirmó su retorno a la Premier League, luego de 16 años, en uno de los campeonatos más extensos del mundo.
Seguramente ahora asomarán sus rostros impecables, los cazadores seriales de “éxito”, los fieles que nunca profesaron la religión del “Loco” y que lo denostaron sin anestesia y sin piedad, con cañonazos mediáticos, desde la eliminación de la Argentina en el mundial de Corea-Japón 2002. Es probable que la televisión, las radios y los diarios se colmen de peregrinos que no creyeron nunca en sus valores y se burlaban –hasta ayer– de su paradigma repleto de principios raros para los tiempos que corren. Pero hoy lo aplauden y adulan, con el mismo énfasis con el que mancillaron su nombre. Ya aparecerán sin vergüenza, los que silenciaron o menospreciaron la obtención de la medalla olímpica en Atenas –galardón que la Argentina nunca había logrado en fútbol– porque prefirieron condenarlo al aislamiento en un campo de la Provincia de Santa Fe y defenestrarlo por la eliminación en la primera ronda del campeonato global disputado en tierra asiática, tras empatar con Suecia, señalándolo con el dedo índice, con saña. Tal vez los dueños de esos dedos acusadores no respetaron la condición de ser humano de Bielsa –y, por tanto, de un ser imperfecto como somos todos– porque nunca se equivocaron en sus trabajos ni obtuvieron un resultado adverso en sus quehaceres cotidianos. O quizás, actuaron de esa forma, porque la presencia de Marcelo Bielsa amenazaba sus intereses, o simplemente porque hay que ser muy valiente para enfrentar solo, una ola gigante de opinión, como él lo hizo y hace, cuando habla por ejemplo de la importancia de las escuelas públicas en la educación de los niños y niñas.
Creo que lo que les molestaba en realidad, a los patoteros verbales disfrazados de críticos deportivos, era ver a una persona a la que el reconocimiento universal, la fama y los flashes no lograron moverle ni un centímetro sus convicciones, su decencia, su férrea cultura de trabajo y su humildad.
Pep Guardiola considera que posar la mirada solamente en contar títulos es erróneo, y expresa sobre Bielsa: “Somos juzgados por eso, de cuánto éxito tenemos, del número de títulos que hemos ganado, pero eso es mucho menos importante que cómo él ha influenciado el fútbol y a sus jugadores". El ex entrenador del Barcelona, se refiere a la contribución del entrenador argentino para introducir un nuevo paradigma en el fútbol, que enfatiza en la presión al rival, la posesión del balón y mucha intensidad en el juego.
Pareciera que ahora, con los resultados positivos a flor de piel y los vientos convenientes, aquella épica bandera que lucía solitaria en una tribuna y que decía: “Bielsa, el tiempo te dará la razón”, es una profecía digna de una serie en Netflix. En fracciones de segundos, varios detractores de la persona (no de las ideas futbolísticas de esa persona llamada Marcelo Bielsa) se cambiaron rápido de ropa y de careta, para aplaudir al ahora “héroe”. Hubiera sido más sensato y sano que celebraran su coherencia, su dignidad, sus valores, su responsabilidad y su sensibilidad social, que taparon con el polvo de una derrota deportiva, olvidando todo el proceso que habían halagado minutos antes cuando clasificó al Mundial de 2002 algunas fechas antes de finalizar las eliminatorias, obteniendo el 79,6% de los puntos en disputa, o cuando salió campeón olímpico invicto y con la valla menos vencida en 2004, representando a nuestra Patria. También evitan recordar que previo al Mundial de 2002, había sido elegido el mejor entrenador de selecciones del mundo del último año, por la Federación Internacional de Historia y Estadísticas de Fútbol. Pero para algunos, la falta de “éxito” -habría que definir qué es- es suficiente para hacer añicos todo y a todos.
Marcelo Bielsa es mucho más que un extraordinario entrenador de fútbol (uno de los más prestigiosos del mundo) al que diversos técnicos del mundo le expresan, toda vez que pueden, su admiración y respeto. Se trata de un educador, con todo lo que esto implica. No es casual que su obra trascienda el paso del tiempo, los futbolistas y los meridianos. Y que multitudes–como sucede con los vascos, los chilenos y los ingleses– celebren las marcas que dejó en el ámbito del fútbol y en sus calles. Este clamor popular es consecuencia de su conducta, de sus gestos, de su ejemplaridad, de su altruismo silencioso. Ocurre que Marcelo Bielsa es distinto del ser humano promedio. Trabaja duro, educa, ejercita la generosidad, y genera confianza y respeto con hechos concretos en los sitios por los que transita.
Soy testigo directo de un gesto que tuvo para fomentar la integración social y la identidad de un pueblo del interior de Córdoba. Intentaré coser con tinta, algunas letras para narrar un episodio que tuvo lugar hace un poco más de cuatro años. La localidad en cuestión es Freyre, ubicada en el departamento San Justo, en el noreste de la provincia mediterránea, en la cual me desempeño como asesor político del gobierno local. En el año 2016, merced a la generosidad de Rafael (Bielsa), hermano de Marcelo –flamante Embajador de la Argentina en Chile–, me contacté con “El Loco”, para comentarle sobre un proyecto de un Museo Virtual del Deporte, que tenía como objetivo, reconocer a las personas que dejaron huellas en el mundo del deporte, utilizando la tecnología para democratizar la historia y fomentar la identidad local.
Marcelo Bielsa era la persona ideal para apadrinar la idea, porque su trayectoria transpira los valores y principios que se buscaban promover desde el gobierno municipal. Marcelo me escuchó atentamente, con muy buen humor, y me objetó un detalle, expresando: “Mire Iván, me encanta la idea, pero no estoy de acuerdo con que yo sea un ejemplo a seguir, porque todavía me duele la eliminación del mundial en 2002; yo soy el responsable de aquella tragedia deportiva; pero dicho esto, déjeme decirle algo, en la vida yo prefiero pasar de vanidoso y nunca de miserable, así que sepa que cuenta con mi apoyo para promover la integración comunitaria, porque esas son causas realmente importantes”. Acto seguido, se comprometió a enviar un objeto para promover el proyecto, manifestando con firmeza: “Es mi deber hacer llegar a la Municipalidad de Freyre, un elemento deportivo que quiero donarles. Tiene mi palabra y mi palabra vale”.
Es justo decir, que algunos días después de su promesa, una camiseta azul de la Selección Argentina llegó a Freyre, a las manos del Intendente Augusto Pastore. Desde entonces, ese obsequio enaltece el edificio municipal con su presencia.
Días después, el proyecto del Museo Virtual del Deporte de Freyre se convirtió en una política pública que ya tiene más de 4 años de vida (y fue reconocida por el Gobierno de Córdoba en un evento celebrado en la Capilla del Buen Pastor –en “la docta”– por emplear innovación y nuevas tecnologías, para promover la historia local, la integración, la identidad, las raíces y el sentido de pertenencia de un pueblo).
Es atinado afirmar que, en Freyre, en el interior del interior, Marcelo Bielsa contribuyó a democratizar la cultura, la lectura, el deporte y el capital social. También ayudó a visibilizar conductas deportivas dignas de ser replicadas por las nuevas generaciones, para construir sociedades armónicas e inclusivas.
Por estas y cien razones más, la bandera del “Loco” Bielsa no se arría. Seguirá flameando con fuerza, con aroma a dignidad. Es el pabellón que miran y admiran –con los ojos brillosos– los desposeídos. Y que observan de reojo los poderosos.
(*) Analista internacional, director de Gestión de Gobierno en la Universidad de Belgrano; asesor político del Gobierno de Freyre.