viernes 26 de abril del 2024

Apocalypse Now en la calle Viamonte

Brando-Kurtz habla sobre la guerra por el máximo sillón de la AFA: "Dicen que Tinelli es hombre de Clarín, del establishment. Segura es la versión clase B del método grondoniano".

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-—¿Es usted un asesino?

—Soy un soldado.

—No, no es ninguna de las dos cosas. Usted es un cadete, mandado por el almacén, para cobrar una vieja cuenta. Diálogo entre Marlon Brando (coronel Kurtz) y Martin Sheen (capitán Willard) en “Apocalypse Now”, dirigida por Francis Ford Coppola (1979).

Cuando pregunté por Kurtz International Sports, me señalaron estas oficinas: segunda cabaña a la derecha, primer piso. Me atendió una secretaria con hermosos rasgos orientales y me hizo pasar. Esperé unos minutos hasta que la inconfundible voz de Brando me llevó hacia él.

Lo sorprendí recitando a T.S. Eliot: “We are the hollow men...”. Al principio fue evasivo. Estaba muy en personaje. Coronel Kurtz, el desquiciado oficial de Apocalypse Now que había organizado una milicia de indígenas camboyanos que lo seguían como un dios. Duró poco. Después de la pregunta cerró los ojos y giró su cabeza húmeda hacia la brisa que llegaba del ventilador de techo. Sus aspas giraban en cámara lenta.

—¿Qué hace aquí, Kurtz?

Brando suspiró en la penumbra y ahuecó sus manos para juntar más agua de la pequeña vasija que sostenía en las piernas. Estaba sentado sobre un camastro, el rostro recortado por el claroscuro. Disfrutaba mientras el líquido fresco se deslizaba por su calva. Vestía una camiseta verde oliva; pantalones militares y sandalias. Su voz estremecía, como siempre. Hacía calor en esa exuberante isla del Tigre.

—Mis métodos en Vietnam... Decían que era brutal, despiadado. Por culpa de esos hipócritas terminé en Camboya. Hasta que llegó Coppola con su libro de Conrad y filmó todo. El capitán Willard nunca me mató en la escena final. Buen hombre, Sheen; mejor actor que sus hijos.

No contestó Kurtz. Quiero saber a qué vino –insistí imitando el tempo de Sheen.

—Fútbol.

¿Fútbol?

—Eso dije. ¿Es usted un asesino?

—Soy un periodista.

—Peor. Hace un tiempo conocí a alguien importante; vice del emporio del fútbol mundial, dueño de una empresa, AFA o algo así. Julio Grondona, hombre mayor pero muy vital. Un emprendedor. No hablaba inglés pero nos entendimos muy rápido. Sus amigos me pidieron el voto de la Federación Camboyana para ganar no sé qué elección y se lo di. Era admirable su fuerza; esa feroz convicción, su pragmatismo sin culpa. Todos lo obedecían. Con diez divisiones de guerreros como él, mis problemas hubieran desaparecido rápidamente. Oh... el horror tiene un rostro, y tienes que hacerte amigo del horror. ¿Se lo dije?

—Lo dice en la película. ¿Qué hace, exactamente?

—Soy asesor. El mundo del fútbol está hecho para mí. Nadie teme ser despiadado, no existe culpa ni pudor. Esa violencia contenida. Es… ¡perfecto!

—¿Qué cosas descubrió en esta selva?  

—He visto... (cierra los ojos) un caracol deslizándose por el filo de una navaja. Ese es mi sueño. Esa es mi pesadilla. Arrastrarme, deslizarme por todo ese filo y sobrevivir.

—La selva.

—La selva... No soporto que hoy cualquier clown con dinero y poder piense que puede jugar al héroe allí y llevarse alguna medallita a casa. La selva no tiene piedad, con nadie. ¡Patéticos!

—¿Para quién piensa trabajar, Kurtz? ¿Para Tinelli o para Segura?

Brando, es decir, Kurtz, me regaló una mueca para un Oscar.

—Tinelli hace un show para la familia. Un programa ingenuo, naïf, que le dio millones a él y a su canal. No hay que confundirse con él. No es su producto. Es un empresario. Fue cronista, relator de partidos por tele. El salto que pretende dar es enorme pero comprensible. Ignoro si el sillón le quedará grande. Segura es otra cosa. Un hombre aferrado al poder de otro que, de pronto, se quedó con todo sin haberlo planeado. Le gustó, claro. Ahora quiere quedarse, pese a su historia. Dejó patas para arriba a su club y se lo vio repartiendo entradas para el Mundial de Brasil en el lobby del hotel. Así son algunos hombres, Asch.

—¿Entonces?

—Dicen que Tinelli es hombre de Clarín, del establishment. ¡Odio el maldito establishment! Pero intuyo que Tinelli no es un sometido, tiene con qué zafar. Segura es la versión clase B del método grondoniano. Aj. Lo que hacía Don Julio era una creación personal. Inimitable. Como tantos creadores, se llevó su creación a la tumba. Sus seguidores son patéticos. Una banda que no tiene muchas diferencias con los barras. Sus métodos son iguales y sus patotas trabajan a full para ellos. No son soldados. Son, apenas, oportunistas.

—¿Qué vino a hacer aquí, Kurtz, tan lejos de Camboya?

—Vine a observar. A aprender. A veces la crueldad no tiene límites, ¿sabe? Me gusta ver hasta dónde se pueden estirar los límites. Usted me conoce. Veré si es necesario apoyar con mi gente a alguno de los candidatos.

—De alguna manera apoya a uno. O descalifica al otro.

—Nah… Ustedes, los de Racing, mejor celebren la ida de Cocca, tan victorioso como falsario. Detesto a la gente que triunfa con convicciones ajenas. Vine a ver esta elección sólo por su violencia contenida, sus trampas, sus traiciones pasadas y futuras.

Brando hace un silencio de esos que lo tienen a uno pendiente de la próxima frase.

—The horror…

Lo dijo y me estremecí. Era hora de volver a la redacción. Prometí volver aunque estoy seguro de que la próxima vez ya no estará allí.

Toda guerra necesita alguien que la explique o la justifique. Aunque sea mal. Con argumentos locos. Brando-Kurtz repetía, lleno de sabiduría: “The horror, the horror…”.

Y, sí. No hay mucho más que eso.

(*) Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.